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  • A los pies del monte Nabaín, en el escenario pirenaico del parque nacional de Ordesa, emerge un grandioso edificio de piedra cuya reconstrucción devuelve la verdadera capitalidad del Sobrarbe a Boltaña, en detrimento de la turística localidad de Ainsa. Sus muros albergaron en el siglo XVII a la comunidad religiosa del monasterio del Carmen. Más tarde hubo aquí un sanatorio, un albergue de montaña y hasta una villa privada, hasta que un grupo de empresarios vinculado al Real Zaragoza se convenció de que éste era un enclave ideal para concentraciones futbolísticas y ejercicios espirituales de urbanitas castigados por el estrés. La abadía acoge hoy un hotel de la máxima categoría gestionado por la cadena mallorquina Barceló, más ducha en el turismo playero o urbano que en el campestre, si bien es verdad que se mantiene desde hace una década al frente de La Bobadilla, en Loja (Granada), establecimiento con mucho encanto. Desde un punto de vista arquitectónico, la reforma adolece de cierta teatralidad en las formas y en el fondo. El rigor histórico es tan escaso como caricaturesco el rediseño de las bóvedas, la anexión de un comedor medievalizante y el apósito de unos capiteles falsos. Extrañamente, el mobiliario zigzaguea entre la tradición monástica aragonesa y la imaginería balinesa de importación, entre los fondos de almonedas y el catálogo actualizado de una revista de decoración. De hecho, existe la posibilidad de adquirir estas piezas. Tras un año de rodaje, lo tocante al servicio y puesta a punto de todas sus instalaciones colma ya las expectativas de un cinco estrellas marca Barceló. Carmina Márquez, la actual directora, tiene mucho que ver en ello. La inauguración reciente de un área spa de 1.000 metros cuadrados especializada en terapias de adelgazamiento y fitness añade nuevos atractivos a un programa de vacaciones activas, donde el lujo del dolce far niente no tiene por qué orillar un día de sudor en la montaña. El personal de recepción aconseja debidamente a los huéspedes iniciar una excursión a pie por el cañón de Añisclo o una ruta motorizada a través del románico altoaragonés. Un desayuno tónico, sin excesivas pretensiones gastronómicas, ayudará a afrontar la jornada. Las habitaciones gozan de cierta amplitud y de un equipamiento sin concesiones. A falta de mayores exigencias arquitectónicas, los detalles personales en el baño y la calidad de las tapicerías hacen más grata la estancia en ellas. Si el bolsillo no se resiente, las suites alineadas en el antiguo claustro del monasterio ofrecen el plus de un cabecero de piedra, un lavamanos de época y cuadros de artistas contemporáneos. También son envidiables las que se asoman a la línea invisible del río Ara, abanico veraniego de Boltaña.
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  • BARCELÓ MONASTERIO DE BOLTAÑA, un alojamiento de calidad en el umbral de Ordesa
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  • Terapia monacal y montañesa
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