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La bailaora, a la que puede verse estos días en el teatro de la Zarzuela de Madrid, se suma a la lista de personas ilustres con fobia al avión.
¿Se le manifestó un día o lo suyo es de siempre?
De siempre, pero va por temporadas. Unas veces me monto y lo llevo estupendamente y otras lo paso fatal. Me entra un pánico terrible. Y cuando hay turbulencias se me escapan los gritos. Horrible.
Y no tiene más remedio que viajar.
Sí, y mucho. Y entre todos los países, hay uno que me ha conquistado: Brasil. Siempre quiero volver.
La alegría, el ritmo...
Su cordialidad, los contrastes, sus costumbres... Tiene una belleza mágica. Aunque te dicen mil veces que es peligroso, me gusta tanto que me cuesta verlo, aunque es cierto que hay que tener cuidado.
¿São Paulo o Río de Janeiro?
Me quedo con Río. Con su Cristo de Corcovado, que te asomes por donde te asomes, siempre se ve, y las vistas de la bahía desde el Pan de Azúcar. O el barrio de Santa Teresa, donde viven los artistas, que es precioso. Y, por supuesto, la playa de Ipanema. El día que fuimos había unos niños jugando al fútbol haciendo auténticas locuras con el balón, y los bailarines de mi compañía decían: "Me los llevo para el Betis".
Descúbrame un secreto.
El restaurante Porçau, en Río. Sirven la mejor picanha
[un tipo de corte de la carne de ternera] que he probado.
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