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  • Es lo que tiene estar en el centro. Vivir al arrimo de lo antiguo, apretado en el istmo gótico que dibuja el ratón, el puerto y la playa de Gaztetape. Apenas cabe una berlina, y con los retrovisores plegados. Imposible aparcar frente a la puerta del hotel, y muy difícil dar media vuelta por la calleja sin salida so riesgo de rodar por la escalinata que desciende hacia el malecón. Pero acto seguido, Getaria despliega sus encantos. El txirimiri sobre el adoquinado del casco monumental. Una campanada a la hora del ángelus. Las animadas terrazas del puerto. Y, por supuesto, los pescados y mariscos que se cocinan sin tregua en el afamado restaurante Elkano. Si tales razones no fueran suficientes, las vistas marítimas desde el hotel Saiaz bien merecen el trance de abandonar por un rato las maletas en recepción y afrontar el regreso de mojadura en el coche de San Fernando. Nada como despanzurrarse luego sobre la cama a ver pasar los barcos a través de la galería. De noche y de día. La simplicidad de los dormitorios, su exiguo tamaño y el modesto equipamiento mobiliario -dos butacones, un escritorio, una alfombra utilitaria, una cama de colchón rígido y una pantalla plana de televisión colgada de la pared- ahorran cualquier distracción sobre lo aquí verdaderamente relevante, que es dormir y mirar el mar. Salvo que haya tocado en suerte alguna de las piezas orientadas a la fachada, entre sillares y ajimeces del siglo XV, ambientadas según el manual del historiador autosuficiente: doseles, poltronas, lámparas retorcidas, cabeceros de volutas... Un consuelo para quienes se desvelan fácilmente con el fragor del oleaje, en la cara oeste del edificio. Apenas queda sitio donde deambular de arriba abajo, tan aprovechados están los pisos y el vericueto de pasillos que los enlaza. En la planta primera existe un pequeño salón de aspecto rancio y una antesala con chimenea de piedra que casi nadie usa. En la baja, un comedor minimalista recibe en penumbra, desde primera hora de la mañana, los mimos de un personal de servicio joven, muy amable y políglota. Su empeño en renovar de continuo las bandejas hace más apetecible el bufé de desayuno. Tras una amplia cristalera aparece, azul plomo, el mar. La sala cobra mayor prestancia si cabe durante los instantes previos a la caída del sol, cuando las mesas se llenan de velas encendidas y convierten el lugar en un chill out mundano y universal.
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  • HOTEL SAIAZ GETARIA, un edificio gótico del siglo XV con aires mundanos
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  • Vistas al Cantábrico desde la cama
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