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  • Llegar a Forna, en la Cabrera leonesa, es difícil. Hay que utilizar diversas -y no excelentes- carreteras secundarias y alcanzar el pueblo por una pista asfaltada, serpenteante y empinada, de algo más de tres kilómetros de recorrido. Desde Forna hasta Ponferrada -30 kilómetros en línea recta-, la ruta recomendada nos lleva por Puente de Domingo Flórez, con un recorrido de 91 kilómetros que necesita casi dos horas. Si se accede desde La Bañeza son 82 kilómetros, algo más de hora y media. Pero vale la pena. Forna es una ventana directa al ayer. Si en un recorrido por urbes como Toledo o Segovia nos encontramos con grandes monumentos medievales, en Forna hallaremos otros. En las ciudades vemos los que sirvieron de residencia o centro de oración a obispos, magnates y burgueses. En Forna hallaremos, en unas formas que seguro se encuentran entre las más puras que pueden verse hoy en España, el hábitat del campesino, del herrero, del molinero de hace siglos. El viajero que llega a Forna se encuentra de sopetón con esta joya de la arquitectura rural. A la entrada del lugar aparece una plaza alargada, inclinada, con el suelo de tono pizarroso y ocupada por unos magníficos ejemplares de árboles. A un lado está la ermita; al otro, una balaustrada que nos protege del precipicio y nos permite ver el pueblo, casi deshabitado, que se escurre ladera abajo como un lagarto, con escamas de pizarra y rodeado por una vegetación frondosa, de la que llegan los trinos de los ruiseñores. Un espacio de rocas y breñas repleto de historias de maquis. Recuperación de la zona El alcalde, Ramiro Arredondas, enamorado de su tierra, dejó su empleo en Bélgica para asentarse en lo que muchos consideran un pequeño paraíso. Él, de la mano de la antropóloga Concha Casado, está llevando a cabo una gran labor de mejora y conservación, respetando los valores del territorio. Poco a poco se arregló la ermita, con apenas presupuesto, y se recuperan los tejados de las minúsculas casas a fin de que, a cubierto, se mantengan en pie; también se puso en funcionamiento el antiguo molino, en un paraje al que llega el agua saltando entre pequeñas cascadas pizarrosas. No hay guías, ni folletos, ni letreros explicativos. Pero el paseante no los necesita. Porque ve perfectamente lo que era un pueblo cabreirés de hace siglos, y porque, aunque vacías en su mayor parte, perduran en buen estado las casas campesinas. En algún soportal aún puede contemplarse el descanso del arcaico carro chillón, y si se accede al interior de estas edificaciones puede intuirse el pálpito de vida de hace siglos. Ramiro Arredondas muestra la de sus padres. Está deshabitada, pero en buen estado. La dura pizarra de la pared exterior esconde un interior pequeño, dividido en tres ámbitos. El suelo es simplemente una sucesión de pizarras asentadas sobre la madera; las divisiones internas están hechas con una técnica primitiva: una cañiza de varas revocada con barro. En lo que fue la cocina aún queda un pote colgado de la viga, donde antaño se cocinaba, sobre el fuego que ardía en medio de la estancia. Y ante la ventana reina una especie de pila, tallada toscamente en pizarra, con una abertura por la que salía hacia la calle el agua. Él vivió allí. Recuerda que cuando nació su hermana tuvo que dejar de dormir en la cama de sus padres y acostarse al lado, en el duro suelo. Luego marchó a Bélgica, de donde regresó a Forna. Ahora mantiene un cuidado centro de turismo rural. Tipologías de época romana Villar del Monte, también en la Cabrera, es otro lugar con una arquitectura rural primitiva. Los pajares, al lado del castro, están vinculados directamente con las tipologías constructivas de la época romana. Algunos probablemente tengan ese origen. Luego hay unas casas de corredor de una conmovedora y muy plástica rusticidad. Y detalles para la alegría y la tristeza: para la alegría, la reconstrucción de la casa sacerdotal, que ha emprendido Brian Jeffery, musicólogo inglés, y otra bella casa que rehace Nati Villoldo, directora del Museo de Encajes de Tordesillas. Y para la tristeza, el afán de los locales por llenar de cemento el suelo de los caminos. En Encinedo cabe visitar el pequeño Museo de la Cabrera para conocer algo más sobre esta zona tan bella como apartada y desconocida. En materia de hostelería, recomendable el caldo cabreirés (variante del caldo gallego) que hacen en El Sabugo, un restaurante sencillo de Quintanilla de Losada, donde también se guisa una buena ternera. Para alojarse, el centro rural de Forna, un hotelito de Quintanilla de Losada o los hoteles de Astorga, La Bañeza o Ponferrada..., pero éstos ya son de otro mundo.
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  • En las aldeas del sur de León, el pasado se asoma a los corredores
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  • Ecos de un mundo lejano
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