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  • No todos los caminos se hacen al andar. Los hay que parecen abiertos por una lógica telúrica con absoluto desdén por la huella humana, la cual obedece ciegamente a la geografía. Uno de esos caminos implacables es el que tajan los montes cántabros con la cuchilla del Saja, y respira mar a través del Oyambre y de su ría (por fin, parque natural). Una calzada que enlosaron los romanos para pelear contra los cantabri. Un corredor por el cual buscaron refugio los mozárabes, cuando la invasión musulmana desde el sur. Luego fue al revés: por ese mismo pasillo, cristianos montaraces bajaban a repoblar los campos de batalla perdidos por los sarracenos. Un documento del año 814 dice: "Exierunt foras montani de Malacoria et venerunt ad Castella" ("salieron fuera los montañeses de las Mazcuerras y vinieron a Castilla"). La ruta de los foramontanos. Así tituló Víctor de la Serna un libro clásico. Fue luego camino real, por donde la lana de la Mesta se abría paso hacia naves europeas. Un sendero orillado de postas, molinos, mesones y calabozos (éstos dicen mucho del trasiego). El camino que siguió el futuro emperador Carlos la primera vez que vino a España, con 17 abriles, para ser coronado rey de Castilla; curiosamente, este primer periplo apenas se ha explotado como anzuelo turístico, y sí, en cambio, el que siguió en su última venida a España, de Laredo al retiro de Yuste, después de haber abdicado en su hijo Felipe. Siguiendo el hilo de aquel viaje inaugural se pueden sorprender jalones casi secretos. Por ejemplo, en San Vicente de la Barquera: allí estaba previsto el desembarco regio, pero una tempestad alejó la comitiva hasta Tazones; hubo que llegar por tierra a San Vicente, donde estaba dispuesta la bienvenida oficial. Músicas, tedeums, fuegos de artificio, la primera corrida de toros que vio el atónito Carlos (y eso que no estoquearon al bicho). Pero el joven monarca venía hecho un trapo, por la mar picada, y tuvo que guardar reposo durante 17 días. Lo hizo en el convento de San Luis, uno de los secretos grandiosos de San Vicente. Las románticas ruinas son de propiedad privada, pero un convenio municipal con los dueños permite que puedan visitarse 48 días al año, en torno al verano. El palacio de Guevara La siguiente etapa del futuro emperador fue Treceño. La autovía ha relegado el viejo camino (que sigue la N-634) a una placentera digresión por paisajes diáfanos. El palacio de Guevara, donde se alojó en Treceño, fue convertido hace un lustro en un precioso y evocador hotel. El edificio fue rehecho en el siglo XVIII, pero conserva una parte de la época del emperador. También quedan restos de la cárcel real, y algunas casonas. Otra prisión mejor conservada, y muchas otras mansiones, pueden verse en la vecina Cabezón de la Sal. A la entrada del pueblo, un poblado cántabro fielmente reconstruido recuerda los trajines de las legiones en torno a esta calzada. El camino real hacía un giro en Cabezón para seguir la cuenca del río Saja (por la actual C-625). Los pueblos que salen al paso siempre ofrecen algo. En Carrejo, un Museo de la Naturaleza de Cantabria. En Ruente, un palacio neoclásico, raro, el de Mier, que fue asilo. En Valle de Cabuérniga (pueblo) está la casona donde el biólogo Augusto Gómez de Linares reunió a sus amigos Francisco Giner de los Ríos, Nicolás Salmerón y Manuel Ruiz de Quevedo para tramar lo que sería la Institución Libre de Enseñanza. Casi da por pensar que aquella bonhomía es algo que está en este aire. Valle encabeza una iniciativa para promover el camino real a su paso por Sopeña, Terán, Selores o Renedo. Pueblos deliciosos tal como se hallan ahora, sin el agobio mercantil de dos enclaves archipopulares a un lado y otro de este eje víal: Carmona, en Cabuérniga, y Bárcena Mayor, un poco más abajo. Dos pueblos monumentales, abrumadores, desde luego, pero muy lejos ya de la inocencia. No fue en Bárcena, como se decía, sino en Los Tojos donde el emperador pernoctó; la comitiva real tuvo que reanudar la marcha en plena noche porque al emperador se lo comían los piojos. Está en las crónicas. Tardarían lo suyo en vadear canales (así llaman a los torrentes de la actual reserva) y franquear el puerto de Palombera, por donde los montañeses sacaban la garaúja (carros y aperos de labranza, hechos en los cerrados inviernos) para venderla en Reinosa, en las lindes de la meseta. Antes de llegar a esa ciudad desdibujada, la primera en acunar a un Ebro frágil, una sorpresa de última hora, en Villacantid: el centro de interpretación del románico, recién abierto en la iglesia de Santa María. Una apuesta tecnológica que ilustra sobre aquel estilo fundacional y da pistas para buscar otros desvíos, haciendo del ramaje del camino un aliento ancho, un motivo renovado.
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  • De San Vicente de la Barquera a Reinosa, el primer tramo de Carlos V en España
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  • La ruta del emperador adolescente
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