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  • Praga podría descomponerse en el espejo roto de la abstracción cubista: el castillo y la catedral de San Vito reflejados en el Moldava; el laberinto de los espejos, donde todos somos la dama de Shanghai; el siniestro puente de Carlos imaginado en una noche tormentosa, solitario, desaparecidos los músicos de jazz, las sopranos ciegas y los tenderetes de caricaturas; las líneas de Kampa, el nuevo Museo de Kafka y el Museo Kampa de Arte Contemporáneo, en el que admiramos las pinturas y dibujos de Kupka (1871-1957); las sortijas romboidales de granates en las joyerías del Josejov, las lápidas torcidas del cementerio judío, los mosaicos y los cristales de Swarovski... además, en Praga, se encuentran muestras únicas de la arquitectura cubista en Europa, que representa una reacción contra el modernismo epigonal. Ésta es la atípica visita que hoy le proponemos al viajero: una visita con unas gafas geométricas. En el corazón mismo de la ciudad, entre la plaza del Ayuntamiento Viejo, con su reloj astronómico, a caballo entre lo gótico y la ciencia-ficción, y la impresionante Casa Municipal (Obecní Dum), pieza clave del modernismo, con interiores cubistas -el American Bar, por ejemplo-, se levanta la Casa de la Negra Madre de Dios, de J. Gocár (1880-1945), la joya cubista de la arquitectura praguense. Hueco quebrado La fachada está adornada con aristas que rodean los ventanales; aristas que entran y salen en el espacio, y convierten la edificación en una visión móvil que no desentona en el paisaje. En el primer piso se instala el café Oriente (1912), uno de los cafés más hermosos de una ciudad cuajada de ellos (el Louvre, el café de la Casa Municipal, el originalísimo café circular de la estación de ferrocarril...), al que se accede por una escalera cuya barandilla se dibuja con líneas quebradas y esconde y distorsiona el vacío que separa los pisos. Desconcierta mirar hacia arriba por ese hueco. El café es una combinación eurítmica de tonalidades de verde y de marrón oscuro. El mobiliario hace experimentar al viajero la sensación de estar dentro de una proyección geométrica: los percheros zigzagueantes como rayos, las mesas de mármol con varias patas paralelas, los listones de madera del suelo, el paralelepípedo de los espejos, los dibujos también geométricos que adornan el papel pintado. El interior y el exterior de la Casa de la Negra Madre de Dios representan una modalidad de cubismo -el portal, las mansardas, los elementos metálicos del balcón- que se relaja, sin dejar de estar presente, en algunas de las fachadas del Staré Mesto y del Nové Mesto, así como en otros barrios menos frecuentados, como el Vinorhady: los edificios de las calles Polska, Chopinova o Kubelikova son ejemplos de esa modalidad del eclecticismo arquitectónico praguense. La ironía también es un recurso retórico de la arquitectura en esta ciudad de auditorios, puentes y divadlos (teatros): dentro del palacio de Lucerna, obra modernista del abuelo de Václav Havel, encontramos una rotonda en la que nos sorprende la escultura de un caballo colgado por las patas desde el techo; sobre la panza del animal, la figura ecuestre de Wenceslao, una caricatura, una inversión en el espejo deformante, de la digna estatua que preside la plaza de Wenceslao. Sin salir del centro de la ciudad, a lo largo de la avenida Nacional, son ineludibles las visitas al palacio Corona, modernista, y al palacio Adriá, un ejemplo del rondocubismo o arquitectura geométrica checa posterior a 1918, que recuerda, por la decoración colorista de la fachada, a los palacios del Renacimiento italiano. Entre ambas construcciones alumbra la única farola cubista que queda en Praga; con su base de piedra octogonal y su luz estriada, ilumina un local de alterne instalado en una casa del siglo XVI: un amigo me hace notar, reclamando al menos la eliminación de las luces rojas de las ventanas, la excentricidad en la concesión de licencias municipales. Josef Chochol, a quien se le debe la obra cubista más grande de Praga, el edificio de viviendas en la calle de Neklanova, es el arquitecto creador de la Villa Libusina (1912-1913), cristalización casi ortodoxa de los principios de la arquitectura cubista. Para llegar a ella, desde el teatro Nacional hay que bajar por Masarykovo, pasar por la cimbreante Casa Danzante, seguir a lo largo de la línea del río por Rasinovo y llegar hasta una plaza cuarteada por vías de tren y de tranvía que atraviesan la ciudad -también cubistamente- en todas direcciones. La Villa, en el barrio de Vysehrad, se ve diagonalmente desde el malecón de Rasin (Rasinovo); es una vivienda exenta de tres plantas en cuya fachada volvemos a percibir ese movimiento trágico -el adjetivo también se asigna al terrorífico barroco checo- de las figuras geométricas que rasgan el espacio circundante, cortando el vacío y dotándolo de carnalidad y volumen. La rejería y la entrada octogonal son hermosas. No muy lejos de allí, en el acceso al túnel de Vysehrad, se alzan tres viviendas más -una amarilla, una gris con frontispicio adornado por un grupo escultórico, y otra rosada-, también de Chochol; sus vanos dibujan otra vez rectángulos u octógonos truncados, y en ellas reconocemos nuevamente los rasgos de este movimiento arquitectónico que sólo dio frutos en esta ciudad románica, gótica, barroca, neoclásica, romántica, modernista, realsocialista, funcionalista y posmoderna que sabe, como pocas, conciliar la tradición con la vanguardia, y la ortodoxia de las formas con el eclecticismo.
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  • Un recorrido por la ciudad a través de la arquitectura cubista
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  • Praga, con gafas geométricas
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