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Que Asturias, gran consumidora de vino, recupere su viñedo histórico del valle del Narcea, bajo la Indicación Geográfica Vino de la Tierra de Cangas, es algo digno de alabanza y apoyo, más cuando en nuestro país vuelve el fantasma del arranque del viñedo. Se trata de una viticultura de alta montaña en un paraje de ensueño, con la cepa, en bancales, dibujando las arrugas del terreno abrupto y salvaje. Un entorno de gran belleza que conoció tiempos de gloria.
Aquí se dan todos los ingredientes para elaborar vinos de fuerte personalidad, basada en sus variedades autóctonas, la singularidad de su ecosistema y una tradición que se materializa en viñas centenarias.
Sin embargo, la oportunidad de la iniciativa no debe atenuar el juicio. Y, hasta ahora, los resultados no eran muy halagüeños. Pero donde hay potencialidad siempre terminan por aparecer resultados. Es el caso de este tinto elaborado con cepas muy viejas de carrasquín. Sorprende el aroma, limpio y frutal, que evoca los frutillos silvestres macerados en alcohol, con leves pero significativos perfumes florales. El impacto gustativo, sabroso y fresco, termina en un amplio regusto a fruta madura tan natural como efectiva.
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