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  • Que la Unesco declare una ciudad viva patrimonio de la humanidad no es exactamente una meta; es más bien el arranque de un cúmulo de cuestiones a debatir y resolver. ¿Qué hacer con los bienes catalogados para integrarlos en el fluir cotidiano de la ciudad? La Laguna puede ser un caso ejemplar. Fue distinguida por la Unesco en 1999 debido a sus méritos singulares, como ser la primera ciudad colonial (creada ex novo por colonos en territorio ultramarino), concebida como ciudad-territorio, abierta, sin murallas ni defensas medievales, como polis humanista para el comercio y la pacífica convivencia. Conjugar ese legado con las urgencias del presente es un reto de alcance tan universal como la propia distinción. 1 Modelo para el Nuevo Mundo Aunque tuvo un parto confuso (en la Villa de Arriba, anárquicamente crecida en torno a la iglesia de la Concepción), un lustro más tarde (1502), el adelantado o gobernador desplazaba el centro de gravedad a la plaza del Adelantado, creando la Villa de Abajo. Ambos polos quedaban trabados por arterias principales (calles Reales), cortadas por otras en forma de tablero, con espacios o plazas que permiten leer el mapa urbano como una constelación o una carta de navegación; un tributo al ideario renacentista de la época y un modelo para las colonias a fundar en América. Esos viales se poblaron de edificios acordes a una sociedad estamental: iglesias, conventos y ermitas para los clérigos, palacios para regidores y terratenientes, y hasta cinco tipos de casa para la clase llana (terrera, sobradada, comercial, almacén o casa armera). La cuestión es que, entre unos y otros, suman cerca de 600 edificios catalogados. Y es que las malas pasadas de la historia resultaron una bendición para La Laguna: a finales del siglo XVIII, la capitalidad insular se trasladó a Santa Cruz. Lo cual sumió a la primera en cierta apatía, con escasez de fondos para meterse en obras. Dos cosas quedaron: el poder clerical (al crearse en 1813 diócesis propia) y la universidad, fundada en 1742 y que sigue desempeñando un papel fundamental. El casco antiguo de San Cristóbal de La Laguna mantiene intacta su planta, y la abundancia de edificios nobles, de bajo perfil y estallante colorido, junto a la exuberancia tropical de la vegetación, dan al paseante la sensación de estar inmerso en un utópico y grato salón de tiempos del virreinato. 2 El legado de la modernidad La abundancia de inmuebles de los siglos XVII y XVIII no puede ensombrecer lo que vino después. Sobre todo la arquitectura del siglo XX, que rompió con la tradición. La corriente modernista apenas hizo mella, y tampoco hay en La Laguna muchos ejemplos de racionalismo: Casa Castro Cullén, de Domingo Pisaca (1937); Casa Perera, de J. E. Marrero (1935), o las viviendas del Camino Largo, de Rubéns Henríquez. Más importancia tuvieron las corrientes regionalista y ecléctica. Pero es la universidad la que más lanzas ha roto por la vanguardia. Si bien la Universidad Central de Domingo Pisaca (1944) queda estancada en el neoherreriano franquista, ya el instituto La Laboral, obra de los arquitectos locales Javier Díaz-Llanos y Vicente Saavedra (1977), da muestras de estética brutalista y deja apreciar de forma nítida la textura y propiedades de los materiales. Esa misma estética impera en la Facultad de Derecho del campus de Guajara, terminada seis años después según planos de Francisco Artengo, José Ángel Domínguez y Carlos Schwartz. Junto a ella, el colegio Santa Rosa de Lima (1970) trajo a la isla los usos de la arquitectura nórdica de los años cincuenta. Aún habría que citar otros edificios académicos imbuidos de aires nuevos: la Biblioteca Universitaria (de los mismos artífices que la Facultad de Derecho), el Centro de Formación del Profesorado (1970), las viviendas para catedráticos de la calle de Heraclio Sánchez o el Museo de la Ciencia y el Cosmos (1993). 3 Revivir la ciudad El ingente patrimonio y el título otorgado por la Unesco son dos componentes químicos de reacción delicada. Hay que conservar, lo cual supone también restaurar. Hay que adecuar el entorno, lo cual supone obras de infraestructura: soterrar cableados, peatonalizar calles, ordenar el tráfico y crear aparcamientos (la adecuación de la plaza del Cristo o de San Francisco es uno de los logros más plausibles); incluso recuperar cosas que nunca debieron perderse, como el popular tranvía que utilizaban los chicharreros (apodo de los tinerfeños) y que unirá de nuevo, a partir de abril, la céntrica avenida de la Trinidad con Santa Cruz. El original funcionó de 1901 a 1951, y el que ahora se recupera, con cambios en el trazado, tardará unos 37 minutos en hacer el recorrido (12,3 kilómetros). Y sobre todo, hay que dar alguna utilidad a los inmuebles. La política seguida a este respecto en La Laguna ofrece pocos reparos, teniendo en cuenta la complejidad derivada de la propiedad de los edificios, que pueden tener amos públicos o privados. La herramienta en vigor desde hace un año es el PEP (Plan Especial de Protección del centro histórico). Su fin es que la ciudad se mantenga viva, y para ello se determina qué se puede hacer en cada inmueble según su estado. No hay mayor problema en los que son de titularidad pública; algunos palacios y conventos están ocupados por la Administración (casas del Corregidor y de los Capitanes Generales; el convento de San Agustín aloja el Instituto de Canarias y salas de exposiciones; el de Santo Domingo, oficinas de la Junta Canaria); otros son museos (Casa Lercaro); el hospital de los Dolores (1515) es una biblioteca municipal a punto de inaugurarse. Otros edificios son confiados a bancos o empresas privadas en régimen de usufructo. Pero es que muchos de los bienes catalogados son de propiedad privada. En ese caso, la autoridad municipal sólo puede hacer una cosa (aparte de aplicar las normas de protección): incentivar al propietario con subvenciones. A raíz de esta política, las calles se están remozando a velocidad de vértigo. Uno de los palacios más hermosos, el de Nava, podría ser convertido en parador, y la antigua fábrica de Álvaro, o de tabacos, será en breve hotel de lujo. Mención especial merece la residencia San Agustín, de la calle de Nava y Grimón; realizada en 1993 por el equipo de arquitectos Artengo-Menis-Pastrana, ha recibido varios premios y, lo que es más importante, posee el valor de lo ejemplar: la memoria de los clásicos (como Le Corbusier) está amasada con materiales y elementos que se funden y mimetizan con el resto de edificaciones, de corte tradicional. Seguramente, ése es el camino a seguir en estas ciudades insignes, si no se quiere que perezcan asfixiadas por el peso de la púrpura.
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  • La Laguna recupera el transporte sobre raíles que la conecta con Santa Cruz
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  • Vuelve el tranvía chicharrero
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