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  • Va a hacer 20 años que Ángelo Cambero y Nina Sedano crearon este pequeño hotel con encanto al borde del Camino de Santiago. Dos décadas de peregrinaje por el mundo de los sabores -es uno de los restaurantes más afamados de Navarra-, de la expresión artística -varias esculturas de Chillida, Oteiza y Aizcorbe pueblan el jardín, decorado a guisa de un claustro gótico flamígero- y también de la buena vida -desde 2003 pertenece al sello de los Relais & Châteaux-, con mucho esfuerzo y vocación hostelera. Su primera meta fue la adecuación al lujo de un mesón histórico situado estratégicamente en la confluencia de las calzadas que descendían de los pasos pirenaicos de Somport y Roncesvalles. Conscientes del tirón urbanístico de Puente la Reina y de la construcción de una autovía que acabaría uniendo las capitales navarra y riojana, no tardaron en aislar el hotel mediante un seto de arizónicas de considerable altura. Luego vino la ampliación de las instalaciones, con los ojos puestos en la clientela connoisseur de viaje sibarita por la región de los vinos y la alta cocina. Antigüedades de casa noble y pinturas de Ortega, Recalde, Rullán y Sobrino rubrican el refinamiento de su decoración. Una atmósfera culta reforzada por el poder envolvente de la música, muy bien escogida. Finalmente le llegó el turno a las habitaciones, mejor insonorizadas de lo que estaban y más afinadas en espacio y estilos, unas clásicas, otras minimalistas. Todas dotadas de cuantos detalles cabría esperar en un establecimiento así, salvo la calidad de las carpinterías y el excesivo protagonismo de ciertos miriñaques ornamentales. Las suites, por su amplitud y el buen apresto de su lencería, merecen los 30 euros suplementarios que valen con respecto al resto de las estancias. Nina en los fogones, Ángelo de maître por las mesas... Los Cambero agasajan como siempre en los asuntos del paladar, sólo que ahora tienen cuatro restaurantes donde colocar a sus huéspedes. A la hora del desayuno. De día, en la zona porticada, con vistas a la piscina. En la intimidad de los óleos y las vidrieras, las arañas y los bouquets de mesa. De boda -exclusiva en todo el hotel- o para concelebrar en pareja. Hay un menú degustatorio al precio de 65 euros y una carta amplia presentada en papel maché con un grabado antiguo del ars culinaria. Por nada habría que perderse las croquetas con jamón ibérico, una textura y un sabor con recuerdos de abuela. Los cafés, la bodega, la cubertería de plata, los brazos de las sillas, las velas de las mesas a medio gastar, la pérgola al fondo del jardín... Todo parece inspirado en un cuadro de Dalí. Porque, 20 años después, los Cambero continúan definiendo El Peregrino como "un hotel de modos antes que de moda".
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  • EL PEREGRINO, parada y fonda para sibaritas en la localidad navarra de Puente la Reina
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  • Una acogedora posada en el Camino de Santiago
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