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QUE LA POBLACIÓN china es la más numerosa del mundo deja de ser un tópico con sólo poner el pie en el aeropuerto de Pekín. Durante la mayor parte de nuestro viaje por China nos ha resultado difícil sustraernos a la sensación de agobio que producen las multitudes que recorren los lugares más turísticos del país asiático.
Al recorrer las numerosas dependencias de la Ciudad Prohibida en Pekín, al ascender por las acusadas pendientes de la Gran Muralla, al pasear en Hangzhou por el jardín del Puerto Florido o ante el ejército de terracota que en Xi'an custodia la tumba del emperador Qin Shihuang, fluye un caudaloso río humano. Esta afluencia diluye la fascinación que el pasado esplendor del Imperio Chino provoca al viajero.
Por ello no dejó de sorprendernos la soledad del complejo de las tumbas imperiales de la dinastía Ming, cuando las visitamos un atardecer. A las 13 tumbas de los Ming, desplegadas en forma de abanico a unos 50 kilómetros al noroeste de Pekín, se accede a través del Camino Divino. Se trata de un largo paseo flanqueado por 24 estatuas en piedra de animales (leones, camellos, caballos...) y 12 estatuas humanas de generales, ministros y altos funcionarios del imperio, que protegen el reposo del soberano y le sirven en el más allá. Fueron ésos los únicos seres que nos acompañaron a lo largo del recorrido, y quizá por ello pudimos notar con intensidad la penetrante mirada con la que vigilan los pasos del viajero.
Esta soledad contrasta con la del emperador Qin, que en Xi'an se hizo enterrar con un ejército entero y que en la actualidad debe hacer frente a otro tipo de ejército: el de los miles de turistas que diariamente visitan su mausoleo.
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