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  • Nadie puede evitar que haya locos que anden sueltos por el mundo. Dos de ellos fueron a dar con sus huesos en una venta, donde un titiritero llamado maese Pedro hacía a un mono predecir el futuro. "¡Voto a Rus!", exclamó admirado uno de los dos chiflados, el que atendía al apodo de Sancho Panza. El santuario de Rus, con una Virgen muy querida, quedaba al lado de la venta, a las afueras de la manchega población de San Clemente. Una villa en la que acaba la primera etapa y comienza la segunda de la ruta oficial de Don Quijote. Otro de esos locos andariegos que al final también ha ido a parar a San Clemente se llama Antonio Pérez. Un alcarreño trotamundos que, siguiendo el hilo del Tajo en 1957, conoció a los pintores Manolo Millares y Antonio Saura en sus guaridas de Cuenca. Se hicieron amigos. Antonio Pérez, en realidad, es un "coleccionista de amigos" (según Juan Marsé). Viajó a París y allí fundó con Pepe Martínez la editorial antifranquista Ruedo Ibérico, en 1962. Luego trabajó en la librería de otro comunista de fuste, François Maspero; la tienda se llamaba La Joie de Lire, y allí atendió a clientes como Juan Goytisolo, Jorge Semprún, Juan Marsé, Félix de Azúa, Carlos Fuentes... a todos los cuales fue incorporando a su colección de amigos. Y es que Antonio Pérez es, incorregiblemente, un coleccionista: de las obras de arte de aquellos creadores con los que tropieza y de cosas que él mismo encuentra y convierte en obras de arte. Un cambio de sede En 1975, Antonio Pérez volvió a España, se acomodó en Cuenca, en una casa de la calle de San Pedro, justo enfrente de la de Antonio Saura. Allí fue almacenando sus tesoros de arte. Tantos que finalmente, en 1998, los donó a la Diputación de Cuenca, creándose la Fundación Antonio Pérez (con sede en un antiguo convento de carmelitas, en la misma calle). Por diversos avatares o conjunciones astrales, vaya usted a saber, en la villa de San Clemente se quedaba vacío el Ayuntamiento, uno de los edificios más hermosos del Renacimiento manchego; y entre el Consistorio local, la Diputación provincial y la Fundación Antonio Pérez llegaron al acuerdo de instalar allí un Museo de Obra Gráfica. El museo abrió sus puertas en febrero del pasado año. Nadie queda indiferente ante la unión entre lo viejo y lo nuevo. El edificio es soberbio, con relieves que plasman en la piedra los gestos del buen gobierno. En contraste con la armonía humanista de la fachada, con los suelos de terrazo, con los tirantes y vigas de madera enjuta y renegrida, la obra gráfica que cuelga por las paredes es puro grito, no destemplado, pero tremendo. Los grabados (aguafuertes, serigrafías, litografías, xilografías) responden a una estética gestual, la que abrazaron los artistas que podrían adscribirse al grupo de Cuenca. Los manuales de arte moderno, con más propiedad, se refieren al grupo El Paso, que entre los años 1957 y 1960 reunió a pintores como Saura, Millares, Canogar, Feito o Rivera; este grupo, junto con el catalán Dau al Set (Tàpies, Cuixart, Joan Ponç...), fueron de los únicos que escaparon a la anemia de la España franquista. El resto de artistas acogidos en el museo tienen todos que ver con esa estética, ya sean del action painting o expresionismo abstracto americano, del grupo Cobra u otros más bisoños. Como los fondos superan el millar de obras, y apenas hay espacio para unas 200, se van a añadir a las siete salas actuales nuevos espacios. Y se quiere reavivar el taller de grabado que ya funciona en el inmueble de la Universidad Popular. Esos cursos, concertados con la Universidad de Cuenca, servirán para bombear artistas y hacer del museo un motor que galvanice y revitalice al pueblo. Todos piensan hoy en eso. Un caserón pegado al museo va a ser convertido en hotel (que se sumaría a la estupenda oferta de Los Acacios). Otro factor favorable es el paso por el pueblo de la nueva autopista de peaje AP-36 (Ocaña-La Roda), que vuelve a poner a San Clemente en el mapa de caminos. Así que en adelante serán muchos más los que sucumban a la sorpresa. Nadie se espera un pueblo así. Un conjunto histórico articulado en torno a dos plazas, Mayor y del Pósito, cuya bisagra es un templo gótico donde al parecer metió algo de mano el insigne Vandelvira. Una villa de líneas rectas y limpias, con bastantes palacios o resto de ellos, algún que otro convento en activo, un puente medieval y otro romano, y la antes citada y cervantina ermita de Rus. Una villa manchega donde se han propuesto anidar algunos soñadores actuales, quijotes en su versión más genuina: lejos de la arqueología, cerca de la utopía.
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  • San Clemente alberga la colección de arte de Antonio Pérez
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  • Una sorpresa manchega
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