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  • Córdoba vive su efervescencia cultural con prisas y sin pausas -y mayo es un gran mes para disfrutarla-. Candidata a ser elegida en 2016 capital cultural europea, en estas cuestiones el tiempo no corre, vuela. No hay que olvidar que la ciudad andaluza es una de las que poseen un mayor casco histórico en Europa, y que su economía nunca se ha distinguido por su holgura. Los trabajos de restauración de su ingente patrimonio artístico se suceden a buen ritmo, las intervenciones urbanísticas están transformando la cara del río y algunas barriadas, los proyectos de ocio se multiplican (acaba de abrir la Ciudad de los Niños, un gran parque con 22 atracciones) y comienzan a surgir hoteles que dejan a un lado la estética kitsch que marcaba la judería y otros barrios turísticos. Ayuntamiento, Junta de Andalucía, obispado y empresas privadas se codean en tan ambicioso objetivo. La llegada del AVE, en 1992, no es ajena a esta transformación. Un aporte que ha generado un notable incremento del turismo, sin que hasta ahora lo haya acompañado una mejora de las infraestructuras hoteleras, lo que redunda en una enorme dificultad a la hora de encontrar plazas en temporada alta y en unos precios desorbitados (¡Hay quien reserva directamente a través de los mayoristas extranjeros!). Lavarle la cara al río "Tenemos una de las gestiones integrales del agua más avanzadas y ecológicas de España, recibimos el río mucho más sucio de lo que lo devolvemos", comenta Luis Rodríguez, delegado de Cultura. Córdoba se ha esmerado en lavarle la cara al Guadalquivir para el disfrute de los ciudadanos mediante el acondicionamiento de su entorno. Lo primero que salta a la vista es la actual restauración del puente romano, la torre de la Calahorra y la Puerta del Puente, esta última recién concluida. Forma parte del Plan de Actuaciones del Puente Romano y su Entorno, emprendido por la Junta de Andalucía y dirigido por el arquitecto Juan Cuenca, miembro del histórico Equipo 57. Hoy, el puente luce embutido entre estructuras y mallas protectoras, y una serie de miradores y exposiciones permanentes instaladas en los antiguos molinos hidráulicos permiten hacerse una idea del devenir de esta zona de la ciudad. Una de las intervenciones más notables en el ámbito del río grande (que es lo que significa Guadalquivir en árabe) es la del barrio de Miraflores, frente al casco histórico, con remodelaciones de viviendas, un parque de reciente creación y un puente nuevo de acero corten, de línea discreta y sobria (los cordobeses son conservadores en materia de estética), que enlaza esta barriada con el centro. Parte de esta actuación es el acondicionamiento de la ribera del río, que lo ha convertido en un lugar delicioso para pasear, tomar el sol tibio de la mañana y contemplar las mejores vistas de la mezquita, envuelta entre el verde tierno de sauces y álamos. A lo largo de un par de kilómetros, pasarelas de madera sin tratar, praderas de gramíneas, manchas de tarajes, jaras y plantas aromáticas, así como bancos y un mobiliario discreto e integrado, acompañan a los aficionados al ejercicio, los abuelos entumecidos y los paseantes en general. Y entre la vegetación, un jardín de piedras pintadas de Agustín Ibarrola, integrante también él del Equipo 57. Azudes y aceñas En este mismo barrio se espera con impaciencia la puesta en marcha del famoso Palacio de Congresos proyectado por Rem Koolhaas (retrasado por cuestiones presupuestarias) y el Centro de Arte Contemporáneo, que le prestarán a la ciudad califal un soplo de modernidad del que ha carecido hasta hace poco. Los numerosos molinos hidráulicos de origen hispano-musulmán que se bañan en el río también han sido objeto durante estos años de diversas intervenciones por parte del Ayuntamiento. Uno de los más interesantes es el de Martos, hoy dependiente del Jardín Botánico de Córdoba, que, dicho sea de paso, es uno de los lugares más atractivos desde el punto de vista didáctico y científico de la ciudad. Los molinos del Guadalquivir se conocieron entre los siglos XIII y XVI por el nombre de aceñas (del árabe as-sania, noria de tiro) y fueron los grandes protagonistas de la industria harinera de la capital. El de Martos se encuentra ubicado en el azud conocido históricamente como Parada de San Julián y fue el principal de cuantos lo rodearon. De ser aceña harinera durante la época islámica y bajomedieval, pasó a convertirse en molino de regolfo y batán entre 1550 y 1565. Hoy, el Jardín Botánico, también a orillas del río, integra en su oferta este molino restaurado con sutileza en 2006 por el arquitecto Juan Navarro Baldeweg y que conserva los restos de su estructura. Forma parte del patrimonio etnológico y etnobotánico de la ciudad, y ayuda a interpretar la historia a través del uso del agua y la tradición del empleo de las plantas como fuente de alimento y de producción industrial: paños y tejidos, pieles. Las iglesias fernandinas El casco histórico ha conocido un trabajo de recuperación bastante notable durante los últimos años. Desde la Corredera, hoy convertida en centro de encuentro con sus innumerables terrazas y bares, hasta el barrio del Alcázar Viejo, o los jardines del Conde de Vallellano, se ha restaurado prácticamente un 80% del casco histórico. Además de pasear a la suerte entre sus calles enjalbegadas, asombrarse ante los espléndidos patios que dejan entrever su intimidad tras las cancelas, y saborear los olores y el murmullo quedo de la vida cotidiana, se puede hacer una de las rutas más interesantes: la de las iglesias fernandinas, en el barrio de la Axerquía Norte (del árabe shark, levante, por hallarse en el noreste de la ciudad). Requisito imprescindible: gozar de buenas pantorrillas y manejar un plano en condiciones que no sea el turístico al uso. Cuando Fernando III reconquistó Córdoba en 1236, hasta entonces en manos musulmanas, fundó 14 parroquias con la intención de evidenciar la fe de los nuevos pobladores. Aunque la realidad apunta a que casi todas fueron anteriormente mezquitas, y que dichas iglesias no se levantaron hasta finales del siglo XIII, en época de Alfonso X, por lo que sería más adecuado llamarlas iglesias alfonsíes. Hoy se conservan 11 en total. Algunos autores aprecian en ellas influencias cistercienses, mientras que otros detectan elementos de origen galaico, lo que se explica por la influencia de los caballeros gallegos que se sumaron a las tropas castellanas. Aun siendo diferentes entre sí, las iglesias fernandinas se caracterizan por tener una planta de tres naves con ábsides, cubiertas de madera y con elementos mudéjares. Las puertas de acceso pertenecen por lo general al románico de transición, están abocinadas y formadas por arcos ligeramente apuntados, de degradación y apoyados sobre columnillas. Algunos de estos templos, como el de Santa Marina, de imponente aspecto defensivo y uno de los más populares por hallarse en el barrio en que nació Manolete, mantienen un espléndido artesonado o alfarje mudéjar. Otros, como el de San Miguel, destacan por su portada del gótico primitivo. La iglesia de San Agustín, que preside una plazoleta en la que pegan la hebra vecinos y mochileros, muestra una espadaña de cuatro ojos y está en pleno proceso de restauración. Lo mismo sucede con la de San Lorenzo, en un sencillo y hermoso estilo románico de transición, con un rosetón mudéjar con arcos entrelazados. Por lo demás, todo el barrio está en pleno proceso de recuperación en un ambicioso plan de rehabilitación integral municipal, y las iglesias están siendo restauradas con recursos de la Junta de Andalucía y el obispado de Córdoba. Descubrirlas a través de calles y recodos sólo requiere paciencia y curiosidad. La 'milla de oro' Así ha bautizado el ingenio popular el ensanche urbanístico del llamado vial norte, o Plan Renfe, por sus lujosas y costosas infraestructuras. Una operación urbanística de gran calado, terminada en 1995, que soterró las vías del ferrocarril a lo largo de tres kilómetros, para cubrirlas de espacios verdes y edificios de viviendas de un gusto y una calidad irreprochables. A esta operación pertenece la actual estación de trenes. En ella participaron la Junta de Andalucía, el Ayuntamiento, el Ministerio de Transportes y Renfe, que sin embargo se apeó en un tramo del proyecto, cuyo coste total se estima en unos 108 millones de euros. Hoy, este vial se extiende junto a la estación y ofrece perspectivas generosas, zonas ajardinadas que combinan alberos, arbolado, espacios infantiles, quioscos e imaginativos juegos de agua que refrescan el ambiente estival. La zona también se conoce por el paseo marítimo, tras convertirse en eje de ocio y lúdico, con sus abundantes bares de copas de diseño cuidado. Algunos de los edificios que forman esta nueva barriada son obra de Rafael de la Hoz, uno de los arquitectos cordobeses más reconocidos y un experto, entre otras cosas, en edificios de viviendas: una modalidad que en este país está por los suelos. Los edificios Nazca I-II son uno de los ejemplos más destacables. Llaman la atención por su parapeto de ladrillo cerámico azul que refleja el cielo y protege las viviendas de las incidencias del sol, y sus oquedades de luz y color que dejan respirar el edificio. Es también notable y de reciente creación el edificio Atlántico, situado en la zona norte (Isla del Hierro, 1), proyectado por un equipo dirigido por Joaquín Caro y José Sánchez Pamplona, dos asiduos ellos también de la constructora Noriega, de gran prestigio en Andalucía. Este voluminoso edificio se ha recubierto de piedra caliza, madera y paneles de hormigón polimérico de color verde cacería, que, en palabras de Joaquín Caro, "han logrado que el edificio parezca vivo, mediante el efecto vibrante de los paneles con textura de ondas, en los que se refleja el sol de diferente manera a lo largo del día". Los miradores interiores y los patios, que se han concebido horizontales en lugar de verticales para apurar las vistas de la sierra, les prestan un ritmo especial a las fachadas. Una hotelería diferente La hotelería cordobesa se ha caracterizado durante bastante tiempo por su uso y abuso del reclamo turístico fácil y la fantasía neomorisca tan propia de las calles más transitadas de la judería. En la actualidad, varios hoteles han dado un giro a esta estética alambicada para ofrecer un estilo singular más acorde con los gustos actuales. El más notable en este sentido es el palacio del Bailío, de los siglos XVI al XVIII, hoy recuperado por la cadena Hospes como exclusivo hotel de cinco estrellas, el único de esta categoría en Córdoba, y de reciente apertura. En época romana, la casa estaba situada en la parte alta de la ciudad, junto al foro. En tiempos de Al Ándalus también estuvo ocupada, y cuando Fernando III el Santo reconquistó la ciudad, la casa fue cedida a la familia Cárcamo. Perteneció a continuación a los Fernández de Córdoba, y así pasó de mano en mano hasta que Rafael Castrejón la compró al torero Machaquito en 1929 ¡por la módica cantidad de 150.000 pesetas! A esa época pertenece esencialmente su estructura actual, con sus jardines, caballerizas y granero, que se distribuían a lo largo de 4.000 metros cuadrados. De entonces se ha conservado también un salón y algunos detalles neocalifales tan del gusto del siglo XIX. Hoy se ha convertido en un hotel de línea moderna, despejada y elegante, en el que imperan las iluminaciones y los tonos blancos, las telas aterciopeladas, los tornasolados sutiles y algún detalle que celebra el arte califal, como son los paños de pan de oro y plata de las paredes, que evocan los matices que adoptan las puertas de latón de la mezquita grande bajo la luz rasante. El arquitecto encargado de la restauración es el granadino Ángel Ramón Martínez del Valle, y del interior se ha encargado el equipo de diseñadores del propio Grupo Hospes. "A la hora de enfrentarnos al proyecto", comenta Marcel Gago, director de Hospes Design, "ha primado el respeto por el espíritu del edificio, la conservación de sus elementos originales, tanto en arquitectura como en los materiales: puertas, techumbres y demás". De hecho, el jardín intramuros, que recuerda los patios andalusíes con sus arriates fragantes y su serena placidez, se ha respetado siguiendo el criterio de Patrimonio, que no ha permitido que se pavimentara, por lo que se ha recubierto de una grava de arena y cal, con el fin de que fuera transpirable. En algunas habitaciones se han restaurado de forma impecable unos frescos del siglo XIX que representan al Gran Capitán (Fernando González de Córdoba) y distintas escenas del Quijote. Un envoltorio moderno y sosegado para un edificio que destila historias pasadas. El mismo que, poco a poco, parece que va vistiendo la gran capital omeya.
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