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  • La fuerza de la tradición justifica a veces el funcionamiento a pleno gas de un establecimiento hotelero que debería haber pasado ya por un tratamiento dermoestético. Y aunque el Rocamar vio la luz en el año 1975, su plena integración en el alma turística de Cadaqués lo convierte en un clásico de esta apacible localidad de la Costa Brava, donde los riscos marítimos se doblan como una cuchara en la península del Cap de Creus y el surrealismo pictórico de Salvador Dalí la tuvo durante décadas chincheteada en el mapamundi social del arte y la cultura. El edificio parece que hubiera estado ahí, en un extremo de la bahía, toda la vida. Llegar hasta él añade el aliciente de orillar el Mediterráneo a lo largo de un vial trompicado de calas de arena fina, viviendas tuneladas sobre el borde del mar, terrazas muy animadas en verano y remansos de pesquerías hoy expuestos al frecuente petardeo de las motos, los fines de semana. Desde cualquier ángulo, las vistas sobre Cadaqués y su bahía constituyen el principal reclamo de este hotel para elegirlo frente a otros más actuales. Sus jardines se descuelgan en terrazas por las faldas del promontorio hasta un sendero de pinos, olivos y arena que rodea la subpenínsula en que se ubica, extrañamente lívida con las luces de la aurora. Los interiores recrean en parte el frescor de alfar de un patio mediterráneo andaluz, en parte el paisaje curvilíneo del modernisme catalán. Las habitaciones, en su mayoría orientadas al mar, pecan de espartanas y algo oscuras para una estancia inspirada en la luminosidad del litoral. Redecoradas hace un lustro, apenas dejan hueco para la cama, un tresillo arrinconado junto a la terraza y un par de lámparas de mesa incómodas para la lectura. El sistema de aire acondicionado emite a veces un ruido molesto. Y el cuarto de baño ofrece sólo lo esencial, con un ajuar algo desgastado y un kit cosmético decepcionante por la escasa calidad de sus productos. Algo más estimulante parece el restaurante, que, sin alharacas gastronómicas, retiene a los huéspedes con un equipo de servicio entrenado en las maneras de antaño. Diligencia en la mise en table, elaboraciones sensatas y un bufé alimentado desde primera hora de la mañana.
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  • ROCAMAR, un hotel como los de antes en la bahía del pueblo gerundense
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  • Un lujo de vistas sobre Cadaqués
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