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  • A Sepúlveda no solamente se va a dar cuenta de un asado en el Figón de Ismael, propiedad del actual alcalde de la villa. Ni a pasear por el parque natural de las Hoces del Río Duratón, cuyo centro de recepción e interpretación ha sido instalado en la iglesia de Santiago tras un lamentable reacondicionamiento de su planta mudéjar. También cabe la posibilidad de no hacer nada, absolutamente nada, si es que la expresión del dolce far niente cabe en la agenda de los fugitivos ociosos del fin de semana. Aflojar el músculo, dormir a pierna suelta, leer y callar como acostumbran los huéspedes repetidores de esta posada, gobernada por Pilar Alonso y su hijo Millán en un barrio periférico de la localidad segoviana. Sus muros datan del siglo XI, cuando sirvieron de residencia palaciega a la familia Gil de Gibaja, remodelados en los siglos XV y XVI para hacerla orbitar en torno a un patio interior muy señero en el uso de la piedra, la madera noble y los juegos de sombras generados por su estructura porticada. Silencio de sobra Como es previsible en una casa noble abierta a la intemperie del patio, en invierno las estancias se mantienen frescas, tal vez en exceso, lo que augura una agradable temperatura durante los tórridos meses del verano castellano. En su decoración se han engarzado troqueles de madera, tallas polícromas de vírgenes y santos, pomos de bronce, cabeceros de forja, arañas y plafones, óleos y grabados, así como una extensa colección de objetos de anticuario en un estilo de remordimiento característico del lugar, quizá, aunque sombrío y algo abigarrado. El comedor se alivia un poco gracias al color de las elaboraciones y el ambiente hogareño de sus rincones. En los dormitorios, igualmente austeros, se respira el aire de otros siglos, incluso en el apresto de las camas, amplias pero insoportablemente agrestes en sus colchones. La escasa luz de una lamparilla de mesa impide la lectura fácil, y no todas se abren al paisaje del Duratón a través de un balcón. El cuarto de baño regala un espacio inútil que podría ser aprovechado para mayores lujos, como el de una ducha termolúdica o un ajuar cosmético a tono con los valores de la posada. En descargo de tales carencias, sobran metros de silencio y mucho recogimiento. Factores necesarios para unos días de descanso. Pilar Alonso y su hijo Millán ofrecen el resto. Su amabilidad y buena disposición son la recompensa que el viajero obtiene por renunciar al confort de otros hoteles en la zona con mejores instalaciones, pero menos emocionantes y, desde luego, no tan auténticos.
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  • POSADA DE SAN MILLÁN, muros del siglo XI y un patio de madera en Sepúlveda
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  • Austeridad y recogimiento en familia
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