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  • Me gustan las ciudades habitadas por gatos. Como Roma, como Oporto. Gatos mestizos bajan del castillo de la Zuda, parador de turismo de Tortosa, desde donde se contempla el Ebro y la sierra de Coll-Redó. Sobre las paredes del cauce, pintadas contra el trasvase. "Lo riu es vida". Atraviesan el río puentes de metal, y una escultura puntiaguda con un águila lo apuñala conmemorando a los caídos en el frente: sólo a unos caídos. De la guerra y otros retales oscuros de la historia quedan túneles que bajan al Ebro. Tortosa es subrepticia. Los gatos y la tonalidad verdosa, que desde las aguas se refleja en su piedra color miel, le confieren una luz subacuática que la convierte en un enclave imaginario. Como si alguien hubiese echado un cubo de agua para diluir sus fachadas a punto de caerse. El castillo de la Zuda (zuda, pozo: el agua como marca del lugar) está situado en lo que fue la acrópolis romana. Las murallas compartimentan Tortosa dándole aspecto de rompecabezas: la aljama tortosina, la ciudad cristiana, los restos andalusíes, la Tortosa comercial y modernista, la nueva ciudad extendida hacia el recinto ferial y el acceso a la autopista del Mediterráneo. La zuda o la suda, los fonemas oscilantes: desde la catedral sube hacia el castillo el Carrer de la Suda, y muchas mujeres, bautizadas en honor de la patrona, se llaman Cinta, Sinta, el nombre del hospital, de la peluquería... En la catedral se guarda el fragmento de cinta que, según cuenta la leyenda, las embarazadas regias se prendían alrededor del vientre para evitar los males. Sigo a una gata de cuatro colores y me detengo frente al palacio de Montagut, sede de la Comunidad de Regantes. Dentro del palacio se conserva una de las entradas a la ciudad, el Portal de Tamarit. Tortosa es secreta y superpuesta. A cada paso aparecen restos de lo que fue, insinuaciones del umbral que comunica ciudades separadas: la comunidad judía fue importantísima hasta que el Papa Luna convocó unas sesiones para discutir la pérdida de sentido del judaísmo. La disputa de Tortosa (1413-1414) es preámbulo de la expulsión de los judíos. Permanecen los nombres de calles y plazas -exenta, con arbolado dispuesto geométricamente, la de Mossèn Sol-, la judería, los vericuetos entre los que he perdido a la gata. La catedral (siglos XIV-XVIII) se asienta sobre lo que fue el foro romano, la mezquita y la seo románica. Es una mole oscurecida, sin torres, con recovecos que entran y salen para que, junto a las gárgolas, las arpías, los barbudos... aniden las palomas. Al interior se accede por un par de puertas, integradas en el dédalo del plano, que conducen a un claustro cisterciense. La catedral alberga capillas impresionantes como la barroca dedicada a la Virgen de la Cinta, rematada en una cúpula, y la del Rosario, perfilada por la labor del trépano en su bóveda de crucería. Esta catedral es única en Cataluña por su doble deambulatorio. Edificaciones modernistas Salgo del templo atravesando las columnas salomónicas de la Puerta de L'Olivera, y en el Carrer de la Rosa me sorprenden el sólido Palau Campmany, el Palau Oriol -sede del conservatorio- y el Palau Despuig (siglo XV), con una ventana rematada en arquivoltas rectangulares y falsas columnas. En la misma calle, una fachada modernista y curva. Las edificaciones modernistas de Tortosa son el emblema de su esplendor burgués a comienzos del siglo XX: desde el matadero, azul, al lado del río, hasta las casas que jaspean la animada zona comercial, el Carrer del Ángel, el de la Sang, Sant Blai... En su confluencia con Cervantes se alzan la Cámara de Comercio, una bombonera y una casa con miradores. No puedo acabar el paseo sin mentar tres joyas: el Palacio Episcopal (siglo XIV), de estructura gótica organizada en torno a un patio con escalera; el Palau Oliver Boteller (siglo XV), una de las familias de comerciantes tortosinos más influyentes y el magnífico atrio de los Reales Colegios, con los relieves de reyes de la Corona de Aragón. Alrededor, las casas se caen a pedazos. Hay antenas parabólicas, ropa tendida y local de Cáritas. La gata cuatricolor me sonríe desde uno de los balcones. Los tortosinos son muy amables. A pocos kilómetros, el parque natural del Delta del Ebro es otro incentivo para visitar una zona donde el aceite, el arroz y las ancas de rana dejan al viajero-tripero un magnífico sabor de boca. Guardo para la gata un pedazo de anguila . - Marta Sanz (Madrid, 1967) es autora de las novelas El frío, Lenguas muertas y Los mejores tiempos.
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  • Paseo por la capital del delta del Ebro, un rompecabezas de callejuelas y palacios
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  • Seguir a una gata en Tortosa
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