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  • No se hagan ilusiones, Borat no vive aquí. De hecho, la película que catapultó a la fama al humorista Sacha Baron Cohen está oficialmente prohibida en Kazajistán. De cualquier manera, la ha visto todo el mundo. En el bazar de Astana, la capital, entre imitaciones de perfumes Chanel y excedentes militares soviéticos, las copias piratas del filme son un éxito de ventas sin precedentes. Y es que, aunque Borat nunca estuvo realmente en Kazajistán, algunas cosas parecen salidas de su febril imaginación. Entrar al país es ya una odisea. El vuelo desde Francfort -uno de los cuatro únicos destinos europeos de la línea aérea nacional- aterriza en Astana a las cuatro de la madrugada. Al cruzar la caseta de migración recibo un papel que me conmina a registrar mi ingreso en la comisaría de mi distrito cuanto antes, trámite que aparentemente deberé realizar en ruso. Y finalmente, las maletas tardan una hora en salir del avión. Los extranjeros comentan que siempre se pierden las maletas en ese aeropuerto. A veces, para siempre. Yo siento que he entrado en la dimensión desconocida. Sin embargo, los kazajos son las personas más hospitalarias que he conocido. La mayoría se sorprende al ver un extranjero. Dicto un seminario para estudiantes de cuarto año de relaciones internacionales. Les hablo de literatura, cine, América Latina y España. Al final de cada charla, las preguntas más insistentes son: "¿Le gusta Kazajistán?". "¿Es la primera vez que viene?". "¿Qué le parece la comida?". Un día, una estudiante me invita a su casa a tomar el té con su madre. La señora me regala un libro en ruso. Le explico que no leo ruso, pero no le importa. Ella sólo quiere regalarme algo. Luego le ordena a su hija que me regale algo. Me voy de ahí con un libro en ruso, un perrito de peluche y la agradable sensación de tener una familia en Kazajistán. Un pueblo en la estepa La principal atracción turística de Astana es el presidente Nursultan Nazarbáyev. Su foto rodeado de niños kazajos adorna las paredes de la ciudad. Su mano y su firma figuran en los billetes de todas las denominaciones. Los dos museos más grandes de Astana están dedicados a él personalmente: incluyen sus objetos personales y sus ideas. Es la primera vez que veo museos dedicados a algo que está vivo. La misma Astana es una creación de Nazarbáyev. Hasta hace diez años era un pueblo en medio de la estepa. Hoy, aquí se construye a marchas forzadas la futura capital de Asia central. Encabeza las edificaciones la residencia del soberano. A sus espaldas se eleva una pirámide de 150 metros de altura diseñada por Norman Foster. Frente al palacio, el Baiterek, un mirador esférico de 300 toneladas y 105 metros de altura, construido en un cristal que cambia de color según la luz del sol; es el símbolo de Astana, y guarda el sello de su creador: un relieve en bronce de la mano del presidente. Alrededor de esos edificios, una ciudadela monumental encarna la imagen de un Kazajistán donde hasta la tradición tiene tintes futuristas. La mezquita Nur Astana tiene capacidad para 5.000 fieles y minaretes de 62 metros de altura. Los ministerios son edificios ultramodernos de cristal ahumado. Junto a ellos se eleva un costoso complejo residencial de lujo. Pero la mayor parte de los edificios está aún en construcción. Se espera que el país comience a refinar su propio petróleo en cuatro años, y que la ciudadela esté terminada en 10. [Kazajistán tiene unas gigantescas reservas de petróleo y gas, además de importantísimos yacimientos minerales]. De momento, durante el día, las grúas y camiones erigen la moderna capital de un país próspero, y de noche, los gigantescos edificios yacen vacíos en la oscuridad. La ciudad del pasado Cruzando el río Ishim se llega al mundo real. Durante el invierno, cuando la temperatura baja hasta los 40 grados bajo cero, el río se convierte en una pista de patinaje gigante, y los pescadores abren agujeros en el hielo para lanzar sus anzuelos. En el verano es un lugar para pasear y comer shashliks, que es como se llaman las brochetas de carne. En algunos restaurantes sirven shashliks de caballo. Están ricos. En una plaza de la calle de la República hay un ajedrez gigante. Los escaques están pintados en los mosaicos del suelo, y las piezas de hierro miden casi un metro. Los kazajos que se reúnen a jugar parecen generales dirigiendo a sus ejércitos. Al lado del tablero hay una caseta policial para el guardia que cuida las piezas. La vieja ciudad de Astana discurre a lo largo del margen derecho del Ishim. El centro, en las cercanías del río, es una parte obsesivamente moderna. Sus edificios combinan cristales ahumados con cúpulas de estilo turco, y sus centros comerciales están decorados con pantallas gigantes y neones. El edificio de la televisión pública de la calle Kenesari tiene la fachada llena de luces de colores, como un gigantesco árbol de Navidad de hormigón. Pero la ciudad se transforma conforme uno se acerca al barrio de Órbita, la parte vieja. Los complejos residenciales, llamados jruschovskas en honor del sucesor de Stalin, son grandes edificios homogéneos, sin adornos ni lucecitas. La crudeza del invierno está marcada sutilmente en el terreno. No hay mendigos, ni perros callejeros, ni nada que se muera por debajo de los 10 grados bajo cero. Las calles están surcadas por tuberías de calefacción de un metro de diámetro. Enterrar esas instalaciones es demasiado caro. Así que, cuando se topan con una esquina, las tuberías se elevan para dejar pasar los coches, formando grandes arcos de aluminio gris. Es la Astana soviética, progresivamente oscurecida por el brillo de la nueva. Los contrastes de Astana se aprecian claramente desde el vuelo de regreso. Entre el Baiterek hasta Órbita, la capital se va volviendo más baja y uniforme, menos luminosa y monumental. Pero lo más impactante en la ventanilla es la estepa que rodea la ciudad, una llanura infinita, sin árboles ni montañas, sin nada que interrumpa el vacío. Kazajistán tiene el tamaño de Europa occidental (2,7 millones de kilómetros cuadrados; más de cinco veces España), pero la población de Holanda (15 millones de habitantes, el 36,5% de los cuales son rusos). La siguiente ciudad en importancia está a veinte horas de tren. Sola en mitad de la nada, Astana parece desde el avión una pequeña isla de la estepa, una lucecita de Navidad emergiendo de la nieve. .
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  • Astana, la capital de Kazajistán, un experimento en medio de la estepa
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  • Borat no vive aquí
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