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  • Mucho antes de que se inaugure la Bienal (del 10 de junio al 21 de noviembre), en Venecia se desata la caza del palazzo. El nuevo orden político, junto con el espectacular crecimiento experimentado, sobre todo en las dos últimas décadas, por la Bienal más prestigiosa del mundo, requiere cada vez nuevas sedes, tanto para las representaciones nacionales como para las iniciativas paralelas que se propagan por toda la ciudad. La Bienal se convierte así, no sólo en una ocasión para admirar a muchos de los mejores artistas del momento, sino también para descubrir palacios privados, misteriosos y ocultos, que se abren al público sólo en raras ocasiones. Es el caso del Palazzo Benzon, un hermoso edificio del siglo XVII convertido -hasta el 23 de septiembre- en sede temporal de la Galería de Arte Contemporáneo de Bérgamo, para acoger la muestra Antropología de un planeta, de Jan Fabre. Los visitantes se desplazan por las salas de techos altos con vista al Canal Grande, ocupadas por las esculturas e instalaciones del artista belga, bajo la atenta mirada de un jardinero que periódicamente refiere sus preocupadas reflexiones a la señora de la casa, una elegantísima anciana que parece querer disculparse por haber abierto las puertas de su histórica mansión al vulgo. Una pequeña galería Sin embargo, se trata de una necesidad que el mundo del arte veneciano ya ha convertido en virtud. La galerista Michela Rizzo (www.galleriamichelarizzo.net), que regenta un minúsculo espacio al lado de la plaza de San Marcos donde no caben más de dos obras, suele llevar a sus clientes a su cercana morada, donde expone -y vende- la mayoría de piezas. Con motivo de la Bienal ha alquilado otro enclave secreto, el Palazzo Pesaro Papafava, donde ha instalado los últimos trabajos de Damien Hirst, enfant terrible del arte británico, célebre por sus animales diseccionados conservados en formalina. En esta ocasión, Hirst convierte los símbolos iconográficos cristianos en medicamentos e instrumentos quirúrgicos, en una treintena de obras, reunidas bajo el título de New religion (Nueva religión), que encarnan los nuevos dioses de nuestra época, aquellas pastillas que Los Beatles llamaban mother's little helpers (las pequeñas ayudas de mamá). Como la gran mayoría de los palacios venecianos, también el Pesaro Papafava se construyó con su lado más hermoso hacia el agua, así que la rica fachada gótica se podrá admirar sólo desde el canal de la Misericordia, por donde no pasan los vaporetti, aunque sí los taxis acuáticos. Este medio de transporte permite no sólo desembarcar en el muelle privado de las mansiones, sino también desplazarse por canales poco transitados, que ofrecen una inédita perspectiva de la ciudad. Tiene su embarcadero privado también el Palazzo Soranzo van Axel, al lado de la iglesia de Santa Maria dei Miracoli, elegido por el Gobierno mexicano para su primera participación con pabellón en la Bienal.Frente a la imposibilidad de encontrar un espacio cerca de los Giardini, principal sede del evento, México ha optado por una laberíntica morada gótica que bien se adapta a la atmósfera fantasmagórica de la exposición. Desde el patio interior, una imponente escalera de piedra conduce a las salas que hizo construir en 1473 el procurador de San Marcos, Nicola Soranzo, ahora sumidas en la oscuridad que requieren las instalaciones audiovisuales interactivas de Lozano-Hemmer. El salón donde a partir de 1600 el rico mercader flamenco Van Axel celebraba sus fiestas está iluminado con cien bombillas que parpadean al compás del corazón de los últimos cien visitantes, mientras que el estudio y la habitación del conde Dino Barozzi, un célebre anticuario que adquirió el palazzo en 1920, acogen una obra que convierte al visitante en una antena humana que le permite sintonizar radiofrecuencias con su cuerpo y que le consiente interactuar con figuras proyectadas en el suelo. De allí, a través del animado campo Santa Maria Formosa, se llega a la Chiesa de San Gallo, una pequeña capilla privada, tan cercana a San Marcos que la mayoría de turistas pasa de largo. Hasta el 24 de noviembre es imprescindible detenerse, pues acoge Ocean Without a Shore, el último trabajo de Bill Viola, una sobrecogedora instalación audiovisual que materializa la transición de lo espiritual a lo material, de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida. Mitos y leyendas Va de fantasmas también Ghost Story, la instalación de Willie Doherty, protagonista de la primera participación de Irlanda del Norte en la Bienal, que se presenta en unas dependencias del Instituto per l'Infanzia. El pequeño pabellón, habitualmente cerrado, situado en el jardín de esta entidad gubernamental, resulta especialmente adecuado para un vídeo que combina los mitos y leyendas de un país con una historia cargada de hechos sangrientos con su compleja realidad actual. La interacción entre obras y lugares genera una atmósfera vagamente inquietante y excitante a la vez, que se vuelve a experimentar en el Palazzo Fortuny, el edificio gótico transformado por Mariano Fortuny en su vivienda-taller a principios del siglo XX, que se abre después de casi 20 años. El motivo es la muestra Artempo, que exhibe una extraordinaria selección de obras sobre el tema del tiempo, procedentes de la ecléctica colección de Axel Vervoordt. Grandes maestros como Bacon, Giacometti, Warhol, Picasso, Klein y Duchamp se exponen junto a Tàpies, Tony Cragg, William Kentridge y Richard Serra, entre otros, rodeados por los objetos de Fortuny (una cabeza maorí, un enorme tapiz, una misteriosa librería...), en un mágico cuarto de las maravillas, que tiene su broche de oro en las instalaciones in situ de Anish Kapoor, James Turrell y Thomas Schütte. Del otro lado del Canal Grande, en Dorsoduro, está el plácido jardín del Palazzo Zenobio, con la instalación Wahalla, del australiano Callum Morton, mientras que en el salón de baile barroco se presenta una muestra de artistas latinoamericanos emergentes.
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  • Una ocasión única para visitar históricos edificios privados
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  • La Bienal invade los 'palazzi'
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