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  • Hay cola para trepar a lomos de estos animales. Pero lo que más llama la atención es la cantidad de niños que esperan inquietos el momento de verse sentados sobre esa silla elevada de dos plazas, la misma en la que se acomodaban los viejos aventureros de principios del siglo XX, habituados a recorrer los 700 kilómetros que separan Chiang Mai, al norte de Tailandia, de la capital del país, Bangkok, a lomos de un elefante. El viejo medio de transporte de los lugareños es hoy una atracción turística exótica que deja huella en la imaginación. Y segura. Los elefantes no entrañan peligro. Sólo hay que dejarse llevar y contemplar desde las alturas la belleza de los exuberantes bosques de teca y pino por donde marchan los grandes mamíferos mientras el cuidador, acomodado sobre la cabeza del animal, dirige la aventura a golpes de talón en las orejas y gritos que indican si hay que seguir de frente o torcer a la derecha. Todo está organizado para que el viajero disfrute, a la vez que la empresa organizadora hace caja. Lejos queda ya la imagen divina que antaño tenían los elefantes. Hoy, este animal que fue símbolo del rey, vive de y para los turistas. Así que nadie debe sorprenderse si el mamífero hace una parada estratégica ante un árbol donde, en un chiringuito digno de Tarzán, venden plátanos. Es para que el aventurero de pago pueda dar de comer al elefante. Y que nadie se asuste si de pronto, desde algún rincón oculto, brilla un flash. Y si luego, al finalizar el paseo, le ofrecen esa foto en la que los protagonistas siempre salen con cara de chiste. Balsas de bambú Son muchas las agencias de Chiang Mai que organizan estas excursiones cuya duración oscila entre una hora y una semana. Se venden combinadas con lentos descensos por ríos a bordo de tradicionales balsas de bambú. Y no se extrañe nadie si durante la travesía río arriba aparecen vendedores con el agua, literal, hasta el cuello ofreciendo collares, pulseras, cerámica... Es un pequeño y habitual mercado flotante. Turistada o no, el paseo es, seguro, una experiencia curiosa, tanto por lo divertido del torpe meneo del animal como por el entorno. Si el lento balanceo provoca risas, más gracioso resulta aún ver cómo, gracias a un estricto adiestramiento, los paquidermos asiáticos, grises y más pequeños que los africanos, son capaces de jugar al fútbol, caminar a tres patas, pintar un cuadro y hasta pedir limosna y coger euros, dólares o bats con la trompa. Este rincón del planeta esconde más secretos que conquistan a niños viajeros. Como visitar una fábrica de sombrillas chinas, la de Bosang, donde todo se crea de manera artesanal, según técnicas tradicionales que se transmiten de generación en generación. Es curioso ver cómo se talla el bambú que hará de soporte a los paraguas. El colorido de los papeles de arroz y de las sedas secando al sol es hermoso. Pero lo que más les gusta a los niños es que pueden pintarles, allí mismo, en su camiseta una mariposa, o flores... ¡a la carta! Alojarse en una aldea remota También pintorescas son las visitas a las aldeas remotas habitadas por tribus donde el viajero tiene varias opciones: pasear entre las casas de bambú, comprar recuerdos y hacer fotos miles, o alojarse en alguna de estas casas y compartir unos días con una familia. Hay empresas locales que se encargan de organizar las estancias. Y hay muchas tribus a elegir. Por ejemplo, a las afueras de Chiang Mai está el poblado mon, de origen chino y conocido por sus coloridas vestimentas rebosantes de bordados. También los karen (tribu birmana a la que pertenecen las mujeres jirafa) huyeron de sus países a causa del hambre y las persecuciones políticas. Hoy habitan con gentes de otras etnias en una aldea de refugiados cercana a Chiang Rai, la ciudad más importante de la región fronteriza entre Tailandia, Laos y Birmania (ahora Myanmar), conocida como Triángulo de Oro por ser el mayor centro mundial del tráfico de opio. Los niños no perciben en toda su crudeza el fondo dramático que se esconde tras el exotismo de esta y otras aldeas. Lo que más sorprende es la cantidad de pequeños que corretean. Niñas jirafa con sus vistosos y terribles collares que juegan al pilla pilla con niñas yao, de origen chino; pequeñas mon de origen birmano con sonrientes akha que miran, muertas de risa, a los turistas escondidas tras un árbol. Sólo hay niñas y mujeres. Los varones, a estas horas, se dedican al cultivo y están lejos de las aldeas. Son los niños viajeros quienes más disfrutan al descubrir que hay pequeños como ellos que tienen costumbres distintas. Que visten ropas diferentes. Que comen alimentos inexistentes en Occidente. Un consejo: si va con los pequeños a visitar las aldeas de las tribus del norte, infórmese bien antes de lo que va a ver. La retahíla de preguntas curiosas de los niños viajeros es segura. Y las buenas respuestas son garantía de cultura y mentalidad abierta para el futuro. Viajar con niños es una aventura enriquecedora como pocas. Para toda la familia.
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  • Viaje de aventuras en familia por Chiang Mai, en el norte de Tailandia
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  • Balanceo a lomos de elefante
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