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  • En el suroeste de Lanzarote, desde el pueblo pesquero de El Golfo hasta el macizo de los Ajaches, se resumen las virtudes de esta isla canaria. Una ruta con pescado fresco, paisajes volcánicos, buenas playas y unas vistas de impresión. Si les pilla el día nublado en cualquier otro lugar de la isla y van a la caza de sol, no lo duden, ésta es su esquina. 1 El Golfo Para llegar a este pequeño caserío de pescadores se toma la carretera LZ-704 a la salida de Yaiza. Además de atravesar el malpaís -la tierra baldía de lava, imposible de transitar-, la carretera pasa entre dos islotes, o pequeñas montañas que no se vieron cubiertas por las coladas de la erupción del Timanfaya. Es una buena ocasión para observar la diferencia entre los dos: el malpaís negro y aristado, y los islotes ocres y erosionados. El pueblo de El Golfo, que se encuentra de cara al mar y de espaldas al parque nacional de Timanfaya, además de contar con algunos de los mejores restaurantes de pescado de la isla -decídanse entre el bocinegro, el cherne, la vieja o los gueldes-, cuenta con el Charco de los Clicos. Se trata de un lago de color verde manzana separado del mar por una lengua de arena y a los pies de un antiguo volcán. El color se debe a la concentración de una planta acuática, la ruppia, en su superficie. 2 Los Hervideros y las salinas de Janubio De camino hacia el sur por la carretera que bordea la costa llegamos a los Hervideros, que reciben este nombre por otro fenómeno de origen volcánico: se trata de las cuevas que se formaron al solidificarse la lava por encima del mar. El oleaje entra en estas cuevas, choca contra las paredes y sale a presión por donde puede, levantando columnas de agua pulverizada y borbotones que recuerdan a una ebullición. Las sendas y las plataformas de acceso a los Hervideros se deben, como tantas otras intervenciones en Lanzarote, a la mano de César Manrique, que también diseñó el mirador que domina las salinas de Janubio. Aquí ya abandonamos el territorio ganado al mar y nos adentramos en los colores ocres y terrosos de la isla antigua. Antes de las erupciones del Timanfaya, la caleta de Janubio se tenía por el mejor puerto natural de la isla, pero la lava hizo de las suyas creando una barra que lo inutilizó para el fondeo de barcos. Hoy, las salinas y la laguna de Janubio, junto a las casas de La Hoya y con el océano al fondo, forman una curiosa carta de colores. 3 Playas de Papagayo y playa Blanca Basta con atravesar la llanura del Rubicón, que es una extensión semidesértica en la que a veces se ve pacer a los dromedarios, para llegar a Papagayo. A estas seis playas de arena dorada y fina se accede por una carretera bien señalizada; eso sí, después de pagar un peaje de tres euros por coche. Las seis calas de Papagayo se llaman playa Mujeres, del Pozo, Papagayo, La Cera, Puerto Muelas y caleta del Congrio -la nudista o, mejor dicho, la más nudista-. De fondos verdes y azules, abrigadas por las rocas y de aguas tranquilas, no es de extrañar que sean uno de los lugares preferidos por los submarinistas para zambullirse en el mar y disfrutar de los paisajes acuáticos y de sus pobladores. Con unas simples gafas de natación se pueden observar pequeñas maravillas, como los peces lanceolados con una retícula negra en el lomo, marrones por arriba y naranjas por abajo, u otros casi redondos, de aletas largas y vaporosas, caras bobas y color negro que, al moverse, sorprenden con visos de azul cobalto. También se pueden ver maravillas algo menos pequeñas y hasta un poco intimidatorias, como las barracudas de lomo atigrado y movimientos sinuosos. Muy cerca de Papagayo se encuentra playa Blanca, uno de esos lugares donde las grúas no dejan ver las casas. Hace poco era un pequeño puerto, pero la construcción de villas y hoteles -hay uno en forma de volcán, ya saben, por si el huésped se olvida de que está en Lanzarote- lo ha transformado en un gran centro turístico alegre, guiri y desenfadado. 4 Femés Y para terminar, Femés, entre los picos del macizo de los Ajaches. Desde el mirador junto a la iglesia de San Marcial impresiona la vista sobre playa Blanca, punta Pechiguera -que es el extremo sur de la isla, con faro homónimo- y Montaña Roja, el único volcán en la llanura de Rubicón. A este lugar que queda a nuestros pies llegó en 1402 la expedición comandada por Juan de Bethencourt, el caballero normando que al servicio de Enrique III de Castilla comenzó la colonización de Canarias. El obispado con sede en Las Palmas todavía se llama Canariense y Rubiciense por esta llanura, donde se fundó la diócesis original. La gran isla que se distingue al otro lado del estrecho de la Bocaina es Fuerteventura, y un cono perfecto que despunta en medio de ella, el Tindaya, la montaña para la que el escultor Eduardo Chillida proyectó una obra de arte faraónica y sublime.
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  • 20070908
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  • Del verde manzana del Charco de los Clicos a playa Blanca y sus tonos azulados
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  • Tornasoles al sur de Lanzarote
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