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  • Fotografías, aquí, no". La advertencia llegó tarde, cuando el flash ya había iluminado la sala de acceso a la abadía de Lacock. De espaldas al mostrador, tres treintañeras japonesas sonreían a la cámara. Con sus sombreros de bruja y unas varitas mágicas en la mano, estaba claro el objetivo de su visita al bello complejo histórico del condado de Wiltshire, en el suroeste de Inglaterra. Viajaban en peregrinaje siguiendo la pista de Harry Potter. En el claustro de la abadía, fundada a principios del siglo XIII por la condesa de Salisbury, se han rodado escenas del colegio Hogwarts, el internado de la pandilla de magos creada por la escritora J. K. Rowling. "En los jardines y en el claustro sí se pueden tomar fotos. Aquí está prohibido", dice una malhumorada encargada mientras reclama 8,50 libras (unos 12 euros) para traspasar la entrada. Trabaja para el National Trust, propietaria y custodia de gran parte de la herencia arquitectónica británica, y se impacienta con los visitantes exclusivamente interesados en la conexión de Lacock con el cine de masas. La magia del lugar precede al archifamoso brujo. La abadía se levanta sobre una pradera bañada por el río Avon. Sus piedras dan fe del paso de la historia. Desde sus orígenes medievales como convento de siervas de los canónigos agustinos hasta su conversión en residencia privada a partir de la disolución de los monasterios ordenada por Enrique VIII en el siglo XVI. El propietario que más huella ha dejado en el complejo es sin duda William Henry Fox Talbot, inventor del negativo fotográfico. Un pequeño museo cuenta la historia de sus experimentos y exhibe, entre cámaras primitivas y tubos de cristal, uno de sus primeros éxitos: la fotografía o dibujo fotogénico de una ventana de la mansión. Talbot y sus antepasados respetaron los elementos medievales del convento, añadiendo una torre octagonal de tres plantas, establos y un almacén para elaborar cerveza. Por los jardines levantaron curiosas esculturas, algunas con cabeza humana y cuerpo animal, que poco tienen que envidiar a las extrañas criaturas que asaltan a los protagonistas de la saga Harry Potter. El equipo de la superproducción cinematográfica tiene previsto regresar a Lacock a finales de octubre para rodar escenas nocturnas en la abadía y en las calles del pueblo. La nueva inyección de capital ayudará al National Trust a continuar con el proceso de restauración del viejo herbario que plantaron las monjas. Entre muros de piedra es hoy un oasis de color, calma y aromas exóticos. Daniel Radcliffe, el Harry Potter en carne y hueso, se enfrentará al lord del mal, Voldemort, en la figura de Ralph Fiennes, en la sexta película de la saga, El príncipe mestizo. Los diseñadores del filme poco tendrán que modificar en esta aldea de ensueño que transporta al viajero a una era de nobles, granjeros y doncellas. Fachadas torcidas En sus cuatro calles se suceden casas de piedra y vigas de madera, con las fachadas torcidas por el paso del tiempo, graneros reconvertidos en mercadillos de artesanía y una panadería que sirve hojaldres tradicionales y sofisticados pasteles. En los viejos pubs es fácil tropezar con jóvenes vestidos con sus mejores galas. Muchos turistas han descubierto Lacock gracias a la magia de Harry Potter, pero el pueblo sigue siendo escenario favorito de los británicos para celebrar una boda por todo lo alto. Favorece a Lacock su cercanía a Bath, con su atractiva herencia romana, y la buena comunicación con Londres, ya sea por carretera o por tren, hasta la vecina Chippenham. De la estación de esta ciudad comarcal, y cambiando de andén en Swindon, un insólito tranvía de dos vagones prosigue con el peregrinaje hasta Gloucester, otro escenario de las embrujadas películas. El trayecto, de unas dos horas, recorre los prados de labranza orgánicos en torno a Highgrove, el feudo rural del príncipe Carlos. Casonas de piedra amarillenta procedente de la región de los Cotswolds, que antaño prosperó con el comercio de la lana y es hoy segunda morada de la nueva aristocracia de las artes plásticas y escénicas, desembocan en pueblitos escalonados en laderas de suaves colinas. Del horizonte emerge una vasta torre de 69 metros que domina sobre el resto de los edificios. Es la catedral de Gloucester, uno de los más originales y mejor conservados ejemplos del gótico inglés. Se impone sobre la zona comercial de la ciudad, con sus arterias bien señalizadas de calles y floridas callejuelas libres de tráfico rodado. Recuerda su estructura a la catedral de Canterbury, con una nave longitudinal dividida por el órgano y los tallados bancos de los coristas, y con una colosal vidriera de fondo del tamaño de una pista de tenis. En la capilla de Nuestra Señora, otra cristalera cuenta la historia de Jesucristo desde la perspectiva de la Virgen, mientras que la tumba de Eduardo II se convirtió en el siglo XIV en destino de peregrinos de media Europa. No hay pistas de Harry Potter ni en el folleto editado para los más jóvenes. Los voluntariosos guías se enorgullecen explicando los entresijos políticos de la historia de la catedral, aunque también están dispuestos a enseñar al visitante los secretos cinematográficos del templo. Manuscritos medievales Los pequeños magos se apropiaron del claustro de la catedral de Gloucester en las adaptaciones de los dos primeros libros de Rowling. Se trata de un magnífico espacio cerrado, con elaboradas bóvedas y cristaleras de colores, donde los monjes copiaban e iluminaban manuscritos medievales. En uno de los laterales aún se conserva la pila corrida de piedra para el aseo de los religiosos y los nichos donde colgaban las toallas. Cosa rara en los tiempos actuales, no se cobra entrada, aunque se piden donaciones, en especial a los que desean captar un recuerdo fotográfico, para mantener la catedral y colaborar en su restauración. El recinto bulle de actividad. Dentro, con un ambiente respetuoso, pero distendido. Fuera, un grupo de adolescentes ha acampado en el césped ante el disgusto de los mayores. Les gustaría que llevaran su algarabía a otra zona de la ciudad, como College Court, escenario del cuento de Beatrix Potter, El sastre de Gloucester. O tal vez a los Viejos Muelles, cuyos almacenes se están rehabilitando en museos, restaurantes, viviendas y tiendas de antigüedades. Sus antiguas compuertas para nivelar las aguas del río Severn y de los canales siguen funcionando, aunque a un ritmo más mesurado que en el siglo XVIII, cuando transitaban por los mismos muelles unos 600 navíos al año. De vuelta a Londres, la ruta de Harry Potter se detiene en Oxford, tras pasar por alto una serie de pintorescos pueblos de los Cotswolds. Hay dos paradas obligatorias en la villa universitaria: la Biblioteca Bodleian y Christ Church College, espléndida institución donde estudiaron Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas, y el poeta W. H. Auden, entre otras ilustres personalidades. La Bodleian es la biblioteca más antigua del país, además de fondo de reserva nacional, y aún conserva su sección original con los libros encadenados a las estanterías. Réplica del internado Hogwarts El Great Hall de Christ Church se convirtió en el gran comedor del internado Hogwarts, donde los aprendices se someten al albedrío de sus sombreros y donde reciben las cartas que les transportan sus respectivas lechuzas. Una réplica exacta del Great Hall se construyó en los estudios cinematográficos de Leavesden (al norte de Londres) para facilitar las tareas de rodaje. Ambos históricos enclaves ofrecen visitas guiadas al público y, en el caso de la Bodleian, con un recorrido específico por las localizaciones pisadas por Harry Potter. Al norte de Oxford, a una media hora en autobús aparece el pueblo de Woodstock y su vecino palacio Blenheim, cuna de Winston Churchill. Propiedad de los duques de Marlborough, el recinto palaciego se extiende por 800 hectáreas de bosque y jardines diseñados por el más famoso paisajista inglés, Capability Brown. Un singular cedro de unos 300 años de edad y con un colosal agujero en su tronco fue escenario de una fantasmagórica aparición del padre de Harry Potter en La Orden del Fénix, estrenada este verano. El visitante puede rememorar la escena paseando desde el famoso árbol al lago central del magnífico palacio donde hoy reside el undécimo duque de Marlborough. En Londres hay que cambiar de estación ferroviaria para terminar el circuito de Harry Potter por el suroeste de Inglaterra. El tren del internado Hogwarts parte de Kings Cross, y, en concreto, del andén 9 ?. De nuevo, turistas japoneses guían el camino apuntando con sus cámaras a un carrito de maletas empotrado contra el muro de ladrillo que traspasan los magos de ficción para embarcarse en una nueva aventura.
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  • Una ruta por Oxford, Lacock, Gloucester y otros escenarios de la saga cinematográfica
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  • La fórmula mágica de Harry Potter
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