PropertyValue
opmo:account
is opmo:cause of
opmo:content
  • Apenas lleva abierto un par de meses. No es un museo, exactamente. La BallinStadt es un espacio para la memoria y la reflexión. Para el recuerdo, ante todo, de cinco millones de personas que entre 1850 y 1939 emigraron a Estados Unidos desde el puerto de Hamburgo. En aquel país de acogida empezaron a llamar "hamburguesa" a un bocadillo de carne picada, barata, habitual entre aquellos emigrantes; pero nada tenía que ver con Hamburgo aquel sustituto de filete, era cosa de marinos ingleses, que copiaron con entusiasmo los más pobres y, por supuesto, los que cruzaban el charco. Algunos alemanes exiliados prosperaron, e inventaron productos que han llegado a convertirse en iconos norteamericanos; como los vaqueros Levi's, el ketchup Heinz o los cereales Kellogg's... Más de cuarenta millones de estadounidenses descienden de aquellos ancestros germanos. Albert Ballin, dueño de la naviera Hapag, construyó en Hamburgo unos hangares donde reunir a los pasajeros. Se han reconstruido tres pabellones, que son los que ahora alojan la BallinStadt; un plató por donde uno puede pasear, escuchar, oler, fisgar en las listas y documentos esparcidos sobre las mesas de los aduaneros, ver películas mudas de Charlot emigrante. Es, en fin, un lugar de reflexión; uno se topa al salir con un panel que cifra en 150 millones las personas que en los últimos años han tenido que abandonar sus hogares en todo el mundo. El puerto sigue siendo el gran motor de Hamburgo; es el segundo de Europa (después de Rotterdam), más de 10.000 empresas de importación/exportación canalizan por allí sus mercancías y un centenar de consulados tramita papeleos. Pero es además una baza turística. Varios barcos-museo permanecen atracados en sus muelles, 80 cruceros hacen escala cada temporada, y hasta cuenta con una especie de costa para el ocio (Oevelgönne) y playas urbanas. Pero está, sobre todo, el proyecto que llaman Hafen City, con horizonte en 2020. Aprovechando terrenos portuarios en desuso en el estuario del Elba, la ciudad va a incorporar unas 155 hectáreas, lo que supone un crecimiento del 40% en su tejido urbano. Habrá oficinas, viviendas y comercios, pero habrá además edificios singulares llamados a convertirse en los nuevos iconos de Hamburgo. Por ejemplo, la nueva sala para la Filarmónica, de los suizos Herzog & DeMeuron (2010), una especie de iceberg o témpano de material translúcido. No menos chocantes serán el óvalo de Rem Koolhaas, que alojará el museo marítimo y el acuario, o la nueva terminal de cruceros, de Massimiliano Fuksas, ambos edificios de formas orgánicas y carnadura transparente. Almacenes del siglo XIX Lo que va a ser esa urbe futurista puede contemplarse en una exposición permanente en la Kesselhaus, ubicada en lo que llaman Speicherstadt (ciudad de las especias), un elegante complejo de almacenes del siglo XIX, en ladrillo, trabados por canales, rehabilitados y destinados a pequeños museos y despachos. El agua está presente por doquier, es como el alma de ese anfibio recortado que es Hamburgo. Subiendo a la torre de St. Michaelis (el faro que primero veían los marinos) se entiende bien su anatomía. El Elba con sus brazos atiende al puerto, pero es otro el río que articula el casco antiguo: el Alster. Un cauce auxiliado por veintipico afluentes, que los molineros del siglo XIII lograron represar, formando dos lagos interiores que los domingos se llenan de barquitos a vela, como libélulas encendidas. Luego se fueron añadiendo canales, hasta 19 hubo, y se tendieron 2.500 puentes, más de los que tienen Londres, Copenhague y Venecia juntas. No hay puerto que se precie que no tenga su barrio del pecado. El de Hamburgo es el de St. Pauli; no faltan las vitrinas con mujeres que se exhiben (en el callejón sin salida Herbertstrasse), pero la zona se va decantando últimamente por el teatro y los musicales. A propósito, fue en ese barrio rojo donde empezaron en serio los Beatles. Acudieron allí en tres ocasiones, entre los años 1960 y 1962, y actuaron con contratos leoninos en antros que aún trajinan (Indra, Star, Kaiserkeller); allí grabaron su primer disco profesional, de teloneros, como los Beat Brothers, y dice la leyenda que gracias a esa grabación tomaron contacto con el que sería su mánager, Brian Epstein. Por alusiones (musicales) hay que recordar que en los órganos de St. Petri y St. Michaelis tocaron Bach y alguno de sus hijos, y que otro músico genial, Johannes Brahms, nació en la Speckstrasse y trató de hacer carrera en su ciudad. No lo consiguió, tuvo que mudarse a Viena. La casa de Brahms fue destruida por las bombas en 1943, pero en los años setenta se habilitó un inmueble barroco cercano como museo; tan convincente resulta con sus fotos, partituras y memorabilia que muchos preguntan si nació o vivió allí el bueno de Brahms; aquel hombre afable, taciturno y honrado, que no se atrevió con su primera sinfonía hasta haber cumplido los 43 años (acabaría siendo el más depurado maestro de esta forma musical después de Beethoven). La Liga Hanseática La vocación marina de Hamburgo viene de lejos. Por poner una fecha significativa, recordemos el Hansa teutónica, o Liga Hanseática, que monopolizó el Báltico desde la Edad Media. Apenas fundada la ciudad de Lübeck, unos comerciantes avispados de allí se asociaron para extender sus cambalaches a todas las orillas del Báltico. Primero firmaron un acuerdo con Hamburgo (en 1241) y luego se les fueron sumando otras ciudades, hasta llegar a unas noventa. Un mercado común avant-la-lettre (siglos XIV y XV) que sólo tras el descubrimiento de América (y el auge de monarquías voraces) se fue debilitando; en 1669 la Liga se redujo de nuevo a las ciudades fundadoras, Lübeck y Hamburgo, más el consuelo de Bremen. Por eso parece aconsejable entrarle a Lübeck con una colación en la Schiffergesellschaft, o sociedad de marineros, en cuyos bancos venerables, sobrevolados por maquetas de navíos, se reunían (y siguen reuniéndose) capitanes y tripulaciones, sólo separados por lengua o bandera, y también los turistas que puedan pagarse un suculento panfisch, a base de tres clases de pescado con salsa de mostaza. Junto a la entrada al local (en la plaza de St. Jakobi, o Santiago) hay otro portillo, marcado como Gotteskeller (sótano de Dios), que es una de las muchas cavas o comedores de caridad que poseía la ciudad. El peligro de los mares crea, al parecer, inclinación solidaria, y el mejor ejemplo es el hospital del Espíritu Santo, que está justo enfrente. Asombroso como pieza de arte, y asombroso el hecho de que estuvo acogiendo indigentes desde 1227 hasta 1970. Todo en Lübeck es ladrillo, y casi todo gótico. La ciudad conserva su cinto de murallas precedido por un foso y varias puertas; entre ellas, la Holstentor, la más acicalada, su símbolo, en cuyo interior puede verse un pequeño museo sobre el mundo del Hansa. Desde la torre de la Petrikirche se tiene el plano vivo de Lübeck a los pies, y se acierta a descubrir el secreto entramado de patios (Höfe) y pasadizos (Gänge) que amalgaman algunas de las mayores y más hermosas iglesias medievales de ladrillo en Europa. También hay casas barrocas; como la casa Buddenbrooks, que sólo conserva la fachada, el resto hubo de rehacerse. En esa mansión familiar, cuyos bajos servían de tienda (como en casi todas), vivieron su infancia los hermanos Heinrich y Thomas Mann, ambos escritores, aunque sólo al segundo le dieron el Nobel. Tituló su primera novela Los Buddenbrooks (1901), un fresco monumental cuyo marco son rincones de Lübeck que ahora se recorren en paseos literarios orquestados desde la casa, ilustrados por charlas y rematados con una cena en el Burgkloster. La familia Mann fue toda una saga; los seis hijos de Thomas tenían talento literario (sobre todo Klaus, el mayor), según puede apreciarse en la casa-museo, y el cine ha sacado tajada tanto de Heinrich (El ángel azul) como de Thomas (Muerte en Venecia, adaptaciones de La montaña mágica y varias versiones de Los Buddenbrook; la última todavía sin estrenar: una serie de Heinrich Breloer filmada en Lübeck este mismo otoño). Tres meses antes de morir en Zúrich, Thomas Mann regresó a Lübeck y a su puerto de Travemünde, a despedirse de sus propios recuerdos. Algo tienen en común Thomas Mann y Günter Grass. Además del Nobel, ambos unieron su celebridad literaria a un cierto compromiso moral frente al nazismo; sólo que Grass ocultaba en el armario devaneos juveniles que ha tenido el coraje de airear. Grass no nació en Lübeck, sino un poco más al este, en Dantzig (la actual Gdansk, paisano por tanto de Joseph Conrad). Pero tiene su hogar a las afueras de Lübeck y su estudio cerca del hospital del Espíritu Santo. Un hogar que a veces ocupa, no es tan raro tropezárselo en la escalera cuando uno sube desde la librería del piso bajo a la muestra de dibujos, aguafuertes, litografías, acuarelas, terracotas y bronces suyos en el segundo piso. Aquella casa no es una ruina, sino una mina, y ajenos a cualquier polémica, te venden como recuerdo unas botellas de vino italiano con la etiqueta diseñada por el artista escritor, o viceversa. (En vista del éxito de las casas de autor le están montando otra al político y paisano Willy Brand, a punto de abrir enfrente casi de la de Grass). La salida al mar de Lübeck es Travemünde (el estuario del río Trave). Un lugar despejado y hermoso, con playa y paseo kilométricos, un pueblito de pescadores, un casino y Kurhaus (balneario) que frecuentaban en el siglo XIX aristócratas rusos, y un mamotreto socialista, solitario, de los años sesenta; desde la cafetería del piso 36 se tiene la mejor vista de Travemünde, porque se ve todo... menos el propio mamotreto. Cruceros gigantescos pasan rozando a los bañistas, o a los jinetes que galopan por la playa, y entre otros veleros está anclado, ya para siempre, el Passat (alisio en alemán), un flyer que cubrió la ruta comercial con América entre 1911 y 1954; ahora es una especie de museo, pero se puede dormir en alguno de sus camarotes por 45 euros la noche. Una buena manera de revivir el espíritu aventurero y pragmático de las gentes hanseáticas, ungidas a lo que parece por el don bifronte del coraje y de la dicha de vivir.
sioc:created_at
  • 20071020
is opmo:effect of
sioc:has_creator
opmopviajero:language
  • es
geo:location
opmopviajero:longit
  • 2400
opmopviajero:longitMeasure
  • word
opmopviajero:page
  • 1
opmo:pname
  • http://elviajero.elpais.com/articulo/20071020elpviapor_1/Tes (xsd:anyURI)
opmopviajero:refersTo
opmopviajero:subtitle
  • La renovada ciudad alemana marca una ruta por los enclaves hanseáticos
sioc:title
  • Hamburgo, un puerto al futuro
rdf:type

Metadata

Anon_0  
expand all