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  • Quienes han serpeado por el puerto de Velate, y han sufrido sus pronunciadas curvas al paso de una interminable caravana de camiones, recordarán haber hecho alguna vez parada y fonda en la Venta de Ulzama. Entre chupitos, humo de tabaco y olor a gasolina, el asfalto cedía su protagonismo al paisaje verde de Navarra, a la tertulia vocinglera del comedor y al amor obsecuente de la familia Díez de Ulzurrun, propietaria de aquella mítica posada situada a medio camino entre Pamplona y San Sebastián. Cuatro generaciones de hosteleros generosos se han venido sucediendo desde 1850, representadas en la actualidad por Felisa Goñi, su nuera Inma Berberena y sus hijos Alberto y Óscar, dueños también de ese gran complejo para banquetes que es el Castillo de Gorraiz, en las afueras de Pamplona. Apenas media hora distan uno de otro, lo que anima a mucha clientela a degustar ambas cocinas entre el almuerzo y la cena. Claro que la especialidad ventera desde tiempos que no se recuerdan es la cuajada artesana elaborada con piedras candentes del caserío. Un manjar que ningún huésped elude si es doña Felisa quien se la sirve de postre. Hogar, atención y buenos alimentos continúan siendo aquí la divisa primordial para retener al pasajero. Mucha simpatía, mucho cariño personal. Si la fachada se enseñorea de la carretera con sus balcones prendidos de geranios, las alfombras rojas y los óleos dan prestancia a los pasillos y los salones, los tiestos ornamentan el alféizar de las ventanas y las labores de encajes envuelven las resmas de pañuelos en las habitaciones. Un regusto a venta vieja asciende por las escaleras. Un piso primero, luego el otro, abuhardillado. Ahí está la habitación 206, quizá la más coqueta de la casa, con sus cabeceros dobles de madera, la viguería a la vista y el ventanuco que filtra la luz para domesticarla en una inquietante semipenumbra. Más severa, la 103 sufre la incomodidad de un excesivo abigarramiento mobiliario, a costa de embutir una satisfactoria cama de matrimonio y abrir su frente a los montes de hayas que la resguardan. La cosa no acaba así. Un piso más abajo, donde el terreno se hace sótano, aparece por ensalmo una pista de squash junto a las cocheras y los almacenes del restaurante. Si el tiempo acompaña, nada más placentero que ensimismarse bajo el porche con un pacharán en las manos. A poco que se respete el silencio, ¡atentos, niños!, una manada de 20 ciervas propiedad de la venta saldrá de la espesura a buscar esparcimiento en la campa.
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  • 20071110
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  • VENTA DE ULZAMA, homenaje navarro a la hospitalidad desde 1850
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  • Veinte ciervas en las campas
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