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  • Puede que su nombre inspire la filigrana en plata y alpaca, el repujado en cuero y el guadamecil, pero los azulejos que esmaltan el patio de esta casa cordobesa proceden de Sevilla. Del siglo XVII, fecha de sus cimientos, apenas queda rastro en los salones subterráneos, la balaustrada de la escalera principal y la yesería de la primera planta. Menos es nada. Y nada sorprende que la clientela se pirre tanto por estos detalles, dada su procedencia mayoritariamente extranjera. La casa está casi pegada a la plaza de la Corredera, lo más castizo de la ciudad, a tiro de piedra de su Judería. Ya desde la cancela se vislumbra el patio, ensortijado de palmeras, plataneras, helechos y enredaderas sin ningún orden, con el relleno artístico del mes: hasta el 15 de enero próximo expone sus Historias de cobres y materias el pintor Teto Lagos. La biblioteca pretende allanar el paisaje culterano de la casa con libros de arte y guías turísticas de Córdoba. En el lugar de las antiguas caballerizas, con entrada principal por la Calleja de los Gitanos, la Cantina La Guadalupana evoca a ritmo de reggae más que de ranchera una inaudita presencia de México en la ciudad califal. Al fondo, la terraza ajardinada invita a solazarse bajo un sol invernal de eterna primavera, entre mallazos de trepadoras y macetas cuajadas de geranios. Apenas desempolvadas del arcón de la historia, las ocho habitaciones conservan en la primera planta el vigor de la forja en las barandas y en los cabeceros, el dibujo de las viejas solerías hidráulicas, la fragilidad de las puertas acristaladas, los armarios de época... Incluso, el amor de una chimenea diríase que clandestina en Córdoba. Una azagaya de guiños estéticos que Manuel Luque, su propietario, esgrime contra la sobredecoración actual de muchos hoteles. Lo pulcro, en su categoría formal, es aquí el color de las paredes, la armonización de los diedros, ese encuentro del añil, el albero, la grana y la naranja que tanto recuerda a Luis Barragán o a Ricardo Legorreta. Asomadas al patio a través de altos ventanales, sus nombres -Buganvilla, Pacífico- catapultan de nuevo a México, una de las pasiones viajeras de Manuel Luque. La otra es, simplemente, Córdoba.
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  • CASA DE LOS AZULEJOS, ocho habitaciones con los colores del sur
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  • Un patio cordobés
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