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  • Por pudor, que no rigor histórico, el parador de Calahorra fue consagrado desde su inicio a la memoria de Marco Fabio Quintiliano, hijo de la ciudad y uno de los egregios retóricos que ha tenido el Imperio Romano. Nada de lo que publicó a lo largo de su vida, ni siquiera la enciclopédica Institutio oratoria, ha servido de inspiración a sus muros de ladrillo rojo o sus salones de gusto vagamente renacentista, herencia monumental de la antigua Calagurris, pero queda bien recordarlo cuando se hace publicidad del lugar. El acondicionamiento reciente de sus exteriores, al final del paseo Mercadal, lo coloca de nuevo entre los paradores apetecibles por la consolidación económica de La Rioja, el auge del enoturismo en la región a través de una creciente red de bodegas, hoteles y restaurantes, y su emplazamiento estratégico entre las comunidades de la cornisa cantábrica y el arco mediterráneo. Tonos de otra época Un jardín con arriates, palmeras y sauces llorones; una pasarela discreta de acero inoxidable y un estanque entre rocas enmarcan la entrada con apenas disimulada humildad gracias al porche de vidrio y metal. Grandes portalones, ventanales y persianas abatibles adornan la fachada, anticipo de una retahíla de alfombras viejas, tapicerías gastadas, cortinajes rancios en tonos verdes, calderos y ocres, o unos muebles falsamente barrocos, que conforman ese fervor quizá ya atrabiliario de la red de Paradores por la estética Artespaña. Timorata y cicatera en presupuesto, la reforma obrada en 2002 apenas significó un lavado de cara y, eso sí, la eliminación de barreras arquitectónicas para la clientela discapacitada. Como antigüedad de cierto valor se exhibe un tríptico barroco en el salón de estar, junto a la salida de emergencia. Y como pieza decorativa contemporánea, la vasija de carrizo que preside los urinarios. El panorama estético no mejora en las 62 habitaciones, de traza cartesiana, con cabeceros castellanos de madera y cuadritos botánicos, cortinones de peso y una lámpara de pie a beneficio de inventario. Su funcionamiento, empero, es óptimo gracias al servicio de mantenimiento y al quehacer profesional de las camareras de piso. En pocos hoteles de cinco estrellas se entrega la ropa limpia de la noche a la mañana. La asistencia al huésped es inmediata y responsable, como la solícita amabilidad de quienes tienen a su cargo el agradable comedor, tanto en las cenas como en los desayunos. Una atención así merecería pronto un cambio de escenario.
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  • PARADOR DE CALAHORRA, el arte de un equipo detallista en La Rioja
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  • Huéspedes mimados y viejas tapicerías
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