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  • Quizá este bucólico sanatorio inventado por Carlos Bueno no sea tan literario como el de Davos, pero alivia inmediatamente a quien llega con prisas del mundanal ruido. Su emplazamiento en la sierra que guarda las espaldas a Llanes, con una panorámica insólita del Naranjo de Bulnes y los Picos de Europa, asiste a la terapia del espíritu igual que el de la novela de Thomas Mann, convertida en protagonista absoluta de esta aventura hotelera. Como incentivo al viaje, Bueno invita a pasar la noche a todo aquel que se presente con una edición inédita de La montaña mágica para su biblioteca. Y posee más de setenta diferentes. El hotel permanece desde 1992 agazapado bajo la apariencia de una aldea sobre 12 hectáreas de prados con hórreo, invernadero y cuadras, estas últimas para abrigar a una docena de caballos asturcones que suponen la distracción preferida de los niños. Ni la melancolía de los días de orbayu les impide campar a sus anchas por el complejo, indiferentes a la impostura de piedra, madera y teja roja que Bueno ha enhebrado en torno a la casería original, restaurada con evocaciones éuscaras y presa de un bucolismo Heidi que engatusa la mirada. El interiorismo sufre las consecuencias: pasamanería de forja, policromía de revista en las paredes... Una iconografía rústica en exceso, complaciente con los avatares del negocio hostelero. Decorado de novela para una arquitectura sin párrafos. A esta montaña literaria suben familias enteras de vacaciones y jóvenes parejas en busca de un refugio para el amor. Todos aprendices de bon vivants mimados por el hiperactivo propietario, quien sueña ya con sumar otras nueve habitaciones a las 14 existentes, en un tono quizá más sosegado y natural, lejos de esa predecible exaltación de lo rural. Los actuales dúplex gozan de mejores vistas y una sobrada amplitud de espacios, a veces devaluada por un horror vacui causante de una inútil aglomeración de muebles en su interior. La mayoría, con chimenea y bañera de hidromasaje. Vistas al verde, en todos los casos. Incluso con rincones mágicos, como el que ofrece la buhardilla 9: una galería en diedro con un par de butacones desde los que contemplar el bosque de Cuanda. Lástima que sean tan incómodos y que la línea basal de la ventana corte por los ojos. En proyecto tiene Carlos Bueno otros cabeceros de diseño propio -lo mejor de la casa en plan ornamental- y unas instalaciones más abiertas a la magia de la montaña. Con semejantes intenciones, ¿por qué no convertir entonces la biblioteca en un centro de estudios de Thomas Mann?
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  • LA MONTAÑA MÁGICA, frente a los Picos de Europa, un homenaje a Thomas Mann
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  • Qué descansadas vistas
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