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  • Paisajes, biodiversidad, playas, volcanes, ríos salvajes, selva, color, música, infraestructuras de a pie y de lujo, rica gastronomía y una hospitalidad que cautivan al viajero. Eso y mucho más ofrece Colombia, con unos precios competitivos y todo tipo de opciones viajeras. Proponemos un recorrido por el Caribe que baña la histórica Santa Marta y la selva del cercano parque nacional Tayrona, una joya ecológica a los pies de la Sierra Nevada, que en días claros muestra los picachos nevados del Bolívar y del Colón, los dos gemelos de 5.775 metros, las montañas más altas de Colombia, a 42 kilómetros de la cálida costa caribeña. Santa Marta, la ciudad más antigua de Suramérica, ciudad turística y capital del departamento de Magdalena, fundada el 29 de julio de 1525 por el adelantado don Rodrigo de Bastidas, ofrece el encanto caribeño en sus gentes y en sus calles, pobladas de puestos repletos de artesanía y frutas tropicales (maracuyá, mango, mandarina, zapote, níspero, mora, corozo,guayaba, tomate de árbol, milo...), de color y de música de mil ritmos por todos lados (la cumbia y el vallenato nacieron por estos pagos). Un recorrido por el centro histórico y el paseo marítimo sobre la bahía, una de las más hermosas del mar de las Antillas, nos lleva a la catedral de Santa Marta, también la más antigua de Suramérica. Al lado, la Casa de la Aduana, sede del Museo Tayrona, rodeada de feos edificios modernos, que pide una declaración de patrimonio histórico que detenga el acoso de la barbarie urbanística. Y desde allí, visita obligada a la Quinta de San Pedro Alejandrino, del siglo XVII, la última morada de Simón Bolívar hasta su muerte, el 17 de diciembre de 1830. Rodeada de un espeso y bien cuidado parque de 10 hectáreas, poblado de árboles gigantescos y centenarios (tamarindos, ceibas o bongas, caritos, orejeros, lluvia de agua, sobre los que caminan iguanas y se protegen centenares de pájaros), este museo y templo bolivariano es un remanso de paz y de historia, que guarda los últimos recuerdos y objetos personales del Libertador. El encanto natural caribeño hay que buscarlo cerca de Santa Marta en Taganga, un pequeño pueblo dedicado a la pesca artesanal, sin ningún tipo de instalaciones portuarias, al que hasta hace unos años sólo se podía acceder en pequeñas embarcaciones que dejaban al visitante en una recogida bahía. El boca a boca fue construyendo una imagen idílica de Taganga, donde los aficionados al buceo y a la soledad encontraban su paraíso perdido en el Caribe. Dicen que en aquellos tiempos, sin carretera, los jóvenes hippies llegaban a Taganga buscando paz, tranquilidad, unas puestas de sol inigualables y una maría natural, barata, que crecía generosamente en los alrededores... La oferta hotelera es variada en precios y opciones en la región. Y tanto Santa Marta como Taganga pueden servir de base para los próximos días en la siguiente visita al parque nacional Tayrona, a unos 30 kilómetros. Considerado como una de las reservas ecológicas más importantes de Colombia, sus 15.000 hectáreas de extensión, 3.000 de ellas de franja marina, y 80 kilómetros de litoral comienzan al oriente de Santa Marta y acaban en la desembocadura del río Piedras. Los árboles y sus nombres Con un desnivel que no supera los 600 metros sobre el nivel del mar, entre las estribaciones de la Sierra Nevada, que llega al mar, el bosque tropical húmedo posee una exuberante masa vegetal poblada de arbustos, plataneros, bananos, palmeras y árboles salvajes (caracoló, higuerón, jobo, guayabo arrayán, aramasigo -el único árbol al que no puede trepar ningún tipo de animal por lo resbaladizo de su corteza-, pringamosas, quesitos, palma amarga, añamus, mangos, aguacates, guayabas, naranjas, maracuyás, nísperos, zapote, papayas, banano, piñas...). El canto de una gran diversidad de pájaros y los gruñidos de monos que no se dejan ver nos acompañan por senderos por los que se va a pie o a caballo. El acceso al parque Tayrona (siete euros los extranjeros; 2,30 euros los colombianos) se aconseja hacerlo con guías profesionales. Hay que ir ligeros de equipaje, con buen calzado, una mochila con agua, linterna, pilas, alguna camiseta de repuesto, sombrero, crema solar y repelente para mosquitos. Se recomienda (que no se exige) vacunarse contra la fiebre amarilla, que será efectiva a los diez días de la visita. Hay varias opciones para hacer senderismo, en tramos de cuatro, seis o siete horas, y trayectos más cortos y asequibles que acaban en una costa salvaje -por lo natural-, con playas inmensas y solitarias, algunas peligrosas y traicioneras, llenas de troncos y ramajes escupidos por las olas; arrecifes y playas recogidas y accesibles, como auténticas piscinas de aguas cálidas. Una combinación de selva y mar en un paraje al que sólo se accede caminando; media hora el trayecto más fácil y accesible; de dos a tres horas otros parajes costeros más aislados y espectaculares. Cita obligada para los senderistas es llegar a El Pueblito, un remanso ecológico y una especie de parque temático de la cultura indígena, con restos arqueológicos de la cultura tayrona, con el escaparate de una familia de indios que se dejan retratar sin abrir la boca. Llegar hasta allí exige varias horas caminando por sendas de herradura y empedradas, que dejan al visitante exhausto y sudoroso. Abstenerse si no se está en buenas condiciones físicas. El descenso hasta las playas es peligroso para caminantes sin experiencia y buena forma física. Dentro del parque hay varios tipos de instalaciones para acoger a los visitantes -unos 600 al día; cuando se llena el cupo, se limita el acceso-; sitios de acampada, para tiendas o carpas (2 euros), o alquiler de hamacas con mosquiteros (4 euros), cercanos a playas seguras atendidos por chiringuitos que ofrecen comidas y bebidas de diferentes clases y precios; y donde sólo se oye el canto de los pájaros y las olas y la música vallenata de los grupos de chicos jóvenes que acaban de instalar sus carpas.En el parque hay también cabañas sencillas (bohíos) para pernoctar (15 euros), con asistencia de comidas y refrescos; y un grupo de cabañas de lujo (ecohabs), cercanas a la playa y con restaurantes confortables. Y en relación con los precios, un consejo: lo ideal para viajar por esta zona caribeña es hacerlo en grupos de tres o cuatro personas, ya que los hoteles, los medios de transporte y los guías turísticos cobran prácticamente lo mismo por uno que por tres o cuatro clientes. Y otra sugerencia: no alquile coches, son caros, el tráfico es complicado y cualquier avería o percance le podría arruinar el viaje; y pague siempre que pueda con tarjetas de crédito: están disponibles en casi todos los establecimientos y hacen el mejor cambio de moneda (2.500 pesos por euro en las casas de cambio; frente a los 3.000 pesos por euro pagando con tarjeta). Finalmente: no se obsesione con la comida; el pescado es la opción más abundante y barata. Pero aproveche la estancia caribeña para abusar de todo tipo de jugos (zumos) y frutas tropicales.Es una delicia y un recuerdo gastronómico que echaremos muy de menos al regreso.
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  • Ecoturismo playero en el parque Tayrona del Caribe colombiano
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  • A la sombra del caracoló
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