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  • El corazón, y no otras consecuentes razones, ha dictado lo que había de hacerse en la vieja casa de la familia Sánchez de Rivera. Torrijos no tiene el empaque histórico ni monumental de la capital toledana, así como tampoco la finca de recreo que el abuelo se hizo construir con porche y campanario junto a la vía del tren parecería el mejor sitio para poner en marcha un hotel. Pero el sentimentalismo de su nieto Javier y la perspicacia necesaria para reunir a directivos en cursillos de inmersión empresarial fuera de Madrid han alumbrado un alojamiento original. Su raíz arquitectónica es una interpretación algo cañí de lo que pudo ser una quintana manchega, utilizada hoy como entrada al hotel y zona de servicios comunes. Adosado a ella, el bloque de habitaciones es obra de nueva planta, cúbica, pura de líneas, aunque sin fluidez visual y fuera de escala. Un sincretismo estético quizá desprovisto de alma. Eso evidencian los dormitorios, sin otros alardes que unos grandes cabeceros de cuero y madera, edredones sobre las camas, suelos de tarima y láminas seriadas en las paredes. Tampoco mejora esa impresión el catálogo de comodidades habituales en un hotel de categoría media, como películas a la carta, juegos de PlayStation y una nutrida carta de almohadas -sintéticas, viscoelásticas, de látex, pluma y fibra hueca- que acuna a voluntad el sueño de los huéspedes. Ni entusiasman los cuartos de baño, dotados de una ducha con mampara nada epicúrea para lo que se ve hoy por ahí. La carpintería deja que desear, igual que el bufé de desayuno, recurrente y mínimamente atendido. Las lindezas aquí se encuentran más bien en la biblioteca, diseñada por el abuelo de la casa en los años cincuenta con libros del padre Mariana entre los elegantes anaqueles de madera. Una estancia reconvertida en un espacio sereno, gozoso para seminarios de empresas gracias a su mesa corrida, sus sillas multicolores y la araña vintage que cuelga del centro. Aún más vistosas son las antiguas bodegas, habilitadas como un chill out donde abstraerse del suburbio que envuelve al hotel. De noche, a media luz, este lugar proporciona el recogimiento que la arquitectura no otorga. Y, por último, el pequeño spa (especializado en envolturas y exfoliaciones corporales con cacao caliente, uvas, café, algas doradas y néctar de oro bajo la marca Germaine de Capuccini) se reserva en exclusiva a quien lo solicite, a fin de asegurar la intimidad que este tipo de instalaciones no suele ofrecer. Único, por ahora, en La Salve.
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  • LA SALVE, en Torrijos, una reconvertida casona ideada para encuentros de negocios
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  • Convenciones en una finca manchega
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