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  • Si lo que busca el viajero son vestigios, la torre cilíndrica de Mota del Marqués, en la A-6, no le defraudará. Desde el altozano distinguirá las antiguas tierras del marqués de Ulloa. Los trigales y patatales no han cambiado, pero ahora se alternan en el paisaje con parques de placas cerámicas que vampirizan la energía del tradicional sol de justicia de estos páramos. Junto a la iglesia de San Martín, unos viejos juegan a la petanca y cientos de palomos vuelan un vals. TIEDRA Una carretera entre chopos conduce hasta la cercana Tiedra. Su fortaleza es una imponente mole del siglo XIII que despide la tarde hacia poniente. En su parteluz descansa un buitre y el campanario del Salvador vigila el aire. En la plaza porticada, ni un alma. La farmacia luce desierta. En estos pueblos, los campesinos curan sus penas en el bar. Discuten si habría que introducir algún dulzor en la santa trilogía cabernet-merlot-tempranillo de las uvas. Y mientras discuten, juegan, beben y rellenan la quiniela. Son pueblos que ven peligrar sus escuelas por falta de alumnado. Los pocos niños que corretean las calles son felices con un balón a medio inflar. Ellas también juegan al fútbol. La de quince años se alinea con el de cinco. No hay generaciones ni separación de sexos. Los fines de semana son una fiesta porque viene algún veraneante más. Los lunes vuelve la soledad. La basílica de San Cipriano, en San Cebrián de Mazote, es mozárabe, coqueta y sostenida por arcos de herradura y columnas corintias. Con materiales romanos y visigodos, y una inspiración islámica que se atribuye a monjes constructores procedentes de Córdoba en el siglo X, el espacio arquitectónico resulta sobrecogedor por su armonía, con sus tres naves separadas por columnas de mármol. También tiene sus siglos la iglesia de Santa María de Wamba, asimismo de origen mozárabe, lugar donde se supone que fue coronado el único rey godo que nos sabíamos de aquella interminable lista. Un valle de pinos se abre ante el monasterio de la Santa Espina, de origen cisterciense y fachada neoclásica, atribuido a Ventura Rodríguez. El románico aquí es contundente, lo cual no impide que arquivoltas y capiteles muestren ciertas florituras y alardes. Hoy, el monasterio acoge también un Museo de Aperos de Labranza. Cerca, en la población, una tasca restaurante tienta al peregrino con sus carnes. MEDINA DE RIOSECO Medina de Rioseco es la capital, con sus calles porticadas y su dársena al Canal de Castilla. Y con un secreto del siglo XVI que nadie debe perderse: la capilla de Álvaro de Benavente en la iglesia de Santa María, con las yeserías de Jerónimo del Corral, de una vitalidad artística desbordante. En el muelle se alza la fábrica harinera San Antonio, que conserva intacta toda su maquinaria cereal. El trigo, el vino y la lana partían de aquí en gabarras y chalupas con la intención de ganar el puerto de Santander. Al final, el Canal se quedó en un sueño de 207 kilómetros. Desde Rioseco se puede navegar hasta la séptima esclusa, en Tamariz de Campos, con su laguna poblada por dos centenares de especies diferentes de aves. Olmos, sauces y fresnos marcan la singladura a bordo del Antonio de Ulloa. El centro de recepción de viajeros alquila asimismo piraguas y bicicletas. Si la tarde es buena, la sensación de felicidad no tiene medida. El reloj de Villabrágima, bajo el que discurre la carretera, adelanta diez minutos para que los vecinos no lleguen tarde a misa. El conjunto de plaza y calle bajo palio es entrañable, junto a la torre chata de la iglesia. Un poco más allá, Villagarcía de Campos presume de colegiata-museo del siglo XVI. El visitante puede admirar cuadros, tapices, joyas y reliquias de doña Margarita de Ulloa, su fundadora. URUEÑA Es imposible no detener el auto cuando uno enfila la subida a la fortaleza de Urueña desde la ermita de La Anunciada. Las almenas arden en el sol rojo del atardecer. Desde el arco de El Roto, parroquianos y forasteros disfrutan en un ocaso que se pierde hacia los montes de Zamora y Portugal. Urueña es la prueba de que el futuro de los pueblos depende de los hombres. Este castillo de 150 habitantes debería haberse despoblado hace años. El empeño de los locales por restaurar la muralla atrajo al folclorista Joaquín Díaz, que creó aquí un centro etnológico y un museo de campanas. Después, el músico Luis Delgado abrió su museo de instrumentos y el cantautor Amancio Prada se instaló en los alrededores. Hoy, Urueña es la primera Villa del Libro de España, con fondos de todas las administraciones. Las calles de Urueña -circulares, defensivas, laberínticas- guardan blasones de antiguas familias linajudas. Sentado en el adarve de la muralla, un gato blanquipardo contempla el paisaje. El aroma a pan de pueblo se mezcla con el tufo de las chimeneas y los asados de los restaurantes. Diseminadas entre las callejas, diez librerías especializadas, dos estudios de grabación, un taller de encuadernación rústica y el centro e-Lea, que investiga bibliografías y expone la historia del libro. Pese a todo, el Ayuntamiento busca una familia de cuatro hijos para salvar la escuela. Garantiza trabajo y casa. Interesados, contactar.
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  • Vinos, piedras y librerías en una ruta por los montes Torozos
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  • La verde estepa de Castilla
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