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  • Primero fue el Ávila Golf;luego, el toledano Palacio Eugenia de Montijo, y ahora, el Palacio de Arenales, en las afueras de Cáceres. La expansión inmobiliaria del grupo Fontecruz anega de pocería hotelera el territorio peninsular sin que parezca a salvo ninguna capital de provincia con interés histórico-monumental. Granada puede ser la próxima. Todas con proyectos cinco estrellas acaparadores de atención local, a cual más amanerado, a cual mayor pastiche arquitectónico. El hotel cacereño adopta la estructura de un cortijo en la antigua finca de verano de los Golfines -una familia muy principal en la ciudad-, de la que apenas se conservaban las caballerizas, parte de la casa madre y unas dependencias posteriores con vistas al olivar. El arquitecto José Ramón Zorita tuvo que sufrir lo indecible para transformar estas ruinas en un hotel con entrada desde el spa. Pero no, no es una originalidad, sino la consecuencia de una caprichosa vertebración del aparcamiento en un plano inferior que canaliza todo el movimiento hacia la instalación termal. En medio del equívoco, uno está obligado a arrastrar el equipaje por el adoquinado y husmear entre puerta y puerta dónde demonios se encuentra la recepción. Otra bicoca es circular por el interior hasta dar con las habitaciones, tan enrevesada parece la planta del edificio. Menos mal que la acogida es amable, aunque distante, por parte de un equipo aún en rodaje. El atrezo a cargo de la firma KA International suaviza, con sus telas Toulouse crudo, sus sofás Sufolk y las butacas Brandon, tanto empacho de historicidad mural, de arquitectura ampulosa. Igual que Luis Gordillo, Bonifacio Alonso y Darío Basso ponen con sus grabados el contrapunto contemporáneo a los pasillos y las zonas comunes. Esta tesitura es más evidente en las 46 habitaciones, entarimadas de madera, tapizadas en colores terrosos e insonorizadas al tráfico de la N-521, que raya unos cigüeñales inanimados. Los baños huelen a limpio, aunque la cosmética sea de baja calidad y la ducha reduzca sus emociones a una bañera estrecha con mampara. Para aguarse con mejor fundamento, el spa ofrece 700 metros cuadrados con sauna, hammam, duchas Vichy, salas de relajación con colchones térmicos y cabinas para recibir masajes revitalizantes o sesiones de fangoterapia. Un pasadizo oliente a cocina conduce hacia los dormitorios. Desde aquí, el acceso a la piscina exterior promete vistas a la llanura cacereña. Lástima que este mirador natural se vea afeado por la zona de servicios del hotel (depósitos, basuras, propano...), como si no hubiera otro lugar para situarla en las 26 hectáreas que posee la finca.
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  • PALACIO DE ARENALES, un hotel en un antiguo cortijo a las afueras de Cáceres
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  • Puertas al campo
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