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  • Bienvenidos a nuestra casa, estamos a su disposición", manuscriben los propietarios sobre una cuartilla entregada al tomar el huésped posesión del dormitorio. Aún de madrugada, el agasajo parece sincero y promete una estancia a la bartola. Torre Laurentii es un hotelito de discreta planta modernista, arrebujado entre otras viviendas anónimas del casco histórico de Sant Llorenç de la Muga (Girona), en el límite occidental del Alt Empordà. Ajena a la moda de lo rural y muy lejos del manierismo que hoy define el encanto, la edificación refleja de puertas adentro la naturalidad con que Stephan y Cristina han materializado su sueño emprendedor y la exigencia formal con que interpretan ahora su rol de perfectos anfitriones. La arquitectura sortea el discurso historicista y fluye sencillamente a través de los muros, de piedra vista allá donde la había; sobre los suelos de terrazo catalán; por los estucos y molduras art déco que conservaban los techos antes de abrigar un hotel. Incluso el mobiliario subraya sin estridencia la coquetería de quienes antaño habitaron el lugar. Un chapón oxidado hace discreta la entrada. Aparecen a continuación los vidrios, unos ángulos rectos, esas oquedades por donde se filtra la luz. Nada aparenta porque sí antigüedad. Nada desentona en su estética centenaria. La iluminación artificial, comedida en el gasto, crea ambientes. Y marca el paso hacia las habitaciones, vertebradas en distintos planos, localizadas en el cuerpo central del edificio o alrededor del jardín, que da acceso con mucho disimulo al gran aparcamiento trasero. Silencio sin horario En verano cobran vida sus terrazas, las fuentes con ranas, los balconcillos frutales, el césped geométrico y los parterres, limpios pero no enfermizamente ordenados. A todo ello se asoma la suite 4, continente de dos pequeñas alcobas arcadas y un zaguán que separa el salón de estar y el cuarto de baño, ennoblecido con encimeras de mármol negro y una bañera de hidromasaje. Cada estancia tiene su propia personalidad, en parte legada del pasado y en parte ensoñación lúdica de sus propietarios. Una escogida biblioteca pone la nota cultural a la experiencia. El despertar, aquí, no tiene horario. Y exige avisador, tal es el silencio que se vive en la casa. Los propietarios en persona dirigen el culto matinal del desayuno: zumo de naranjas recién exprimidas, cereales y bollería casera, amén de cuantas elaboraciones se le antoje a la clientela, asistida por un servicio de mesa amable y mimoso con los detalles -el segundo café, por ejemplo, se sugiere de una sola dosis-. Y lo que es más reconfortante, al amor de la chimenea, en un celler (antigua bodega) decorado con mucho gusto. A la hora en punto, las campanas de la iglesia de Sant Llorenç animan la plaza. ¡Qué pereza el volver a casa!
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  • TORRE LAURENTII, un hotel familiar de siete habitaciones en el Alt Empordà
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  • El culto al desayuno
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