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  • Ni sombra de duda. El fuego más célebre en la Comunidad Valenciana arde en su capital. Y lo hace desde ayer con los irónicos muñecotes de los ninots, los kilos de pólvora de la mascletà y los pasacalles. Pero no nos engañemos: éste no es sólo el año de la ciudad de la Copa del América. Es el de Alicante. Y lo es por varias razones. Siguiendo con la catarsis fallera, porque se cumplen 80 años desde las primeras Fogueres de Sant Joan (del 20 al 24 de junio). Y en lo deportivo, porque el puerto acoge la Volvo Ocean Race. Una regata transoceánica por Singapur o Estocolmo (Suecia) que zarpará el 11 de octubre. Alicante ya ha empezado a vestir su puerto con los trabajos del paseo-mirador de 500 metros de largo y ocho de ancho, de madera y hormigón, y que se "ajardinará" con palmeras de mentirijillas (en acero y madera). Un proyecto del arquitecto e ingeniero alicantino Florentino Regalado, conocido por la esbelta torre Soinsa de Benidorm. La antigua estación del transbordador a Orán (Argelia) se renueva a marchas forzadas para acoger las oficinas de la prueba. El resultado (previsto para julio) se intuye ya desde la Explanada de España, el famoso camino de ondas de mármol rojo, negro y marfil de seis millones de teselas. Pero para soñar con la ciudad que será, debemos conocer la ciudad que es. Debemos saber que la estación ferroviaria de 1858 da la bienvenida al viajero con una bofetada de aire húmedo. Y que la avenida de la Estación está hecha un cirio con tanta obra. El responsable es un coqueto tranvía blanco y naranja, bautizado como TRAM. Los trabajos en la línea 1 (Alicante-Villajoyosa) tienen inquietos a los comerciantes, y el tramo entre la estación y la plaza de Los Luceros, minado de vallas. Para evitarlas conviene seguir una estrella: la de Como una estrella, de Eusebio Sempere. Las varillas de acero de la escultura del artista de Onil apuntan hacia la avenida de Maisonnave, la arteria comercial. Alicante se paladea. Y con tanta obra, se imagina. El imperio de los sentidos se esconde tras la fachada de adornos vegetales del Mercado Central de 1921. Un guirigay de color y sabor donde reina la salazón: mojama, huevas de maruca o garrofeta (bonito). No tarda en acuciar el hambre. Los sabores de la terreta están a tiro de piedra: desde los montaditos de atún de zorra del clásico bar Guillermo (Pintor Velázquez, 21), hasta las delicias alicantinas -dátiles con corazón de almendra enrollados en beicon- del Nou Cisne (Bazán, 47). Sin olvidar los sepionets de la bahía o el arroz al horno del Nou Manolín (Villegas, 3), lugar de peregrinación de Ferran Adrià. Los más sibaritas pueden darse un homenaje experimental (con granizado de wasabi incluido) en La Ereta (Parque de La Ereta, s/n), en la ladera del monte Benacantil y con sobrecogedoras vistas al Mediterráneo (menú de cinco platos, 46 euros). Sea cual sea la comida escogida, conviene adentrarse en el parque de la Ereta, rehabilitado por los arquitectos franceses Marc Bigarnet y Frédéric Bonnet. Una actuación que une el Castillo de Santa Bárbara con el puerto y a la que se accede por la plaza del puente del casco antiguo. Ánforas romanas y baile 'mod' A dos pasos, 500 obras de arte alicantino entre los siglos XVI y XX ocupan las elegantes paredes del Museo de Bellas Artes (Mubag) inaugurado en 2001 en el palacio Gravina (siglo XVIII). De visita obligatoria es el Museo Arqueológico Provincial de Alicante (Marq). El antiguo hospital de San Juan de Dios exhibe entre flechas prehistóricas, ánforas romanas y trípticos medievales el patrimonio arqueológico de la provincia. Aunque esté en obras, merece la pena pisar el Museo de la Universidad de Alicante. Un edificio basado, en palabras de su arquitecto Alfredo Payá, "en la piedra, la madera y el agua". Un museo de líneas limpias y volúmenes diáfanos con un exterior que quita el hipo (o al menos lo hará en septiembre, cuando se prevé que finalicen las obras): una lámina de agua de 14.000 metros cuadrados y una caja de madera flotante. La siguiente parada es la del TRAM de la glorieta de Sergio Cardell, inaugurada en 2006 y reconocida con premios en la IX Bienal Española de Arquitectura y en la Bienal de la Comunidad Valenciana 2005-2006. Dos volúmenes huecos, ideados por el joven equipo Subarquitectura, de 36 metros de largo por tres de ancho, suspendidos a 2,5 metros y surcados por 800 agujeros. Dos gigantescas luciérnagas de noche, y dos toldos enormes de día. A un ritmo más lento sigue la rehabilitación del casco antiguo, formado por los barrios de Santa Cruz y San Roque, y meca de los fiesteros. En la terraza de El Desdén se escuchan varios idiomas; la sala Confetti (Cienfuegos, 8) es la meca electro, y las parcas mod bailan en El Mono (Cienfuegos, 18). En un intento por emular al Born barcelonés, o al Chueca madrileño, las calles estrechas de esta zona conocida como El Barrio se llenan de tiendas de moda vintage que compiten con los bares. La ruta termina como empezó: con llamas. El Museo de Fogueres repasa la historia de una fiesta nacida en 1928, a través de imponentes reproducciones, fotografías y trajes. Una exaltación del sentimiento popular que convence al instante de la necesidad de regresar el 24 de junio para ungirse en el ritual de la cremà.
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  • Alicante se prepara para la competición transoceánica
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  • El puerto de la Volvo Ocean Race
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