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  • París es terreno abonado para las buenas librerías. Por la banda que nos toca, ha contado hasta fecha reciente con dos españolas, a la que hay que sumar la que abrió en 1927 León Sánchez Cuesta, el llamado librero de la Generación del 27, muy cerca de La Sorbona. Julio Camba escribió a principios del siglo XX que este barrio permanecía como en los tiempos retratados en La Bohème: con sus estudiantes que no estudian, con sus modistas que no cosen, con sus pintores que no pintan nada... Poco queda de eso, pero las piedras y algunos locales aún guardan su eco. A principios de 2007 cerró sus puertas la librería Hispanoamericana, en el 26 de la Rue Monsieur le Prince, donde permaneció 60 años. Frecuentada por Rimbaud, esta calle fue un hervidero de artistas y escritores en la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX. Pero como no se escribe mucho tiempo con el estómago vacío, el escritor guatemalteco Gómez Carrillo, que se codeó con Verlaine y Oscar Wilde en sus años parisienses, nos cuenta cómo la calle, más llena de historia que de belleza, era rica en brasseries, y nos habla del restaurante Polidor, aún abierto en el número 41, donde había "poetas con melenas, y musas rubias, y musas morenas, y musas bermejas...". La cocina del Polidor es tradicional, como se intuye ante la fachada de madera con esbeltas cristaleras, por cuya puerta han pasado no pocas veces Joyce, Valéry, Gide, Max Ernst o Boris Vian. Pero templado ya el estómago, volvamos a los libros. Víctima de la misma especulación, tres años antes que la Hispanoamericana cayó la librería Española, del 72 de la Rue de Seine, que hubo de trasladarse más al sur, a la Rue Littré, en Montparnasse. Fundada en 1948 por Antonio Soriano, un republicano exiliado, en ella se podían comprar durante la dictadura los míticos títulos de Ruedo Ibérico, y en su trastienda se celebraban tertulias y presentaciones de libros, y, naturalmente, se conspiraba. Ocupando un local en el 3 de la Rue de Mézières, la Procure ha sido desde 1919 lugar inexcusable para todos los interesados en la vida espiritual, no sólo católica o cristiana. Treinta años más tarde abrió la archifamosa La Hune, en el 170 del Boulevard Saint Germain. Hacer una lista de sus clientes asiduos es levantar acta de la literatura y el arte franceses de la segunda mitad del siglo XX, observar que en muchos casos coinciden los nombres de sus clientes con los que aparecen impresos en los lomos de los libros de sus estanterías: Henri Michaux, Camus, André Breton... No cierra hasta medianoche, y puesto que sus cafés vecinos Flore o Les Deux Magots tampoco lo hacen hasta la una de la madrugada, es un magnífico lugar para ocupar esas horas perdidas en las que ya han cerrado las tiendas y los museos, y avanza lenta la digestión de la cena. ¿Qué mejor sitio que los cafés próximos para empezar la lectura de un libro y casi mojarlo en la taza, aún caliente, de la tahona de su mesa de novedades? O si pasamos por ellos antes, cuando va acabando la semana, ¿por qué no dar cuenta de los suplementos literarios ante un café con leche, y aceptar la recomendación de un crítico para hacernos con este o aquel título en cuanto salgamos por la puerta? Los bouquinistes (vendedores de libros, revistas, postales y, en menos cantidad, otros souvenirs y objetos como pinturas, cuadros, etcétera) del Sena también aportan al negocio sus pequeñas covachas de libros, verdes cajas de música de la literatura. Es una tradición que se remonta a siglos atrás, y en épocas mejores se hallaban a la venta bibliotecas enteras de aristócratas o clérigos, incautadas en los días de la Revolución. Por fortuna, no los ha invadido la quincalla de los souvenirs turísticos y, hoy como ayer, con alguna excepción, se limitan a libros de viejo, carteles, grabados. En lengua inglesa Pero, fuera de las librerías que se dedican, lógicamente, al libro francés, las especializadas en lengua inglesa no son pocas. Repasemos varias de ellas, dejando para el final la más emblemática sin duda. En la Rue Rivoli y frente a las Tullerías hay dos excelentes: W. H. Smith y Galignani, ambas alojadas bajo los soportales. La primera, que nada tiene que envidiar a otra de cualquier ciudad mediana de Inglaterra, a tenor de las pilas de ejemplares de The New York Times del domingo, goza de buen éxito entre los yankees estables o de paso, que suelen abarrotarla. La otra -mi preferida- se nota que posee más de 150 años. He aquí un triple salto inmortal de amor al libro: una familia de origen veneciano que regenta una librería angloamericana en París durante generaciones. Eso es cosmopolitismo, y lo demás es cuento. Short stories y otros libros en inglés se venden en la zona del fondo, y en el atrio y el centro expone libros de literatura e historia francesas y sobre arte. Antigua pero no vieja, sus estantes y vitrinas guardan muchos títulos que no se suelen encontrar en otros establecimientos. Frente a los bouquinistes del Sena, también ante Notre Dame, Shakespeare and Co. es una librería insólita, con sus baldas combadas que aspiran a ser arcos invertidos de un templo libresco, y su sala en la que se abre un pozo de los deseos donde titilan las monedas. Está en la Rue de la Bucherie, atendida por escritorzuelos bohemios, y es la sucesora de la mítica que en la Rue de l'Odéon regentó Sylvia Beach, editora de Ulises. Sólo los volúmenes de la planta baja están a la venta; los de arriba, subida la estrecha escalera de madera, se ofrecen a la libre consulta, se supone que sobre los jergones deshechos o en el cubil donde una máquina de escribir teclea. Saliendo de ella, y pasando por el vasto emporio libresco Joseph Gibert del Boulevard Saint-Michel, ¿por qué no refugiarse de la llovizna en otro café, además restaurante, el Des Editeurs, en el Carrefour de L'Odéon, con baldas bien nutridas? ¿Por qué no dejar que se detenga el paso del tiempo y recorrer, por ejemplo, las páginas del último libro de Patrick Modiano, titulado muy hermosamente En el café de la juventud perdida?.
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  • París guarda como un tesoro la atmósfera de sus clásicas librerías
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  • Un Sena de libros
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