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  • La buena cocina en un hotel perdona todo lo demás. Ya puede éste mostrarse ilocalizable en un regazo del pueblo o maltratar al recién llegado con la televisión prendida en el salón vestibular; encubrir algunos detalles constructivos sin acabar o realizar una concesión a la estulticia oficialista que obliga a señalar con un rótulo de escalera lo que obviamente se percibe como una escalera, y de extintor a lo que, sin lugar a dudas, es una botella roja destinada a apagar el fuego. Cuando se mima la sala y se da bien de comer a los huéspedes, el éxito del negocio está asegurado. Tal es la convicción de Lola Ramajo y su hijo José Manuel al aventurarse estos días a abrir un hotelito con apenas ocho habitaciones en la conocida como sierra pobre de Madrid, junto al hayedo de Montejo. Sorprende que el edificio haya recibido un trato arquitectónico más ambicioso de lo acostumbrado por estos pagos de montaña. Al tópico de la pizarra y el granito vistos se le han añadido aquí retazos de acero corten que aligeran la tectónica, sostienen el vuelo de la escalera y refuerzan los huecos de las ventanas. Ello cobra especial vigor en la suite El Haya, abierta a una balconada de espiritualidad conventual con vistas parciales al bosque. Todas hacen guiños al acero, aunque la falta de presupuesto no haya llevado más lejos esa propuesta arquitectónica. Sobra el guirigay colorista de la primera planta, una euforia decorativa de paredes arenosas, tabiques de Pladur pintados de naranja o de rosa, carpinterías de nogal y pavimentos de imitación, cabeceros de pizarra... Su calidez interior la subrayan esos detalles de acogida tan difíciles de ver, sin embargo, en otros hoteles de mayor categoría, como el juego de albornoces, las gruesas y delicadas toallas o la pequeña biblioteca dedicada a la cinematografía española, un auténtico regalo en los días de lluvia en la sierra. Se las reconoce a cada una por un árbol: El Tejo, El Roble, El Acebo... Y las cuatro abuhardilladas: El Sauce, El Serbal, El Enebro, El Abedul. Servido en mesa por la propietaria, el desayuno prolonga ese estado emocional de quien se levanta con las sábanas pegadas. No hay horarios en el monte del silencio. Quizá se echa en falta el programa de elaboraciones caseras sugerido la noche anterior, durante la cena, salvo las migas y el bizcocho, una exquisitez que convierte el desayuno en brunch. Marca indeleble de la casa, igual que el diseño de la carta de vinos, en forma de abanico, con los platos ya maridados a gusto de José Manuel Gómez-Calcerrada. Otra manera de pasar el fin de semana en familia a una hora escasa de Madrid.
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  • HOTEL MONTEDELTEJO, ocho habitaciones y un restaurante en la sierra norte madrileña
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  • Cariño de familia en el plato
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