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  • Fueron monjas benedictinas quienes lo habitaron desde el siglo XVII. Aunque, a juzgar por los restos hallados de una iglesia protogótica del siglo XIII, el solar alumbró con probabilidad el nacimiento de san Íñigo, abad de Oña y patrón de Calatayud. Antes de su transformación en hotel, el edificio ya tenía una significación identitaria en esta ciudad. Por eso llama la atención su actual anonimato, heredado del escaso interés que ha mostrado la cadena catalana Husa durante el tiempo que ha permanecido al frente de su gestión, que sus propietarios, los bilbilitanos hermanos Piquero, tienen previsto cambiar en próximas fechas. No se produce ese vínculo social entre el hotel y su ciudad tan deseado por el turismo cultural. La barrera no es arquitectónica. El monasterio benedictino conserva algo de su monumentalidad primitiva alrededor del patio central, flanqueado por dos series de tres arcos de ladrillo sobre pilares de alabastro, que seguramente sustentaban la cubierta de madera de la iglesia medieval. Una de las naves alberga ahora el comedor, y la otra, un atrio habilitado como salón de estar. Agradable a la vista, el conjunto hace guiños al mudéjar aragonés sin perderse en otros lugares comunes del interiorismo en boga, mínimo en las formas y cuidadoso con las entradas de luz. Si no invita a entrar es porque los espacios, de día, son confusos y aparecen algo desasistidos. Apetece poco tomar algo aquí. Y si se llena, todavía peor. El sonido ambiente asciende por el atrio e invade las plantas de habitaciones, separadas por papel de fumar. Se filtran los ruidos de la calle, y mucho más los del servicio de limpieza desde una hora excesivamente temprana (en una ciudad con tanta riqueza monumental, no toda la clientela se aloja por motivos de trabajo). Además, los vaivenes en su gestión han impedido el óptimo mantenimiento de las instalaciones, expuestas a ciertos desconchones en sus paredes, rayaduras en el mobiliario y lamparones en la moqueta. El cuarto de baño, diminuto, no permite ducharse cómodamente. Al menos, las camas sí que proporcionan mimbres para el sueño. Y su decoración funcional, propia de un hotel urbano más que de un convento, crea un ambiente agradable y sereno a la vista. Desde cualquiera de las habitaciones se observa la plaza de San Benito, siempre atestada de coches. Es difícil aparcar frente al hotel.
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  • MONASTERIO BENEDICTINO, un hotel en Calatayud vinculado a la historia de la ciudad
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  • Arcos y naves en el viejo convento
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