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  • En el siglo XII, el gran geógrafo y viajero Abú Abdalá al Idrisi trazó para el rey de Sicilia un mapa que representaba el mundo boca abajo: el norte estaba al sur, y el sur, al norte. En uno de sus escritos, que agruparía bajo el bello título de Los jardines de la humanidad y el entretenimiento del alma, describía en la parte meridional de Dénia "un monte grande, de forma redonda, desde cuya cima se descubren los montes de Ibiza en alta mar", al que daba el nombre de Caon. Dénia había sido capital de la taifa que ocupaban también las Baleares, y su puerto era entonces uno de los más importantes de la ruta comercial mediterránea. Es probable que al eminente explorador, la geografía de la Marina Alta alicantina le brindara una fiesta de piedra blanca, vegetación y agua azul, porque es lo mismo que, pese al ladrillo que engulle tantos kilómetros de nuestro litoral más turístico, ofrecerá hoy a cualquier viajero curioso que se adentre en Les Planes del cabo de San Antonio, la plataforma litoral que ha tallado la abrasión del tiempo en la porción de costa que subsiste casi virgen entre Dénia y Xàbia/Jávea. En 1987, este entorno fue declarado parque natural, y más tarde se creó en el cabo la reserva marina que preserva sus ecosistemas y fondos de corales, esponjas y praderas de posidonias, donde viven especies autóctonas protegidas como el mero y la cigarra de mar. Varias rutas recorren Les Planes, y ese monte cuyo nombre parece que derivó en Montgó, hasta la cima. Tendrá que aventurarse a una caminata de tres horas para alcanzar la Creueta del macizo, pero podrá ver el cabo de San Antonio romper el mar igual que una enorme quilla, el peñón de Ifach, las sierras de Bernia y Aitana, todo el golfo y en un espejismo la isla de Ibiza flotando en el agua, y a los pies una planicie que se estría y se repliega en ondulaciones suaves como una piel de paquidermo. Aquí, a más de setecientos metros de altura, se siente el impulso de otear el horizonte imitando a los antiguos moradores romanos y árabes que vigilaban el puerto de Dénia de posibles invasiones, y se distingue alguna de las pequeñas ermitas con que la reconquista salpicó su falda. Las laderas aún conservan un damero de bancales donde se cultivaban las vides de moscatel con las que floreció en el siglo XIX el comercio de pasas. Pese a su aspecto descarnado, las terrazas estuvieron antaño sembradas de naranjos, higueras, almendros y olivos. Tomando la carretera que va de Dénia a Xàbia se encuentra el desvío que lleva hasta el faro de San Antonio. Un mirador dilata la línea de la costa recortada contra un increíble azul; el golfo de Valencia y la bahía de Jávea parecen dos abanicos abiertos. Más allá, franqueando una puerta metálica, duermen los restos de la ermita de San Antonio, del siglo XIV, que tenía también su torre vigía. Junto a la tapia del santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, en la carretera del faro, parte un camino custodiado por oscuros cipreses que conduce al mirador de los Molinos: 11 torres construidas entre los siglos XIV y XVIII que desafían sin aspas a los vientos del Suroeste desde su atalaya sobre la bahía y el puerto de Xàbia. Hay un sendero que baja hasta el puerto, pero volviendo al santuario se puede tomar siguiendo las indicaciones alguna ruta perfumada de brezo, romero y lavanda que fluye por el parque hasta la Cova Tallada o hasta la Torre del Gerro, o seguir la que alcanza la punta del cabo donde los acantilados resisten la embestida del mar y forman cuevas submarinas para solaz de los buceadores. Entre las grietas de las rocas trepan algunas plantas como el cardo de peña, que en todo el mundo sólo crece aquí y en Ibiza, y anidan los cormoranes, los halcones y también una peculiar gaviota aborigen de patas amarillas. Sendas hacia las playas La reserva marina del cabo de San Antonio, en el límite del parque natural del Montgó, es un hondo desfiladero de paredes calizas que atesora un puñado de calas con orillas salvajes de cantos y arena gruesa. Gracias a la prohibición para el fondeo y el paso de cualquier tipo de embarcación a motor, sus aguas son transparentes y plácidas. La pesca tampoco está permitida, y para practicar submarinismo con botella hay que solicitar permiso en la oficina de turismo o en la Policía Local. Fuera de los límites de la reserva, más allá de Xàbia y hasta el cabo de la Nao, se repite el mismo paisaje luminoso y recóndito en pequeñas playas a las que casi siempre se accede por sendas bordeadas de pinos, como la de Pope o la cala naturista de Ambolo, frente a la isla del Descubridor. Algunas de ellas fueron coto predilecto de los pescadores locales, como cala Blanca, con su escenario de acantilados níveos, donde se echaba la almadraba, o cala Sardinera, que a la salida y puesta del sol colmaba las redes con las sabrosas sardinas de la zona. En La Granadella se levantó en el siglo XVIII la pequeña fortificación que le dio el nombre, donde hacían turno de guardia tres pobres hombres con dos cañones para interceptar los ataques de los piratas berberiscos. Siguiendo desde Xàbia la carretera que lleva al cabo de la Nao, en el mirador de la Creu del Portitxol una enorme ensenada reverbera entre los cabos Prim y Negre, con un peñón enjuto rociado de matorrales anclado en medio. La isla de Portitxol, ese promontorio que rompe la plancha azul de la bahía, estuvo habitada e incluso albergó unas minas de hierro, pero hoy los únicos moradores son las gaviotas y los cormoranes, que trazan círculos sobre ella como si insistieran en señalar el punto donde se encontraron restos de antiguos enterramientos. Desde el mirador parten varios senderos para adentrarse en esta reserva de flora sorteando la espesura; los paneles informativos ruegan encarecidamente no arrancar ni alterar sus endemismos vegetales únicos. Mire su brújula. Hacia el norte llegará hasta el borde de los acantilados amarillos del cabo Prim, desde donde se ve la cala Sardinera. Al sur, hacia el cabo Negre, los arbustos se van disgregando entre rocas y paredes que se precipitan al mar, donde siempre tiembla como un juguete algún velero que aquí parece aún más blanco. Cegado por la luz de este paisaje, pensará qué escribiría Al Idrisi ante las torres de cemento que ensombrecen tanta costa, y si al verlo el plano le saldría también al revés. .
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  • Una agradable caminata para ver el litoral desde la altura
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