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  • A finales del siglo XII, un pastor que apacentaba su hato al pie del Montsant dijo haber visto a unos ángeles subiendo y bajando por una escalera plantada sobre la copa de un pino, y le creyeron. Tanto es así que muy poco después, en 1203, se fundaba en aquel preciso lugar la primera cartuja de España, que por eso mismo se llamó Scala Dei (escalera de Dios). Que la visión del ovejero pudiera deberse al consumo poco responsable de vino, sobre todo teniendo en cuenta que el Priorato es mundialmente famoso por eso (por el vino, no por las visiones etílicas), es una hipótesis que no repugna a nuestro siglo incrédulo, pero que resulta improbable a la luz de la historia. Lo cierto es que esta comarca tarraconense estuvo en manos de los moros hasta la caída de la cercana fortaleza de Siurana, en 1153. Y que no fue hasta la llegada de los monjes, algunos de ellos procedentes de Provenza, cuando se introdujo en la misma el noble arte de la viticultura. Al poco tiempo, el prior de Scala Dei no sólo controlaba ya por completo el cotarro del vino, sino que tenía dominio y jurisdicción plena sobre las poblaciones de La Morera, Poboleda, La Vilella Alta, Torroja, Porrera y Gratallops, las mismas que en 1835, cuando la desamortización, entraron a saco en la cartuja y se cobraron en ira desatada los diezmos que habían apoquinado a lo largo de 600 años. El Priorato, desde entonces, ha mejorado bastante: es una comarca pacífica y próspera, en la cual se producen algunos de los vinos más punteros de España -como L'Ermita de Álvaro Palacios, que se cotiza a más de 500 euros la botella-, y ello merced a la licorella, la roca pizarrosa que da a los negres un aroma pleno de notas minerales, que es como quedarse amodorrado boca abajo en una playa de piedras calientes. En sus laberínticos vallejos, medio escondidos, hay pueblecitos tan bellos como Porrera, con sus callejas como puertos de primera categoría, sus vinotecas, sus restaurantes de diseño y su docena larga de antiguos relojes de sol, que marcan sin estridencias la hora feliz de esta comarca vinícola. O como La Vilella Baixa, la Nueva York del Priorato, donde, a semejanza de Cuenca, las casas fingen rascacielos colgados de las paredes de un barranco. En cambio, de la cartuja apenas queda nada: una portalada clásica del siglo XVII, una celda reconstruida hace poco y un silencio total que, a fin de cuentas, era la deseable regla número uno de los hijos de san Bruno. Viendo la celda remozada -con su jardín, su leñera, su oratorio, su estudio, su catre, su retrete, su mesita abatible y su ventanuco estratégicamente situado de forma que el monje pudiera recibir el condumio sin ver ni ser visto por el sirviente-, nos sobrecoge imaginar no aquel entierro en vida, sino el día deslumbrante en que tuvieron que salir todos echando mixtos de la cartuja y trepar por los acantilados sureños del Montsant para escapar de la furia de los payeses. Pasos inverosímiles La Serra Major, como se conoce la porción del Montsant que se yergue a espaldas de Scala Dei, es una meseta de conglomerado de más de mil metros de altura cortada a pico por todos sus flancos, un formidable altar natural plagado de cuevas y ermitas; si bien lo que más llama la atención del forastero son sus cingles (precipicios) y sus graus, pasos inverosímiles que permiten acceder caminando a lo alto de los acantilados aprovechando hendiduras, cornisas y escalones, y cuya dificultad varía mucho en función del paso elegido y del canguis de cada cual. El más fácil es el de la Grallera, que está perfectamente señalizado desde el pueblo de La Morera y se pasa en menos de una hora con las manos en los bolsillos. Pero el grau más espectacular de todos es el de la Escletxa, que además es el que queda más cerca de la cartuja. Aunque, ojo, no es sencillo. Para ir en su busca, vamos a seguir la pista de tierra que asciende bordeando por la izquierda el perímetro exterior de la cartuja y, una vez llegados a la esquina superior, continuamos subiendo por el ramal de la izquierda para, a unos veinte minutos del inicio, pasar muy cerca de las ruinas de la ermita y granja de la Pietat, delicioso lugar de retiro fundado en el siglo XVIII por fray Capilla, prior de Scala Dei, a la sombra de cipreses, cedros y plátanos colosales. En otro tanto, y después de ignorar un desvío a la derecha, coronamos el collet dels Horts, collado donde nace el senderillo que se dirige a la Escletxa, bien señalizado con un letrero metálico. Otros 20 minutos de subida (una hora en total) y afrontamos el grau: primero, unos escalones naturales; luego, un delicado paso en cornisa hacia la izquierda; y, ¡tachán!, la Escletxa propiamente dicha, que es una grieta abierta entre la pared vertical y una roca llamada Cairat por donde debemos avanzar para, por último, trepar con ayuda de unos cables y unos peldaños artificiales a la repisa cimera. Desde aquí, ya sólo 10 minutos nos separarán de la punta del Boter, que se eleva a 1.009 metros sobre el no muy lejano Mediterráneo, 30 kilómetros, y depara soberbias vistas de las proas rocosas del Montsant cortando el mar de encinas y viñedos que rodea Scala Dei.
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  • Excursión al Montsant, en la comarca del Priorato
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  • Entre vides y precipicios
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