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  • A que parece una ciudad europea? ¿Verdad que tiene un aire a Madrid?". La pregunta se repite a menudo cuando el porteño detecta el acento español de su interlocutor. Y aunque la respuesta vaya del "sí, claro" al "no, es mucho mejor", en realidad es un "sí, pero no". Porque Buenos Aires es una ciudad donde abunda lo relativo, donde muchas cosas tienen una doble lectura y no son lo que parecen. Es una ciudad donde reina una informulada teoría de la relatividad urbana. No en vano, el padre de la teoría de la relatividad ?la de verdad? pasó una temporada en la capital argentina. Albert Einstein se alojó en 1925 en casa de un industrial alemán apellidado Wasserman. Hoy, la señorial mansión (Villanueva, 1.400) sigue levantada en el barrio de Belgrano, pero ya no es Argentina. Oficialmente es territorio de Australia porque alberga la embajada de aquel país y una placa en el muro recuerda la estancia del genio alemán. La casa de Einstein está, por tanto, en Buenos Aires, pero no en Argentina. Ese ser y no ser se refleja también en una de las librerías más bellas del mundo, ElAteneo. En realidad no es una librería, sino un teatro: el Grand Splendid (avenida de Santa Fe, 1.860). Aunque el interior mantiene los colores de 1919, el gran patio de butacas donde otrora había 500 asientos, y sus palcos, albergan ahora estanterías de libros que ocupan un total de 2.000 metros cuadrados. En lugar del escenario, hoy existe una barra y varias mesas donde degustar café en compañía de los amigos, o de los libros, que también lo son.Desde allí se obtiene la visión de un teatro abarrotado... de libros. Y el lector casi siente que va a ser ovacionado por acordarse de los libros en la era de la imagen. El Grand Splendid sigue, pues, dedicado a la cultura aunque con otra combinación. En Buenos Aires, las combinaciones a veces son extremas. ¿Puede combinar lo señorial con la comida basura? En esta ciudad sí, y eso que ir a comer hamburguesas en la tierra de la carne por excelencia es una herejía gastronómica. Pero la excusa perfecta puede ser visitar uno de los escasísimos fastfood del mundo situados en el interior de un edificio neogótico. En el cruce de las calles de Corrientes y Florida, en pleno centro financiero de la capital argentina, se levanta un palacete de 1880 con sus columnas, balaustradas, vidrieras en el techo y grandes molduras en las paredes que antaño presenciaron elegantes bailes de salón y hoy asisten resignadas al trajín de bandejas de plásticos y olor a patatas fritas y ketchup. Un mercadillo bullicioso Pero, puestos a combinaciones paradójicas, nada supera el que un cementerio se convierta en el centro de una zona de ocio, cultura y comercio. con el cementerio de la Recoleta, alrededor del cual se apiña una decena de restaurantes, dos centros comerciales, cines, locales de esparcimiento y un centro cultural. Por si esto fuera poco para que el descanso de los muertos?entre los que se encuentran Evita Perón, Adolfo Bioy Casares o Domingo Sarmiento? sea relativo, durante los fines de semana, en la misma puerta del cementerio, se organiza uno de los mercadillos más bulliciosos de Buenos Aires. La realidad porteña hace convivir a dos enemigos irreconciliables: la vida y la muerte. A unas manzanas de allí hay otros enemigos que también se observan y se miden. Frente a la estación de tren de Retiro se alza una hermosa torre coronada por un reloj. Aunque oficialmente se llama Torre Monumental, todos en Buenos Aires saben que es la "torre de los ingleses" porque fue sufragada por los británicos residentes en el país como regalo a Argentina con motivo del centenario de la independencia en 1916. Su carillón repiquetea desde lo alto de sus 70metros con las mismas notas que el de la abadía de Westminster y durante mucho tiempo miró orgulloso al centro de la ciudad. Ahora mira una gran bandera argentina que preside el monumento a los argentinos caídos en la guerra de las Malvinas, en 1982. En sus 25 placas de mármol negro están escritos 649 nombres de soldados muertos en la lucha por las islas. El reloj y la bandera se miran y cada atardecer se dicen adiós cuando la enseña es arriada y puesta a resguardo hasta el día siguiente. Por cierto, si se observa que los soldados arrugan la bandera al arriarla, no es fruto de un relativismo patriótico, sino de todo lo contrario. Porque la bandera argentina no se dobla nunca, y cuando está sucia no se lava, se quema.
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  • 20080616
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  • Curiosidades que trazan una ruta por el corazón de Buenos Aires
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  • Teoría de la relatividad urbana
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