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  • Una perspectiva sin igual: 1.500metros cúbicos de agua que caen cada segundo por precipicios de hasta 80 metros. Todo en medio de un parque con 2.000 especies vegetales, 450 tipos de aves y 80mamíferos diferentes. Descubrí las cataratas del guazú a comienzos de los sesenta, cuando aún era un niño. Había cumplido 13 años y con dos amigos, compañeros de escuela, nos largamos en pleno verano austral, o sea en diciembre, en plan de mochileros. Partimos de esta ciudad un amanecer y, "haciendo dedo", llegamos a Puerto Iguazú?entonces un pequeño poblado?dos días después. Llevábamos una tiendita de campaña, un par de cacharros de aluminio y un equipo de mate, infusión que en Argentina es algo así como la bebida inmediata al destete. Lo pasamos de maravilla: recorrimos lo que entonces era una selva casi virgen, densa y fastuosa, nos bañamos en rápidos diversos e hicimos clavados en la olla magnífica del Salto Dos Hermanas. También aprendimos los datos elementales de las cataratas: que en 1542 las avistó Alvar Núñez Cabeza de Vaca y las bautizó Saltos de Santa María, nombre que, sin embargo, no eliminó la designación originaria de los guaraníes: Iguazú (de í: agua, y guazú: grande); que desde 1609 la Compañía de Jesús llegó a estas tierras y sus hombres erigieron más de 30 pueblos en los que se desarrolló un original sistema reduccional que protegía a los guaraníes nativos de los esclavistas bandeirantes brasileños; y que ahí había vivido a principios del siglo XXHoracioQuiroga, uno de los más importantes narradores suramericanos y cuya obra leíamos ?y aún se lee? en todas las escuelas argentinas. Desde entonces he regresado muchas veces, casi regularmente, a lo que es hoy el parque nacional Iguazú, creado en 1934 con una superficie de más de 60.000 hectáreas y declarado en 1984 patrimonio natural de la humanidad. Y siempre me parece que estoy repitiendo aquella inolvidable aventura de muchachos, acaso porque tengo la fortuna de vivir a sólo 600 kilómetros de distancia, lo que para nosotros es nada, sólo seis horas en coche o, calculado como hacemos aquí, dos o tres termos de mate. Estas visitas me han permitido ser testigo del avance de la civilización, si por tal entendemos, no sin resignación, el arrasamiento de la selva, el furor inmobiliario y hotelero, las alambradas perimetrales, las pasarelas metálicas colmadas de gente, los helicópteros brasileños que espantan la fauna y agitan la flora, los lanchones llenos de gente gritando cámaras en mano, el tren y otras propuestas de aventuras que, sin dudas, significan divisas y estimulan el turismo, pero, y no se puede negar, depredan ineludiblemente. Sin embargo, y de todos modos, el espectáculo es único y siempre irrepetible. Las cataratas del Iguazú son, creo yo, una maravilla natural porque su magnificencia no tiene parangón: más de 2.000 especies vegetales, 450 de aves y unos 80mamíferos habitan esas selvas, ahora al alcance de casi cualquier bolsillo europeo o norteamericano. Imagine el lector una sucesión de más de 200 caídas de agua, algunas gigantescas y de entre 50 y 80metros a lo largo de varios kilómetros, lo que totaliza un torrente de unos 1.500 metros cúbicos de agua por segundo. La violencia de las caídas produce algo así como una niebla permanente, en la que se filtran los rayos solares para formar infinitos y bellísimos arcos iris. Todo lo cual es posible recorrer caminando a buen ritmo, tanto por arriba de las caídas, como verlas desde abajo. Las modernas pasarelas, inauguradas en 2001, están estupendamente delineadas y son mucho más seguras que las viejas pasarelas de madera de aquella mi primera visita, permiten vistas impactantes y todo en medio de un ruido atronador que hace pensar en un dios refunfuñando sin interrupción. Lo que hay que ver en Iguazú es sencillamente todo. El pueblo, una típica joven y desordenada ciudad suramericana, dista entre 10y 15 kilómetros del parque, tiene un aeropuerto internacional y todo tipo de hoteles, restaurantes, casino y divertimentos. Un pequeño tren Cada vez que voy, solo, en familia o con amigos, siento la misma vieja emoción de cuando era niño. Cuando uno llega en automóvil es fascinante cómo desde muy lejos se siente crecer el ruido acompasado y continuo de las aguas que caen. La excitación aumenta, además, a medida que uno llega a la entrada misma del parque nacional, donde hay todo tipo de servicios para los turistas (en 2007 más de un millón, provenientes de todo el mundo), y empieza su recorrido en un pequeño tren que atraviesa la selva y permite un contacto casi íntimo con la naturaleza. En mi opinión, la visita ideal exige dos o tres días completos, un buen equipamiento para caminatas, suficientes pomadas contra los mosquitos y un espíritu abierto y sensible. Eso garantiza un goce pleno de todo lo que ofrece esa maravilla, que incluso invita a recorrer más allá de las cataratas mismas, para lo cual siempre es necesario el asesoramiento de los guardaparques. Otra opción para esos días es cruzar la frontera, sobre todo porque, del lado brasileño, la vista es casi perfecta. El también parque nacional del país vecino se extiende en paralelo a los saltos del lado argentino, a manera de magnífico balcón natural. Opinan muchos que, por eso, el lado brasileño es ideal para "ver" las cataratas, mientras que el lado argentino lo es para "caminar" en, sobre y bajo las mismas. Y es que la gran mayoría de los saltos están en territorio argentino y es de este lado desde el que se las recorre y se interna uno en cada salto, o cruza a la isla San Martín en un barquito de tranco infartante. Como hoy todos aquí sabemos, Dios, que era argentino, desde hace unos años trasladó su despacho a Brasil. Ha de ser por eso que, desde allá, la vista es insuperable, porque se tiene una visión general, como en cinemascope, de toda esa maravilla. Para mí, aún ahora, años después, Iguazú sigue siendo un clásico del turismo suramericano. No me imagino viajeros europeos o norteamericanos, de los muchísimos que hoy visitan el país gracias al cambio de moneda tan favorable, sin visitar Iguazú. Argentina es un país muy bello y colmado de intereses turísticos, pero cuyas máximas bellezas están todas muy distantes unas de otras. Por eso a la hora de elegir, y sin desmedro de la Patagonia, los Andes o la siempre fascinante Buenos Aires, yo recomiendo Iguazú por una razón muy sencilla: es este un espectáculo único, que sólo se puede ver aquí y en ningún otro lugar del planeta.
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  • 20080616
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  • Un espectáculo de 200 caídas rodeadas de selva y niebla permanente
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  • Iguazú, el bramido del agua
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