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  • El paisaje es memoria. Y este paisaje hostil, distinto a todo, que rodea Ushuaia está cargado de recuerdos. Evocaciones de grandes gestas de la historia de las exploraciones cuando no hace tanto tiempo, a mediados del siglo XIX, con buena parte del planeta ya explorado y cartografiado, marinos como Fitz Roy, Dumont D'Urville o Martial peleaban con galernas de libro en este confín oscuro y violento del mundo a bordo de cascarones de madera para ensanchar los límites del conocimiento humano. Las montañas huidizas que rodean a ciudad más austral del mundo siguen igual de negras y patibularias, y el brillo azul grisáceo de las frías aguas del canal de Beagle sigue creando la misma conmoción de lejanía que en aquellos tiempos. Sin embargo, cuando el viajero desembarca en el puerto de Ushuaia y se adentra en la cuadrícula de calles llenas de gente joven con ropa casual, de escaparates con los mismos artículos que encontraría en Buenos Aires o en Europa y de casitas de alegres colores, le parece imposible que éste sea el mismo escenario del fin del mundo donde los marinos recalaban para evitar la travesía del cabo de Hornos, precedidos por vientos huracanados y tormentas sin cuento. Por la calle principal Ushuaia, más que una ciudad, es una quimera. Un asentamiento irreal de 60.000 habitantes creado por Argentina para colonizar su porción de Tierra de Fuego. La pequeña misión que fundara en 1870 un pastor anglicano, Thomas Bridges, en una rada a la que los aborígenes yaganes llamaban Ushuaia (bahía que mira a poniente) hace tiempo que dejó de ser un puerto rebosante de naves maltrechas y aventureros en busca de lobos marinos o de un paso hacia el Pacífico, para convertirse en una ciudad cuadriculada, grande, como un juego de dados sobre un tapete blanco de nieve, en el extremo sur del continente americano. En Ushuaia ya no queda ni una de aquellas tabernas de madera en las que los viejos marinos rasgaban el aire denso con historias terribles de naufragios ymuertes y los que tenían que embarcar al día siguiente hacia la negrura indómita de Hornos amansaban sus miedos con whisky y ron. Lo que ahora abunda en la calle principal son tiendas de ropa de marca, muebles de diseño, teléfonos celulares, ordenadores y clubes de alterne en los que suena la misma música globalizada que en cualquier otro local del mundo, lo que, por otra parte, no quita ni un ápice de interés a la propia aventura de llegar a este punto remoto del mapamundi, de tan difícil acceso que sólo pudo ser colonizado hace unas décadas. Para saber más de la fascinante historia de esta Tierra de Fuego resulta imprescindible la lectura de Hacia los confines del mundo, del británico Harry Thompson, un tocho de 832 páginas que se bebe más que se lee y donde se novelan los dos viajes del bergantín Beagle en misión científica por las costas patagónicas, entre 1826 y 1835, con el capitán Robert Fitz-Roy al mando y un tal Charles Darwin, desconocido naturalista en ese momento, como filósofo de a bordo, que a la larga no sólo contribuiría a la colonización de esta bahía "que mira a poniente" y del resto de la América austral, sino que cambiaría la historia de la biología para siempre. Pero lo mejor de Ushuaia es el soberbio paisaje de montañas con nieves perpetuas, glaciares y bosques que la rodean, buena parte de él protegido bajo la denominación parque nacional de Tierra de Fuego. La mejor manera de conocer el parque es cargar la mochila y adentrarse por sus senderos para recorrer sus bosques de hayas y ñires, las enormes praderas tapizadas de flores, o rodear la laguna Negra o la laguna Roca, que cambia de color según las condiciones atmosféricas. Cerca de la ciudad queda también el glaciar Martial, que en el invierno austral (nuestro verano) se convierte en estación de esquí y en verano es un excelente lugar para practicar el montañismo y las ascensiones sobre hielo. Ushuaia fue incorporada a Argentina en 1884. Era un territorio tan inhóspito y tan lejano que el Gobierno sólo encontró una utilidad para semejante escenario: una cárcel para presidiarios reincidentes y peligrosos. El presidio funcionó como tal hasta 1947 y fue durante ese tiempo el motor económico de la zona, ya que los propios presos tenían talleres de carpintería, herrería y otros oficios, y se les obligaba a trazar caminos, vías férreas y mantener en buen estado los pantalanes del muelle. La "cárcel del fin del mundo" se conservó intacta, tal cual, y hoy alberga el Museo del Presidio, con una exposición sobre sus años como penal, además de interesantes salas dedicadas a maquetas navales e historia de las exploraciones antárticas. Hasta la cárcel se puede llegar en el Tren del Fin del Mundo (aquí todo tiene ese apelativo), parte del ferrocarril construido por los reclusos que hoy permite paseos de ocho kilómetros en vagones de época arrastrados por una locomotora a vapor hasta el interior del parque nacional de Tierra de Fuego. También existe un Museo del Fin del Mundo (cómo no), de carácter etnográfico, en el que se recoge la historia de las tribus fueguinas (exterminadas hasta el último representante, muchas veces en cacerías a tiro limpio) que habitaban la zona hasta la aparición del hombre blanco civilizado. Cordón umbilical Pero la historia de la colonización de Tierra del Fuego se escribió por mar. Y por mar hay que descubrir su verdadera esencia. Es fácil encontrar en Ushuaia cruceros turísticos que navegan por los canales fueguinos, en especial por el canal de Beagle, el cordón umbilical que une el Pacífico y el Atlántico, como un esófago de piedra oscura y desnuda, descubierto por Fitz-Roy y su tripulación en el primer viaje del Beagle. Desde el interior del canal, las cordilleras picudas y pintadas de blancos neveros se aprecian aún más desafiantes. En los islotes rocosos que salpican la travesía se ven colonias de leones marinos, pingüinos patagónicos, petreles y grandes albatros. Si hay tiempo, conviene tomar un barco que llegue hasta Puerto Williams, la base naval chilena que da soberanía a su porción de Tierra de Fuego, en la isla de Navarino, en la ribera sur del canal de Beagle y a la que los chilenos consideran en realidad la "ciudad más austral del mundo", en vez de Ushuaia (está efectivamente un poco más al sur que aquélla). Los argentinos lo rechazan argumentando que no es una ciudad, sino un puesto militar. Disputas aparte, Puerto Williams resulta ser un villorrio de casas de madera rodeado de la naturaleza más virgen y salvaje que uno pueda imaginar. Bosques compactos de lengas, ñirres y coigües, retorcidos como sacacorchos por efecto del viento, tapizan las laderas. Una bruma pegajosa los envuelve en misterio. Los castores, introducidos por el hombre y envalentonados por la falta de depredadores, devastan hectáreas enteras de árboles con sus motosierras dentales, convirtiendo las forestas en escenarios de aquelarres, y los arroyos, en profundos lagos. Dos mil almas, entre militares, familiares de éstos y nativos dedicados a la pesca de la centolla y el calamar, pueblan esta suerte de paraíso perdido en el que todo sería idílico si no fuera porque se encuentra 900 kilómetros más al sur que cualquier otra tierra firme del resto de los continentes y porque aquí las tormentas juguetean recortando muñecotes de papel con las cartulinas del buen tiempo. En estas latitudes, hasta las emociones son las "más australes del mundo".
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  • 20080617
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  • Ushuaia sirve de partida para un espectacular crucero por el canal de Beagle
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  • Leyendas del cabo de Hornos
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