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  • Los amigos argentinos recomiendan no visitar sólo El Calafate y su transitado glaciar Perito Moreno, y aconsejan escaparse a una localidad vecina más tranquila llamada El Chaltén donde se encuentra el imponente macizo del Fitz Roy. Sin saberlo, el consejo resolverá una duda muy contemporánea. En estos días en los que está tan de moda borrarse de turista y huir de todo lugar que pisa el japonés (El Calafate), y en los que queda mucho mejor declararse viajero y contar que se estuvo en lugares donde se borraba el asfalto (El Chaltén), quizá lo óptimo no sea ni lo uno ni lo otro, es decir, ni rechazar la postal ni arrogarse como único propietario de su reverso. Lo mejor, como en todo, puede encontrarse en un término medio, y así, entre el saturado glaciar y la aventurera montaña, exactamente a mitad de trayecto, aparece un maravilloso punto intermedio como solución. Se trata de una estancia ranchera perdida en pleno desierto que ofrece la oportunidad de alcanzar una categoría más interesante que la de turista o viajero: la de ser un hombre de paso y habitar por unas horas la nada. El camino a esa nada comienza en El Calafate. Ahí tomamos el autobús que nos lleva a El Chaltén en cuatro horas de lenta travesía?al comienzo y antes de desviarnos a la izquierda a medio centenar de kilómetros? por la famosa RN40, una ruta que cruza de norte a sur los Andes. Por los cristales, un paisaje con la aridez suficiente como para considerar esta parte argentina como uno de los mejores lugares donde la Tierra imita a la Luna. Todo es estepa desarbolada, con ríos glaciares y dos grandes lagos, el Argentino y el Viedma. Y como habitantes, sólo un puñado de seres repetidos con la misma cadencia: una vaca, otra vaca, dos ovejas, de nuevo otra vaca y de repente un guanaco. Estamos en plena nada, la Patagonia pura; o mejor, en la aparente nada, ya que con paciencia y cierta fe comprenderemos la frase que Atahualpa Yupanqui utilizaba para defender la monotonía de su país: "Para el que mira sin ver, la tierra es sólo tierra". Así es.Bastan dos horas de esta carretera para mirar y ver que en la nada siempre hay algo, y en este caso ese algo es la estancia La Leona, un rancho de cuatro casas que aparece como un oasis denunciado por su centenaria alameda, justo en el kilómetro 110 entre la capital del Perito Moreno y la localidad del Fitzroy. El autobús realiza aquí su parada técnica de quince minutos, el tiempo más que suficiente como para tomar un café, visitar el baño y sentir unas terribles ganas de quedarse. Venimos del turismo y de sus visitas programadas, vamos hacia el trekking y sus improvisaciones, pero aquí se nos presenta la parada con todas sus tentaciones. La decisión es fácil, sólo hay que avisar al chófer y dejar sin miedo que ese autobús que lleva a turistas camino de su reconversión en viajeros continúe su recorrido con nuestro asiento vacío. Una bella compañera de fuga Decididos a quedarnos como hombres de paso, hay que empezar por conocer el lugar. La nada esconde sus tesoros y en La Leona no son pocos. La estancia ha sido declarada patrimonio histórico y cultural por su gran bagaje. Fue cárcel de huelguistas en la revolución anarquista de 1920 contra los estancieros (en las riberas de su río se fusilaba a los presos y la corriente se llevaba los cadáveres); también funcionó como campo base de expedicionarios (la leona fue la hembra del puma que dejó malherido en este mismo lugar al explorador del glaciar Moreno), y en sus habitaciones se hospedaron ilustres fugitivos como Sundance Kid y Butch Cassidy (un museo muestra fotografías de estos inquilinos y su bella compañera de fuga, la habitualmente travestida Ethel Place, esta vez con faldas). En la antigua cárcel se disponen hoy cuatro habitaciones donde uno queda preso del tiempo entre paredes de recio adobe, cedro antiguo y toallas con extra de suavizante. Da rabia asumir que sólo seremos hombres de paso. Más aún después de conocer el comedor y sus brillantes platos. Para el cordero, por ejemplo, que es cien por cien patagónico, se emplean cuatro horas de lento asado a la estaca. El río que pasa frente a la estancia se llama también La Leona, y con sus meandros en herradura ha sido la principal fuente de ingresos. Todo empezó en 1894, cuando unos colonos noruegos, los Jensen, establecieron en este punto una balsa para cruzar rebaños de ovejas. Hoy las aguas se salvan con un puente y los principales visitantes de estemeeting point ganadero se han transformado en pescadores de trucha y salmón. En la estancia se puede alquilar todo el equipo necesario para practicar el arte de la espera, y para los más impacientes, el río reserva su ritmo más frenético: un servicio de rafting de hora y media, 40 kilómetros de recorrido por aguas glaciares. Pero en mitad de la nada, conviene sobre todo frecuentar el secano y practicar lo que esta tierra mejor oferta: los paseos sin horizonte. La Leona funciona como receta para cualquiera que necesite algo de viento en la cabeza, inmensidad bajo los pies y silencio, mucho silencio. Sólo así se descubre la sensación más mágica de esta cartuja sin muros: el sobrecogimiento. Para alcanzarlo, se puede contactar con don Firmo Vigil, el capataz y gaucho de la vecina estancia La Estela, y realizar con él recorridos a lomo de caballo criollo. O se puede elegir caminar por uno de los más famosos bosques petrificados del país, un laberinto de caprichosas formas de arena declarado zona protegida por laUnesco y donde hace una década se encontró el mayor esqueleto de dinosaurio, el célebre Puertosaurus reuili, con un espinazo de más de 40 metros. Todo es enorme en la Patagonia, incluida la noche.Y así, fuera de la estancia, después de cenar, con el rumor del río como única compañía, es posible dejar morir las horas bajo un cielo de miles de estrellas. Su brillo es también inusual y se puede comprobar desde un antiguo observatorio que hay en una loma cercana. Construido en 1950, fue desmantelado años después por las duras condiciones de vida que exigía a sus astrónomos. Hoy, bajo el abrigo de su cúpula oxidada, sentimos la parte más lunar de esta nada, un certificado más de que sus habitantes, ya sean gigantescas bestias o estudiosos de las estrellas, han estado también como nosotros siempre de paso.
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  • 20080617
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  • Un viaje en autobús con parada y fonda en plena Patagonia
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  • En mitad de la nada
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