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  • No está nada claro, pero hay gente convencida de que el nombre de Chaves deriva de llaves. A dos leguas escasas de la frontera con Galicia, la población lusa es, en efecto, una llave. Ahora bien, las llaves sirven tanto para abrir como para cerrar. Y en esa dialéctica histórica se debate Chaves: unas veces abierta y otras cerrando el paso. Fue un camino franco para los romanos que transitaban entre Braga y Astorga, los cuales construyeron un puente sobre el río Tâmega y dieron nombre a la ciudad. Fue un cerrojo en tiempos del rey don Dinis, que alzó un castillo imponente. Y tanto les daba ver la puerta medio abierta o medio cerrada a los muchos emigrantes o contrabandistas de tiempos más recientes. A día de hoy, definitivamente, Chaves es una ciudad abierta. Lo es todo su entorno, la vega amplia y risueña del Tâmega, ese río tan seriamente portugués. El viajero no sabe ahora cuándo cruza por aldeas gallegas o portuguesas. No, hasta dar de sopetón con esa aldea grande que es Chaves, a la que cuesta llamar ciudad. Apenas 20.000 almas en su ombligo histórico, y otras tantas dispersas por las freguesías del municipio; pero es, como asegura Saramago, "de suficiente tamaño para ser un lugar grato para vivir". Por ser tan escaso el vecindario y tan abiertos los tiempos, el alcalde de Chaves, João Gonzalves, impulsa un proyecto utópico: convertir Chaves-Verín en la primera eurociudad de la península Ibérica, para así reunir censo suficiente y poder entrar en el Eixo Atlántico de 28 ciudades y disfrutar de sus prebendas. De momento, y para ir allanando las cosas, acaban de inaugurar este mismo año, a las afueras de Chaves, un casino cortado a medida de la clientela gallega, hotel incluido. El oro y las agua El río, camino de agua, lo es todo en este lugar de paso; o casi, también el camino de tierra, que se llama en el casco urbano Largo do Arrabalde, el eje del que todo parte y al que todo desemboca. Los romanos se fijaron en ese lugar por dos razones: el oro y las aguas termales. Del primero dejaron más bien poco; las aguas termales fueron, por su parte, las responsables de que fundaran, en el año 78, el núcleo de Aquae Flaviae en honor de la casa imperial Flavia. Apenas un año después iniciaron el puente de granito de 18 arcos (de los cuales sólo se aprecian ahora 12); según un solemne mojón sobre el pretil ?que llaman Padrão dos Povos?, el puente se acabó en tiempos de Trajano, en el año 100 exactamente. Las aguas termales siguen surgiendo a escasos minutos del centro urbano, a una temperatura de 73 grados, las más cálidas de Europa. Son aguas sódico-carbonatadas, muy eficaces, dicen, para reumatismo, hipertensión y trastornos renales o digestivos. Las Caldas (balneario) están abiertas todo el año, y entre los 6.000 clientes que recibe en ese periodo no sólo hay agüistas pachuchos; también hay turistas frescos y lozanos con ánimo de reposo. El Parque das Caldas es prácticamente un jardín público donde se puede montar en barco por un lago, almorzar en algún chiringuito o sestear sobre la hierba. Volviendo al otro momento dialéctico, la hora de echar el cerrojo: eso ocurrió sobre todo en tiempos de la reconquista y forja de la nación, cuando el rey poeta don Dinis levantó una fortaleza de la cual sólo queda la soberbia torre del homenaje, que es como el mástil de esta ciudad acuática. A falta de otra cosa, rodean esta atalaya unos jardines que son mirador concurrido y podio disputado para las fotos. Dentro de la torre hay un pequeño museo militar de difícil horario. Como la vega es ancha y permisiva, hubo que reforzar este cerrojo con otros dos fuertes muy cercanos, el de San Francisco (transformado en hotel de lujo) y el de São Neutel, que aloja ahora un centro cultural. Por no hablar de otros castillos más alejados y tremendos, como el de Monteforte do Rio Livre, centinela de la vega. A espaldas de esa torre del homenaje que todo lo domina están el Paço dos Duques de Bragança y el museo regional, la Igreja Matriz (parroquia), con su pórtico románico y otro lateral, renacentista, donde acaba de instalarse un museo de arte sacro; y una Misericordia espléndida, de las mejores del país, forrada de azulejos del siglo XVIII firmados (se atribuyen a Policarpo de Oliveira), oro retorcido en los altares y un techo pintado y dorado con lujo palaciego. Podría decirse que todo eso es lo más relevante; pero no: lo más atractivo de Chaves es lo que pasa inadvertido, las pequeñas callejas con aires de judería, los balcones y saledizos de la rua Direita, pintados de colores imposibles, el sabor obsoleto y tierno de muchos escaparates, de carteles y avisos ingenuos, pegados con engrudo, o trastos dejados un instante a la puerta de la calle, entre macetas y ventanas entreabiertas. Ahora bien, si a un portugués (de donde sea) se le pregunta qué tiene Chaves que le suene, que le parezca importante, seguramente se olvidará de las caldas, del puente romano y del castillo, y sólo sabrá citar una cosa: el presunto, el jamón. Tanto el jamón de Chaves como el de la vecina Serra do Barroso, a poniente, es bastante diferente del español; ellos emplean más aderezos (ajo, sal, vino, pimentón dulce) y les gusta ahumarlo suavemente en fumeiros tradicionales. Hay por toda esa zona embutidos mestizos, butelos y buchos, que son gemelos del botillo berciano, y otros que suenan y saben a gallego: la carne no tiene fronteras. Hay muchas cosas para ver y entretenerse por los alrededores de Chaves. No pocos castillos, petroglifos misteriosos y castros celtas, iglesias románicas -como la de Outeiro Seco, a tres kilómetros del centro, adonde acude a casarse mucha gente de la comarca, incluso de Oporto-. Pero sobre todo hay muchos balnearios, en un radio de menos de 30 kilómetros. Los hay en Carvalhelhos, en Pedras Salgadas (de donde sale el agua embotellada más famosa de Portugal) y en Vidago. Esta última localidad se puso de moda a principios del siglo pasado, cuando se construyó (en 1909) uno de los hoteles portugueses más elegantes, escenario de fiestas y bailes de gala frecuentados por reyes y aristócratas. El hotel se ha restaurado respetando el fasto y muchos elementos originales. Muchas tentaciones, como se ve, para hacer que el camino se demore y las puertas, si las hay, parezcan siempre entornadas.
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  • 20080619
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  • Chaves, una pequeña ciudad balnearia vecina de Galicia
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  • La llave de la frontera
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