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  • La estatua del cineasta norteamericano Woody Allen mira hacia el parque de San Francisco. Lo hace a menudosin gafas, convertidas en trofeo de juergas nocturnas. Con las manos en los bolsillos y esa angustia vital tan característica, Allen avanza tranquilo. A su espalda, a escasos 20 metros, deja la terraza de La Mallorquina, sede de algunas de las tertulias que todavía se dan en la ciudad. En una calle, en el mismo centro, se dan la mano la Vetusta de antaño y el Oviedo de hoy. Con calma, porque es así como se toma el tiempo en la ciudad, y acompañados de un café, unos carbayones (pasteles típicos) y unas mallorquinas de chocolate, comienza la jornada en una urbe reformada para el peatón. Las distancias en Oviedo no son grandes. En 15 minutos de paseo se puede llegar a cualquier punto. Si a Allen lo hubieran colocado unos metros más cerca de la calle de Uría, la principal de la ciudad, podría divisar el mítico monte Naranco. En su falda están Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, dos hitos en la historia del arte. Junto con la fuente de Foncalada y San Julián de los Prados (ambas en el casco urbano) constituyen el tesoro prerrománico considerado por la Unesco patrimonio de la humanidad. Desde el Naranco se contempla la figura de una ciudad apegada a su centro, a la que le cuesta estirarse, y donde destacan la catedral y el Palacio de Congresos, proyectado por Calatrava y aún en obras. De vuelta al centro de la ciudad, conviene acercarse a media mañana al casco antiguo. Una pasada por la catedral y su cámara santa y, de vuelta al exterior, pasear y pasear por las limpias calles de la zona histórica. En los alrededores de la plaza del Fontán se desparrama el rastro. Y en el interior de la plaza, que se asemeja a una corrala, proliferan las terrazas. Si el sol acompaña, no hay mejor sitio para tomar unas botellas de sidra y algo para picar. Y justo al lado de la plaza se pueden comprar unos bombones de Ovetus, una confitería que recientemente ha abierto una sede en Madrid. Justo antes de comer, se debería hacer un alto en el Montoto para tomar un bollín preñau casero, un vinín o un mosto. No espere el visitante diseño o nueva cocina, y sí autenticidad e historia; porque por ahí han pasado generaciones de ovetenses a tomar el aperitivo. 'Lingote de oro' En lo que se supone es la zona de oficinas se encuentra La Taberna del Zurdo (Cervantes, 27), un restaurante inclasificable para los críticos gastronómicos por su mezcla de tradición e innovación. El chef, Rodrigo Roza, recomienda empezar con un lingote de oro, al cambio, una tarrina de foie con chocolate blanco y oro molido, además de un salpicón de bogavante y manzana. De segundo, unos calamares en su tinta, recién salidos del Cantábrico, y pato con peras. Y de postre, la tarta de queso de la casa. Aunque la calle de Uría es el centro comercial, si uno se aleja un poco del bullicio puede llegar a dar con tiendas interesantes, por novedosas y precios razonables. En González del Valle está la tienda de complementos de la diseñadora Cristina Quirós, y en Doctor Casal, cerca de la mítica librería Cervantes, está Yusica, con complementos diseñados por Pablo de Lillo y Carmen Martínez de Yuso. En Sandos, en la calle Conde de Toreno, el diseñador Casimiro Fernández da su toque personal y actualizado a la moda femenina ovetense, y a pocos metros de allí, la sastrería Arsenio sorprende por su sabor inglés. Y para niños está Gretel, en la calle Asturias. Antes de volver al casco antiguo se puede hacer una parada en la esquina del paseo de los Álamos situada frente al edificio de la Junta General del Principado de Asturias, un palacio cuya construcción data de 1910, comprar un helado de turrón de Diego Verdú y, al ritmo del himno de Asturias, que puntualmente sale cada hora del edificio de la Caja de Ahorros, contemplar el verdadero ritmo de Oviedo. Con el teatro Campoamor, sede de los Premios Príncipe de Asturias, de fondo, La gorda de Botero, lugar de quedada habitual de los ovetenses, de testigo, y el Culo de tres metros de alto diseñado por Eduardo Úrculo como elemento transgresor, los ovetenses pasean, que no caminan, hasta su destino. Merece la pena pasar unas horas en el Museo de Bellas Artes de Asturias. De entrada gratuita, y bajo el abrigo del palacio de Velarde, del siglo XVIII, y la Casa de Oviedo-Portal, del XVII, ofrece al visitante uno de los Apostolados de El Greco, obras de Tiziano, Murillo, Goya, Rivera, Zurbarán, Sorolla, Barceló, Tàpies, Picasso... En total, cerca de 400 obras expuestas de las más de 8.000 que tiene una institución cuyos fondos incluyen desde 1995 la exquisita colección del financiero Pedro Masaveu. Próximamente, el museo va a ganar espacio con una ampliación a cargo del arquitecto navarro Patxi Mangado. Un rincón escondido De salida, el atardecer invita a dar un tranquilo paseo por las desiertas calles peatonales, que parecen prepararse para la guerra nocturna. Saliendo por la calle de la Rúa, siguiendo por Cimadevilla, se llega a uno de los rincones escondidos de la ciudad con más encanto. Es la plaza de Trascorrales, o plaza del pescado, en donde el silencio se mezcla con los colores de las fachadas de las casas de dos y tres pisos. Llega la noche, y el centro se llena de jóvenes que pueblan la calle Mon en busca de alcohol y ritmos frenéticos. Para esas horas, mejor escapar hasta la calle Gascona, conocida como el bulevar de la sidra. Uno de los restaurantes que más éxito tienen es el Terra Astur (calle Gascona, 1), que, con una decoración típica y una carta tradicional, ofrece al visitante, además, la posibilidad de comprar los productos asturianos en la tienda situada a la puerta. Así, uno puede irse, además de cenado, con unos cuantos quesos o una fabada (que incluye el compango) envasados al vacío o una botella de sidra con su vaso de recuerdo. La noche nos lleva después a la plaza del Paraguas, una de las preferidas del poeta Ángel González, donde hay un bar escondido, El Paraguas, que ocupa un bajo de un edificio adornado con geranios. En su día fue lugar de reuniones prohibidas. Hoy, sus paredes las pueblan fotos de Truman Capote, máscaras, postales y un cartel que reza "Por favor... no joda". Acogedor, con buena música y un ambiente diverso, es el sitio ideal para tomarse un mojito, un bloody mary o un gin-tonic bien puesto. La siguiente parada es el Flamin, en la plaza del Sol, en donde ya se puede empezar a bailar al ritmo del rhythm and blues y el funky, y unos metros más allá, en La Radio, se encuentra el ambiente más british de la ciudad, con una mezcla permanente de indie y pop. Para los que aguanten hasta el amanecer queda la sala Tribeca, house, y el Salsipuedes, más de pachanga y bailoteo.
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  • 20080621
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  • Una ciudad donde en 15 minutos se puede llegar a cualquier punto
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  • El peatón, rey de Oviedo
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