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  • Mi primer recuerdo de la vaqueirada, que así llamábamos a la fiesta que los vaqueiros celebran en el Alto de Aristébano el último domingo de julio allá en lo cimero de la linde entre Tineo y Valdés, data de los primeros años setenta. Habían nombrado -no fueron los vaqueiros, sino los jerarcas de la cosa- a Arias Navarro vaqueiro de honor. Uno se pregunta, conociendo como conoce la historia, cómo el mundo por aquel entonces acopiaba tanta luz en sus mañanas, tanta alegría en su seno. Gozaba aquella celebración de cierto prestigio. Declarada de interés turístico nacional en 1964, atraía a campesinos y ganaderos (xaldos y vaqueiros) y, como digo, a algún jerarca franquista de renombre que acudía, adonde Cristo había dado las tres voces, acompañado por las cámaras de la televisión. Mi recuerdo de la vaqueirada, que hoy llaman Festival Vaqueiro (www.festivalvaqueiro.com), está sujeto a la escala de la infancia y tiene algo de fuente que le murmura al corazón la sed del mundo: tengo presente mientras escribo estas líneas el camino que va entre mi pueblo, Paniceiros, y la braña de Aristébano, a un tiro de piedra, y la memoria se me llena de un silencio que canta. Lo recuerdo -tenía yo seis o siete años- como un viaje muy largo que se hacía, cruzando Navelgas y Naraval, por una carretera serpenteante totalmente cubierta por una enramada de castaños. Aquella selva verde, que se hacía más frondosa todavía a la altura del teso de Castandiel, donde hoy hay una gasolinera, eran los 15 kilómetros que separaban un misterio de otro misterio, y que cuando raleaba a sus lados, que nunca por arriba, era para descubrir las laderas de unos montes altos y sombríos, cuajados de prados, aldeas y cortinos (un cercado de piedra redondo que protegía las colmenas de la gula del oso). Mi familia era xalda, aunque con algo de vaqueira por parte de abuela,y por el camino les iría preguntando por aquellos vecinos y sus cosas. La natural curiosidad desembocaba en la imaginación y superponía a lo que escuchaba la imagen arquetípica del cowboy y los indios de las praderas que conocía por el cine. Por aquel entonces ya había empezado a cambiar todo y un nuevo paradigma económico, basado en la industrialización del agro, irrumpía en las brañas y en las aldeas. Algo había, sin embargo, intacto del mundo antiguo, ese del que me hablaba mi abuelo, y mi imaginación ya digo que se disparaba. Dicen que Álvaro Cunqueiro, con pocos años, escribió una novelita de vaqueros en la que los cowboys hablaban en castellano y los indios en gallego; también yo hacía aquella traslación y, según nos acercábamos en nuestro Seat 850 a Aristébano, pensaba que los vaqueiros algo tenían de sioux o de navajos expresándose en su asturiano tan preciso. Un rito especial La verdad es que siguen -seguimos- teniendo ese parecido. La vaqueirada, el Festival Vaqueiro, no ha cambiado en lo sustancial desde aquellos días: continúa celebrándose la boda con un rito especial; también se elige, tras una buena comida, al vaqueiro de honor entre algún ilustre. La belleza de Aristébano, desde donde se presiente el mar de todos los veranos, es incomparable. A mí no me extrañaría que, si se buscase, se encontrase en las inmediaciones algún dolmen, alguna piedra señalada que indicase la singularidad del lugar ya desde la prehistoria: en la infancia del mundo, como en la mía, debía de ser muy agradable subirse a esta altura y pasarse en ella, sin más motivo que la celebración de la vida, un encendido día de julio. "Desconfiados como los gallegos, independientes como los catalanes", así han definido en más de una ocasión a estos asturianos de las montañas que se apellidan Feito, Parrondo, Gayoso, Mayo, Bardo, Garrido... Las Asturias de Tineo, una región que limita por el Norte con la mar de Valdés y Cudillero, y por el Sur, salvando el puerto de Leitariegos, con las comarcas leonesas de Babia, Laciana y Toreno, fue hasta mediados de la década de los sesenta muy conservadora en lo económico y en lo cultural. En estas Asturias occidentales se habla aún hoy el asturiano menos interferido por el castellano y se creó, a partir de la Edad Media, una sociedad dividida en estamentos según su dedicación: los xaldos eran los habitantes de las aldeas, y los vaqueiros, aparte de tener su domicilio de invierno en la aldea, trashumaban a las brañas altas en verano, a veces muy lejanas, instalándose en una economía de frontera. "Soy pastor, nací nu monte, / ente la flor ya'l yerbáu; / calor nun tengo de naide, / más que la del mieu ganáu", dice con precisión una copla vaqueira que habla de su identidad aún hoy irreductible a tópicos de salón. Nacer entre la floresta y el henil tiene sus consecuencias: un vaqueiro, esté en Brañascardén (Valdés), en Madrid o en Nueva York, razona siempre como un vaqueiro. La desconfianza mutua entre estos dos estamentos de menesterosos, menos diferentes de lo que se veían, fue fomentada e inducida por los burgueses de las villas y el clero en su provecho. Esta situación de desigualdad no dejó de producir interpretaciones más o menos míticas, que se agudizaron en el siglo XVIII con la generalización en Asturias de la imprenta y de los eruditos locales, sobre el origen de tal separación. En la iglesia de San Martín de Luiña, en el concejo de Cudillero, aún se puede ver la viga que separaba a los vaqueiros, con esta elocuente inscripción: "No pasar de aquí a oír misa el vaqueiro. A mi padre, que era del Bierzo, le advirtió ásperamente el cura de Navelgas en 1964 que iba a casar, al ver el apellido Parrondo de mi madre, con una vaqueira. A los vaqueiros se les ha supuesto, entre otros, orígenes judíos, caldeos y moriscos. Últimamente la hipótesis celta está de moda, a pesar de los honrados y sensibles estudios celtistas de la Fundación Belenos. Los dialectólogos alemanes en la década de los veinte del pasado siglo, con Fritz Krüger a la cabeza, analizaron su lengua y su cultura.Enrealidad, además de filólogos, estos alemanes tenían muchos conocimientos de geología y dieron noticias precisas sobre el volframio necesario para las bombas de lo que en 10 años sería la Wehrmacht. Lo cierto es que encontraron en la gente de las brañas un claro ejemplo de la raza aria. Rogelia Gayo, una intérprete de la canción vaqueira muy afamada fallecida en 1959, llegó a cantar ante Hitler en Berlín y ante Mussolini en Roma. El calor del ganado Todos estos cuentos de la raza, pues cuentos son y ya sabemos con qué resultados, ya los había resuelto, como tantas otras cosas en Asturias, Melchor Gaspar de Jovellanos en su Carta a Pons al declarar que ninguna diferencia había entre xaldos y vaqueiros, ni lingüística ni cultural, y que sólo su inclinación económica los diferenciaba. Sea como sea, existía y existe una identidad vaqueira, a punto casi en este siglo XXI de convertirse en marca comercial manejada paradójicamente por los que siempre han tenido algo más de herencia "que el calor del ganado", y que esta identidad se sigue celebrando en el alto de Aristébano año tras año en un festival que tiene toda la verdad de la emoción de sus gentes. En la vaqueirada se celebra una boda, con un rito especial impostado a medias, y se elige el vaqueiro de honor del año. No faltan premios Nobel entre ellos. Para mí, lo importante no es el folclor recogido y estereotipado, sino la gente y su cultura: cómo convierten la tierra en mesa y hablan de las cosechas ?este año de 2008 ha venido demasiada agua? mientras comparten empanadas incomparables, choscos de maravilla y transmiten, con cierta sorna, el secreto de los resistentes: hay que adaptarse al medio, cueste lo que cueste, sabiendo que al final el alma de uno es más dura que la tierra que trabaja, por dura que sea la tierra. Más de 5.000 personas, venidas de las dilatadas Asturias de Tineo, se reúnen en una fiesta que no se deja reducir al disfraz: basta con fijarse en las manos de los hombres, habituadas a lo más duro, o en la mirada de las mujeres traspasada por la luz oscura de la memoria, tan encendida. Si van, verán a niños que todavía dicen l.leite, l.lin, l.lume y l.lana (leche, lino, lumbre y lana, en el asturiano general del Occidente). Se enfrentaron a las ansias fidalgas de los xaldos, opusieron la ironía al control que ejercía la Iglesia y se burlaron, siempre que pudieron, del agrimensor y del notario. Una vez un vaqueiro de la braña de la L.leiriel.la, donde es fama que la luna alumbra más que en ningún sitio, me dijo: "Dieus ya'l cuita pueden muitu, pero sobre todu'l cuitu". Traduzco: "Dios y el estiércol pueden mucho, pero sobre todo, si lo que quieres es tener una vida medio arreglada, utiliza, más que los rezos, el estiércol de las vacas". Un buen consejo que me ha servido de mucho. Xuan Bello es autor, entre otras obras, de Historia universal de Paniceiros y Al Dios del lugar.
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  • 20080623
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  • La 'vaqueirada', un encuentro mágico, cumple 50 años
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  • De fiesta en la braña
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