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  • Manuel Lezcano y Lidia Griffith sembraron en 1993 el germen de un hotelito muy particular en Agua Amarga. Su reivindicación de la siesta -miKasa permanece durante estas horas cerrado a cal y canto- ha sido criticada por algunos, pero lo cierto es que nadie como esta pareja ha bregado tanto por mantener el litoral almeriense intacto a la vorágine inmobiliaria y al gravamen del turismo de masas. En previsión de otro algarrobico, junto a varios inversores y amigos escandinavos, adquirieron en el valle desértico de Viruegas unas 600 hectáreas destinadas al cultivo de melones, sandías y palmeras con el propósito de trenzar un cinturón verde alrededor de la playa y aumentar así, por iniciativa privada, el área de protección del parque natural del Cabo de Gata. Hace unos meses, sobre un alcor que domina el pueblo y un buen tramo de litoral, inauguraron un apéndice de 12 suites que haría palidecer de envidia a más de un hotelero en la zona, convencido tardíamente de que el único turismo sostenible exige la compra del paisaje circundante so pena de quedar asfixiado por un mar de hormigón. Con estructura cartesiana, la nueva hacienda de los Lezcano aparece semicamuflada a orillas de la carretera de acceso a Agua Amarga. Un panal de cubos sureños, descolgado en terrazas, espera el decurso del tiempo para ver crecer a sus pies un jardín de cactus minimalista, ordenado con gusto y alimentado por goteo. Sus sótanos ocultan los intercambiadores de energía geotérmica con la cual se ahorra buena parte de la factura eléctrica. En un barranco, la piscina invita a ensimismarse con la vista dirigida al horizonte, aunque no haya sido diseñada con vaso desbordante. ¡Qué pena! Al borde se sirven los desayunos: un surtido de platos a la inglesa y unos muffins de chuparse los dedos. Luego, chapuzón, tentempié, libro para la siesta y último baño antes de endomingarse para la cena, en el restaurante que la hija de Lidia acaba de estrenar junto al miKasa original. Nada se mueve en la atalaya de las suites. Apenas asciende hasta ella el rumor de la costa, ni la calígine nocturna, ni el petardeo de las escasas motos que transitan entre Níjar y Agua Amarga. Todo se aquieta y se duerme al frescor de las terrazas. Cada alcoba se guarda detrás de un portón de acero claveteado con goznes sólidos. Su interior destila el buen gusto de Griffith, adquirido en su juventud neoyorquina. Pero más enfático para los sentidos es aquí el decorado paisajístico: el horizonte malva y la luna mordida por las palmeras.
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  • miKASA SUITES & SPA, atalaya para gente tranquila en el desierto de Níjar
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  • Entre sandías y palmeras
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