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  • Cruzar Estados Unidos de costa a costa por el sur es un viaje que debe hacerse con la retina llena de cine y la mente cargada de música, libros e historia. En ningún otro lugar del mundo la ficción tiene tanto poder transformador sobre la realidad. Monument Valley es algo más que un desierto que ofrece gigantescas formaciones rocosas, icebergs de piedra en mitad de la nada. Es la arena roja sobre la que John Ford soñó el western. Savannah (Georgia), la ciudad que el general Sherman salvó en su destructiva marcha hacia el mar en 1864, durante la guerra civil, es también el espacio donde transcurre Medianoche en el jardín del bien y del mal, la estupenda novela de John Berendt llevada al cine por Clint Eastwood, o donde Forrest Gump espera sentado en un banco mientras relata su vida. En Montgomery, capital de Alabama, arrancó el movimiento de los derechos civiles cuando el pastor baptista Martin Luther King comenzó a predicar en 1954 y una mujer negra, Rosa Parks, se negó a ceder su asiento en el autobús a un blanco al año siguiente. También allí nació Zelda Sayre Fitzgerald y en un precioso barrio residencial puede visitarse la casa que ocupó con Francis Scott, en la que él escribió Suave es la noche y ella comenzó su única novela, Save me the waltz (Resérvame este baile), antes de ser devorada por los abismos de la locura. Memphis es pura música: allí nacieron los sellos Sun, cuna del rock, y SoulStax, de donde surgieron algunos de los mejores intérpretes de soul y funk, y, sobre todo, allí está Graceland, la casa en la que Elvis construyó su vida y su música. Zamparse un emparedado de mantequilla de cacahuete con plátano frito -un mazacote que convierte un bocadillo de polvorones en un manjar dietético- sólo es posible porque era la comida favorita de El Rey. Clarksdale es la cuna del blues, aparte de un villorrio que dormita bajo el calor insensato del Misisipi. Si uno se acerca al país de los amish, en Pensilvania, busca algo más que circular con calma entre suaves colinas salpicadas de granjas de madera, habitadas por personas que han decidido vivir como en el siglo XVIII. Al llegar a Intercourse es imposible no caer en la tentación de poner en la radio del coche What a wonderful world, de Sam Cooke, para recordar la escena del baile en el pajar de Único testigo. Y qué decir de la potencia cinematográfica y literaria de ciudades como Nueva York, Los Ángeles, Las Vegas o Nueva Orleans. El mítico costa a costa es, en el fondo, un recorrido en busca de fantasmas, desde Jack Kerouac hasta Woody Allen, desde John Wayne hasta Steve McQueen, desde Philip Marlowe hasta Louis Armstrong, desde Las uvas de la ira hasta los Beach Boys, desde la Generación Perdida hasta los beatniks. Todos hemos visto demasiadas películas y Estados Unidos es el lugar donde buscar muchas de ellas. Como dijo Loquilo en Cadillac Solitario, "Siempre quise ir a L.A., / dejar un día esta ciudad. / Cruzar el mar en tu compañía". Siguiendo la estela del gran Yogi Berra, se puede decir que éste es un viaje que consiste básicamente en viajar. Esta frase requiere una explicación. Lawrence Peter Yogi Berra fue un jugador y entrenador de béisbol de los años cincuenta conocido por sus frases absurdas, pero que esconden una profunda sabiduría -Enric González le dedica una parte importante de su capítulo sobre este deporte en Historias de Nueva York-. El periodista Jamie Jensen encabeza su Road trip USA. Cross Country adventures on America's two lane highways (Avalon Travel) con una guía maravillosa que ofrece 11 recorridos diferentes a través de EE UU por carreteras secundarias, con uno de los mejores yogismos: "Cuando llegues a una encrucijada, sigue adelante". Existe otro yogismo que se aplica perfectamente al costa a costa: "Hay que ir con mucho cuidado si uno no sabe adónde va, porque podría no llegar". También es bastante útil saber que "aquí se hace tarde muy temprano". Territorio cajún El recorrido realizado entre julio y agosto arrancó en Nueva York y acabó en Los Ángeles. Las principales paradas fueron Washington DC (con una excursión al país de los amish y Gettysburg, escenario de la batalla más importante de la guerra civil), los Outers Banks (una península en Carolina del Norte, con una puesta de sol indescriptible), Savannah (quizá la ciudad más bella de EE UU), Montgomery y Memphis (imprescindible visitar Graceland y el Museo de los Derechos Civiles), en una primera etapa. La segunda consistió en bajar el Misisipi, dejarse llevar por el Gran Río, con paradas en Clarksdale, Vicksburg (preciosa ciudad que concentra todo el sabor del sur) y tres días en territorio cajún, los pantanos de Luisiana en los que viven los descendientes de los acadianos, los franceses que fueron expulsados de Canadá en el siglo XVIII. La etapa terminó en Nueva Orleans, que, tras el desastre del Katrina en 2005, ha vuelto a aprender a "dejarse llevar por los buenos tiempos" (traducción aproximada del lema de la ciudad: "Laissez les bons temps rouler"). El encanto del barrio francés ha sobrevivido intacto a la furia de la naturaleza (no al turismo de masas, que ha convertido Bourbon Street en un parque temático del alcohol barato). Desde Luisiana comenzó el viaje hacia el oeste: tras atravesar Tejas haciendo noche en Austin, comienzan los desiertos de Nuevo México, con la posibilidad de una parada freaky (Roswell, donde los amantes de lo sobrenatural creen que fueron capturados unos marcianos) y otra cultural (Santa Fe, la segunda capital artística del país tras Nueva York). La gran reserva de los indios navajo, que ocupa gran parte del norte de Arizona, ofrece paisajes inolvidables: el cañón de Chelly, un lugar sagrado para la tribu más numerosa de EE UU que sólo se puede visitar acompañado de un guía, y Monument Valley. La ruta de los desiertos prosigue por el cañón del Colorado y Las Vegas hasta California y culmina en Los Ángeles, una ciudad que, diga lo que diga Woody Allen, se merece una oportunidad. 9.000 kilómetros Durante este viaje de 9.000 kilómetros, que recorrimos en cuatro semanas cruzando 20 Estados y tres husos horarios, las perlas de Yogi Berra fueron muy útiles. "Cuando llegues a una encrucijada, sigue adelante": en un viaje tan largo, la carretera ofrece decenas de posibilidades, cientos de cruces de caminos. ¿Al atravesar Tejas se duerme en Austin o en San Antonio? ¿Subir hasta San Francisco por la carretera número 1 a través de Big Sur o quedarse en Los Ángeles? ¿Recorrer los Apalaches o seguir por la Costa Este? El truco es estudiar bien las guías y seguir adelante, dejarse llevar por el instinto. "Hay que ir con mucho cuidado si uno no sabe adónde va, porque podría no llegar": las distancias son gigantescas, y una desviación descontrolada en plan "vamos a ver el lugar donde vivió William Faulkner" (Oxford, Misisipi) puede convertirse en una pesadilla en forma de horas de coche. Siempre es mejor saber adónde se va y tener más o menos claros los itinerarios. "Se hace tarde muy temprano": EE UU desayuna, come y cena muy pronto. A las seis de la tarde, el aspecto que ofrece el centro de cualquier ciudad media es bastante similar al desierto del Gobi. Fuera de las grandes urbes no es sencillo almorzar después de las 14.00, ni cenar después de las 20.30. Y los museos cierran a las 17.00. Y el yogismo inventado: es un viaje que consiste sobre todo en viajar. Paul Bowles siempre decía que durante el siglo XX se había perdido el sentido del viaje, que con los aviones y los trenes de alta velocidad, la gente se limita a desplazarse. Pero el costa a costa es un auténtico viaje. Durante las largas horas pasadas en la carretera, sobre todo en las secundarias, se entra en contacto con el país real, se descubren paisajes, pueblos, horizontes, ríos... se contempla un mundo en movimiento, se respira la pobreza del Viejo Sur o de la reserva navajo y se siente la libertad y soledad del desierto. En los años veinte, Francis Scott Fitzgerald y Zelda recorrieron de Nueva York a Montgomery en un destartalado Marmon. Les ocurrió de todo, desde decenas de averías hasta un intento de asalto. Las palabras finales del libro en el que Fitzgerald reflejó aquella aventura, El crucero de la chatarra rodante (Anagrama), resumen este costa a costa, mucho menos azaroso, pero igualmente inolvidable: "Mi afecto te acompaña, Chatarra Rodante, te acompaña a ti y a todos los cacharros que iluminaron mi juventud y se deslizaron cargados de promesas o de esperanzas por todas las carreteras que he recorrido, unas carreteras que todavía discurren, menos blancas, menos deslumbrantes, bajo las estrellas y los truenos y el recurrente e inevitable sol". Prepara tu ruta por Estados Unidos con EL VIAJERO
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  • El costa a costa, a través del sur de Estados Unidos, en busca de fantasmas cinematográficos y literarios
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