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  • El libre comercio y el espíritu luterano forjaron la ciudad hanseática de Bremen, situada al noroeste de Alemania, a unos 60 kilómetros del mar del Norte. Su estatuto político la define como Estado independiente, y, junto con Hamburgo, acaparó durante siglos los intercambios comerciales europeos con América y Asia. Del puerto de Bremen, en el río Weser, salió la mayor parte de inmigrantes centroeuropeos que se extendieron por Norteamérica. Llamada ciudad del café, antes todo el centro estaba envuelto en aroma de café y té, y embutido en balas de algodón. La fortuna de sus gentes se amasó con los barcos y vino por el río. Ahora, las largas barcazas que surcan el Weser ya no revisten la misma importancia. Las gentes de Bremen son hospitalarias y austeras. No hay ostentación a lo largo y ancho de esta ciudad, que concentra gran parte de la riqueza privada alemana. Durante el día, la plaza del Mercado, con la catedral y el Ayuntamiento, me pareció pequeña para una urbe que tiene su propio gobierno y parlamento, y en cambio, con la iluminación de una noche de principios de mayo -después de ver en el Theater am Goetheplatz (Goethe Platz, 1-3; www.bremertheater.com; 0049 42 13 65 30) una discreta Cenerentola- creció en tamaño y majestad. La estatua de Roland, situada en plena plaza y símbolo de la independencia y la fuerza de una raza de comerciantes abiertos al océano, parecía inmensa, y algunas parejas se hacían fotos junto al personaje aplastado que está entre los pies del coloso. La historia de este personaje resume la idiosincrasia de los bremenianos. Tiempo atrás, la propietaria del mayor jardín intramuros ofreció dar a la ciudad todo el territorio que un tullido pudiese recorrer en un día. Era generosa, pero no tanto. Los de Bremen eligieron a un tipo que, a pesar de que arrastraba por el suelo su cuerpo deforme, era capaz de desarrollar una admirable velocidad a cuatro patas. Así se ganó para todos el Bürgerpark, cuyas apacibles frondas desistí de recorrer en una sola tarde. A veces da la impresión de que las ciudades del norte de Alemania parecen pensadas para pájaros y peces, ardillas e insectos, más que para las personas. La fauna y la flora son sus auténticos habitantes. Espacio urbano de agua y verdor, Bremen alberga una curiosidad natural que sólo puede verse en su apogeo algunas semanas en mayo: el parque de los Rododendros. Pero la explosión de grandes flores sin perfume de color malva, blanco, rosa y amarillo que brotan salvajemente de los arbustos verde oscuro a la sombra de altos arces, robles y encinas cuyas hojas tiernas empiezan a crecer, necesitaba todavía algunos días. Me encaminé entonces al viejo centro, de calles angostas y casas de cuento de los hermanos Grimm. Bremen es una ciudad tejida de narraciones orales. Quizá provenga del secular entramado social de hombres de mar (capitanes, oficiales y marineros de mercantes y buques de guerra) y mujeres que les aguardan reuniéndose y contándose historias. Un homenaje a esa tradición narrativa es el monumento escultórico más popular de la ciudad después del de Roland: el de Los músicos de Bremen. Esta pintoresca torre está formada por los cuatro personajes de Grimm -el asno, el perro, el gato y el gallo-, que, amenazados en sus propios hogares, encuentran refugio y libertad en Bremen. Además de abiertos y con fama de cosmopolitas, las mujeres y los hombres de esta ciudad son cultos y aficionados a la música. Beethoven estrenó aquí su primera sinfonía, y la escena teatral siempre es sugestiva, con una Bremer Shakespeare Company (www.shakespeare-company.com) que pone en escena todo el año con mucha fidelidad e ingenio las obras del autor inglés. Por tradición comercial y quizá por afinidad cultural, los de Bremen se sienten más cerca de los ingleses que de los bávaros. Por eso los bombardeos de 1944 que destruyeron sus casas fueron sentidos como una traición de los primos del otro lado del canal. De Bremen y Bremerhaven, la ciudad portuaria situada a unos 60 kilómetros, era la mayor parte de la flota mercante alemana. En Helgoland, una isla cercana, estaba la base de submarinos. Y algo que casi nadie recuerda es que de Bremen era el capitán del submarino que descargó sus torpedos sobre Manhattan en 1942 y regresó sano y salvo a la base tras atravesar dos veces el Atlántico. Un plato muy energético Raza fuerte la de Bremen. Les gusta caminar por los brezales en torno a la ciudad y comer kohl und pinkel, una col verde y rizada con tripa rellena de cereales, un plato muy energético y pantalla contra el frío. Otro plato de aquí es el labskaus, a base de arenques. Pero es mejor salir de la ciudad y acercarce al mar para probar el pescado. En Bremerhaven, después de echar un vistazo al interesante Museo Marítimo, que entre otros buques permite sentir el latido de un submarino, comí un excelente pescado ahumado con una cerveza local, la célebre Beck's. El tiempo era muy bueno en toda Alemania aquellos primeros días de mayo, ideal para recorrer en bicicleta la ciudad hanseática, llana y de aire saludable. Hice el trayecto desde el Museo Focke, a las afueras, hasta la Böttcherstrasse (www.boettcherstrasse.de), donde se encuentra el apretado conjunto modernista en ladrillo rojo construido en los años veinte por el comerciante Ludwig Roselius. Allí vi la casa de la pintora Paula Modersohn-Becker (www.pmbm.de; 0049 421 336 50 66. De martes a domingo, de 11.00 a 18.00. Entrada, 5 euros), amiga del poeta Rilke. Qué tiempos más contradictorios los de entreguerras. Mientras ellos y sus colegas de Worpswede, enclave artístico a pocos kilómetros al norte, se concentraban en lo estético de la experiencia humana, a su alrededor se forjaba una enorme máquina de muerte, ese maestro alemán del poema de Paul Celan, Todesfuge. Ciudad siempre abierta, Bremen mantiene su corazón libre y sano, albergando tanto a sus músicos y artistas como a los héroes de batallas que todo el mundo, hasta el mismo Roland de la Marktplatz, ignora hoy, para prestar mejor atención a lo permanente: las flores breves de los rododendros, los pájaros que siempre vuelven, el nivel de las aguas. » José Luis de Juan (Palma de Mallorca, 1956) es autor de Campos de Flandes (Alba, 2004) y Sobre ascuas (Destino, 2007).
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  • De la modernista Böttcherstrasse al puerto, claves de la ciudad alemana cuyo nombre está ligado a los cuatro músicos del famoso relato de los hermanos Grimm
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  • Bremen, tejida de cuentos
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