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  • De aquel edificio en ladrillo rojo que diseñara el arquitecto Sainz de Vicuña en los años sesenta no queda mucha huella. Ahora se ha levantado sobre sus cimientos y en parte de su estructura otro de nueva planta más moderno y luminoso que aquél, mejor ordenado y dotado de mejores vistas sobre la ciudad de Soria. El valle del Duero en una buena extensión y el bosque que se descuelga, hoy otoñal, por el parque del Castillo tocaba a rebato entre las filas de la red estatal para que se ejecutara en este altozano de las afueras una remodelación integral del parador. Y así se hizo en 2005, que alumbró un edificio de doble cuerpo en hormigón armado y con fachada de ladrillo cerámico con miradores acristalados y cubierta de teja a dos aguas. Nada estridente en su entorno, pero tampoco innovador o sensorial, salvo por la excepcional panorámica que ofrece del enclave desde sus habitaciones y el restaurante. El recuerdo del poeta Antonio Machado ha perdido ya la connotación cañí de la fachada anterior en que su retrato ejercía de zaguán y biombo separador entre la entrada y el vestíbulo. Ahora ese espacio es amplio, diáfano, pertrechado de finas maderas parietales con cierto sesgo minimalista en su decoración interior. En el vestíbulo del primer sótano aparecen unos restos de la muralla medieval que fueron descubiertos y puestos en valor durante las obras junto a otras valiosas piezas arqueológicas que hoy se exhiben en el Museo Numantino de Soria. Más convencionales, según lo acostumbrado en la cadena, las habitaciones se distribuyen en dos plantas orientadas al bosque y al río. Sus grandes cristaleras invitarían a sentirse en la intemperie, si no fuera porque el diseño de la carpintería desdibuja esa sensación o la reincorpora a la realidad terrenal: la estancia no vuela sobre el valle, sino que pisa tierra firme de un hotel previsible. Nada invita a perderse en los bosques del sueño. Los suelos atemperados de madera, la tapicería estampada en verde y terracota, las alfombras de lana, las camas de 2 por 2 metros, los doseles en algunos dormitorios, el revestimiento en mármol de los cuartos de baño... Si se quiere disfrutar de los sentidos, conviene descender un piso y reservar mesa en el restaurante, ambientado en tonos azules y decorado con pinturas de Alcorco o Álvaro Delgado. A cargo de los fogones, José Gómez propone unas sopas de ajo a la soriana, unas migas y un cochinillo tostado que sorprenderán. Los desayunos satisfacen ampliamente con un bufé repuesto con asiduidad. Y, por si fuera poco, desde cualquier ángulo del comedor se obtienen las mejores panorámicas de Soria y sus alrededores.
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  • El PARADOR DE SORIA se abre a las mejores vistas de la ciudad
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  • Mirador acristalado
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