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  • Decía Talleyrand que "quien no conoció la vida antes de la Revolución, no puede saber lo que es la dulzura de vivir". Estamos en el siglo XVIII. Los hombres ocultan el pelo bajo grandes pelucas empolvadas y calzan sus pies con zapatos de tacón que resuenan por los suelos de parqué de los hoteles. Las mujeres llevan trajes largos con miriñaques y faralás, que han de recoger con las dos manos cuando bajan de las carrozas para no tener que pisar la mugre que cubre las calles de París. Éste es el París de los salones y de las logias masónicas, de madame de Pompadour primero y de María Antonieta después, del libertinaje, de la filosofía, de Rousseau, de Diderot, pero sobre todo de Voltaire. En París vio la luz el extraordinario escritor el 21 de noviembre de 1694, en el mismo centro, en la verdadera isla de la Cité, cerca de la Sainte Chapelle. Si hoy día nos acercamos a ella, cruzando cualquiera de sus puentes, nos resulta imposible imaginar que pudiera alzarse sobre ellos una multitud de casas tan estrechas como alargadas. En ellas vivía todo tipo de comerciantes, que recogían sus mercancías de las pequeñas embarcaciones que discurrían por el río cuando este ir y venir no era monopolio de los barcos mosca turísticos. En el barrio Latino, Voltaire dio sus primeros pasos. Fue bautizado en la iglesia de Saint André des Arts, hoy desaparecida. No muy lejos de esa calle, frente a La Sorbona, comenzó sus estudios: en el colegio de los jesuitas Louis le Grand, institución pública donde se han educado grandes hombres de la República, desde Molière al ex presidente Jacques Chirac. "Latín y estupideces", dijo haber aprendido allí Voltaire. Una ciudad viva, ruidosa Su París es el de una ciudad viva, ruidosa y en la que sobre todo gobiernan los olores. No sólo aquellos del pan o de los perfumes que ya por entonces empiezan a cobrar fama mundial, sino también los del río y los de las sobras de los mercados. Para poder hacerse una idea conviene visitar uno de los museos más insólitos de París y no por ello menos interesantes: el Museo de las Cloacas, cerca del puente del Alma, que nos descubre cómo esta ciudad se ha ido librando de sus desechos y excrementos más vergonzosos desde el tiempo en el que se llamaba Lutecia. Año 1715. Ya el Rey Sol, Luis XIV, ha muerto y su lugar será ocupado temporalmente por su sobrino Felipe de Orleans, hasta que su nieto Luis XV obtenga la mayoría de edad. Lo primero que hará el nuevo regente será hacer regresar la corte desde Versalles hasta la capital de Francia. Y con él irá toda su familia: desde su esposa (a la que él mismo llamaba Lucifer) hasta su hija María Luisa, a la que, en los mentideros de la ciudad, se le acusaba de mantener una relación incestuosa con su propio padre. Una familia encantadora. Precisamente por proclamar que su hija Mesalina era "una puta", Voltaire fue encerrado por primera vez en la Bastilla durante 11 meses. La Bastilla no era en el siglo XVIII esa cárcel lúgubre que todos nos imaginamos, sino un lugar espacioso y cómodo. Las visitas estaban autorizadas, y los presos se movían fácilmente de una a otra celda para intercambiar y probar la comida que les enviaban. Es una pena que hoy en día lo único que se conserve de este edificio sea una plaza con su nombre. No obstante, la Bastilla es una de las zonas que están más de moda para salir por las noches, y sobre todo más baratas si lo comparamos con los precios de la zona de Campos Elíseos. Sigamos tras los pasos de Voltaire. Por fin ha estrenado una obra, Edipo, y es admitido en el círculo de los privilegiados que derrochaban las tardes en las tertulias literarias y los cafés. Entre éstos destacan el café de la Regencia, desgraciadamente desaparecido. No obstante, si se quiere revivir su atmósfera, merece la pena pararse en el lugar donde se localizaba: en la plaza de Colette, justo detrás de los jardines del Palacio Real y del Louvre, y disfrutar sin prisas de un café en la terraza. Voltaire era además un huésped asiduo del celebre café de El Procope, el más antiguo de París, fundado en 1686, que, emplazado en la calle de L'Ancienne Comédie, se conserva como entonces. Cuando uno entra en él y te reciben con reverencias y alguien te ayuda a quitarte el abrigo, resulta muy fácil rememorar aquella dulzura de vivir. Hoteles y mansiones Y es que, a pesar de lo que París ha cambiado, el siglo XVIII sigue muy presente en su geografía. Para hacerse una idea de cómo eran las casas y el modo de vida cotidiana en aquel tiempo no hay nada mejor que visitar el Museo de Carnavalet, enclavado en el antiguo hotel de madame de Sevigné, y que nos permite retroceder más de dos siglos y volver a aquella época en la que se escribían cartas diariamente y las grandes fortunas disponían de enormes mansiones en las afueras de la ciudad. Cuando el ambiente en París se volvía opresivo, la nobleza ociosa se daba cita en alguna de ellas. Las visitas eran obligadas y los huéspedes podían estar allí durante meses sin que su presencia pareciera de mala educación. Resulta muy interesente acercarse al château de Cirey, en el que Voltaire vivió 15 años junto a su amante, la celebérrima madame de Châtelet. Aquél fue Voltaire y aquélla su época. Un hombre excepcional: aclamado por algunos, odiado por otros. Hipocondriaco, divulgador y polemista, luchador incansable contra el fanatismo clerical, amante de la libertad y la buena vida, autor de Cándido y del Tratado de la tolerancia e inmensamente rico. Tras su muerte, el 30 de mayo de 1778, a los 84 años, después de ser embalsamado y tras tres años de espera, en plena Revolución Francesa, su cuerpo fue transportado al Panteón, que había sido construido bajo las órdenes de Luis XV. Más de 60 piezas teatrales, un proyecto de ópera, ballets, escritos filosóficos, cuentos... y una inteligencia y curiosidad crítica invencibles avalan la idea de que Voltaire sea considerado como el autor más importante de Francia.
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  • Las pelucas empolvadas reviven en una ruta que recuerda el espíritu crítico del genio francés de las letras
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  • La dulzura de vivir en el París de Voltaire
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