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  • Arévalo (Ávila) es esa clase de ciudades meseteñas que refleja en su fisonomía el poderío castellano de antaño, un pasado glorioso, donde las ferias, el comercio, la agricultura y la ganadería eran motor de la población. El título de ciudad se lo concedió la reina regente María Cristina en 1894. Eran otros tiempos, muy lejanos. Estamos hablando de la Edad Media, del siglo XII, XIII, hasta el XVI, cuando comienza el declive, lento, constante, aunque con sus buenos momentos, como en el siglo XVIII. Hay muchos indicios, muchos recuerdos de antaño. Ya se sabe que el que tuvo, retuvo. Bueno, el centro de la ciudad, la zona monumental; porque Arévalo también cuenta con esa parte nueva que encontramos en muchas poblaciones que han tenido un crecimiento industrial y comercial acompañado con el consabido auge de la construcción en ese estilo tan imposible de definir. Así que es mejor que la visita a esta población abulense se centre y se limite al centro monumental con alguna salida a las afueras. Pero es que además de ese pasado, Arévalo es rica en anticuarios, una actividad que comenzó en los primeros años sesenta y que hoy día es uno de sus motores económicos; así que la compra o simplemente el chafardeo por sus establecimientos son una buena excusa para ir de excursión. Seguramente usted elija el fin de semana para visitar la zona. Hace bien. Los días son importantes todavía en estas grandes poblaciones rurales. Los sábados, las señoras se afanan por terminar los recados, y los niños juegan en las numerosas plazas. No hay prisa. El aire limpio, el cielo luminoso, huele a pan, a actividad mañanera con las casas abiertas mientras se ventilan. Si entra a comprar, relájese y disfrute de la conversación de las vecinas, de la vida del lugar. Los domingos, el paisaje es otro. La población mantiene la liturgia dominical: familias vestidas de domingo y después de misa -a la que ya no acude todo el pueblo- van a tomar el vermú y una gamba con gabardina en los numerosos bares y restaurantes, en los que, por cierto, se come bien o muy bien. Los rezos tampoco son lo que eran. Al menos en cantidad. Un dato: en el siglo XVIII, cuando Arévalo ya había vivido tiempos mejores, el censo habla de 256 personas religiosas entre frailes y monjas que habitaban en algunos de los nueve conventos: cinco masculinos, cuatro femeninos. En la actualidad, la vieja ciudad castellana tiene una población de 8.000 habitantes y dista 123 kilómetros de Madrid y 50 de Ávila. Merece visita la iglesia de San Martín (del siglo XII), conocida popularmente como las torres gemelas, un interesante edificio de arte mudéjar, muy presente en toda la zona, y que es el estilo artístico que se desarrolla en los reinos cristianos de la península Ibérica entre los siglo XII y XVI, que incorpora influencias, elementos o materiales de los musulmanes que se quedaron en zona cristiana. Encerrados en el castillo Una de sus obras más importantes, considerada como monumento cumbre del románico mudéjar castellano, es la ermita de la Lugareja, a las afueras de Arévalo, que en verdad era la cabecera de un convento cisterciense del siglo XII. Tampoco faltan, como en todo enclave con un pasado glorioso, palacios de familias nobles y arquitectura civil digna de visita. No hay que perderse la plaza de la Villa, con sus casas porticadas; el palacio de los Altamirano, habitado antaño por los abuelos del conquistador Hernán Cortés, ni la Casa de las Milicias, entre otras. Para darse cuenta de la importancia que tuvo Arévalo, hay que recordar que tuvo palacio real, perteneciente a los Trastámaras y hoy desaparecido; que, por supuesto, tiene castillo -sus partes más antiguas son del siglo XIV, aunque seguramente data de antes-, en cuyos muros estuvo presa doña Blanca de Borbón, encarcelada por su esposo, Pedro I el Cruel, y el príncipe Guillermo de Orange, preso por Felipe IV, y que en la bella casa de los Sexmos se ratificó, allá por 1494, el Tratado de Tordesillas, por el cual Portugal y España se repartían el mundo recién descubierto. Allá pasó su primera infancia la futura Isabel la Católica (de los 3 a los 10 años), y se educó de manera humanista el que más tarde fundará la compañía de Jesús, Ignacio de Loyola. En fin, que Arévalo no era una ciudad cualquiera. Ya la defendió el poeta Jaime Gil de Biedma en su oposición a diplomático, cuando le preguntaron qué ciudad le había impresionado más de todas las que había conocido, y él contestó: "Arévalo".
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  • 20081018
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  • En Arévalo pasó su infancia Isabel la Católica y el románico mudéjar enamora a los aficionados al arte. Mercadillos y palacios en una ciudad cercana a Ávila y Madrid que todavía se viste de domingo
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  • Curioseando entre anticuarios
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