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  • Hace meses vi una película (Escondidos en Brujas) en la que dos matones, residentes en Londres, eran enviados por su jefe a la ciudad belga de Brujas. Allí uno se reencuentra con su lado más espiritual, mientras que el otro se desespera porque cada casita, beaterio o torre le son ajenos. Como si él fuera el único ser vivo dentro de una postal. Lüneburg, que es una ciudad situada en la Baja Sajonia, a 45 minutos en coche de Hamburgo, puede provocar sentimientos tan contradictorios como los de los dos matones. Entro a la ciudad proveniente de Reinstorf, un paraje a unos 12 kilómetros de Lüneburg. Tras las arboledas, llanuras verdes y relajantes ondulaciones se ponen de color malva al atardecer. La tranquilidad es total: granjas con tejados a dos aguas que se fracturan hacia atrás en el vértice superior como si el viento hubiera vencido las estructuras de madera, viejas naves para guarecer al ganado, un hotel y un restaurante estupendos, y la Vituskirche, iglesia que toma su nombre de un monje mártir. El silencio, el olor de las manzanas caídas de los árboles, hacen que la recóndita Reinstorf merezca una visita sin expectativas de espectacularidad. Sólo calma para la vista, el oído y la respiración. A la entrada del pueblito, un hombre vende calabazas. Parece que no las vende en serio. Parece una opción estética. Así que entro en Lüneburg procedente de Reinstorf, cruzando el Ilmenau, el río que se filtra por la ciudad a través de un sistema circulatorio de canales, y llego a Am Sande, que significa Junto a la arena. La espontánea simplicidad de ciertos topónimos me parece hermosa: junto a la arena, bajo los tilos..., como si los nombres dieran lugar a una topografía de cuento donde prevalecen la geografía y la naturaleza sobre el tiempo y los hitos del devenir histórico. Una manera de nombrar el espacio inspirada en el sentido práctico y a veces también poético: la calle En el Mar, cerca de la iglesia conventual de San Miguel, parece tomar su nombre de las olas que forman los tejados rojizos de casas recostadas unas sobre otras. Am Sande, todo lo contrario de una plaza recoleta, es un gran rectángulo donde confluyen las calles principales de Lüneburg: allí destaca la Casa Negra, una doble edificación de ladrillo oscuro, rematada con el típico frontón escalonado. En el extremo opuesto, la iglesia de San Juan, de imponente campanario, alberga un órgano, obra de Jasper Johansen, que contrasta con la austeridad y las paredes encaladas del recinto. En tiempos de Bach, la ciudad fue un centro musical importante. Turismo interno En Lüneburg no hace falta comprarse un plano que uno después no sabe cómo doblar, porque todo queda a mano, así que enseguida doy con dos de sus muchas calles peatonales, la Grappengiesser y la Heiligengeist, donde se encuentra otro edificio que, también como muchos otros en esta zona, conserva el esquema típico del comercio abajo y la vivienda arriba: la rústica cervecería Krone. Mientras recorro las calles, con sus ventanas cuajadas de flores, sus animadas terrazas, me doy cuenta de que en Lüneburg quedan aún peluquerías, panaderías, restaurantes autóctonos: ésta no es una ciudad descolorida e impersonal, y creo que esto se debe a que el turismo de Lüneburg es, sobre todo, interno. Tengo la sensación de formar parte de un organismo vivo, y cuando alcanzo la plaza del Ayuntamiento, esa sensación se solidifica; la fachada dieciochesca del Consistorio, con sus figuras esculpidas, el reloj, el carillón de porcelana, se me desdibujan ante la contundencia del mercado al aire libre que se extiende frente a él: charcuterías, pescaderías, herboristerías, tiendas de flores, fruterías cuajadas de cestillos repletos de frambuesas, grosellas, arándanos... Merece la pena superar la hipnosis sensorial del mercado para visitar la Casa de Recaudaciones y el interior del Ayuntamiento: la Gran Sala del Consejo, bajo su techumbre abovedada, evoca el esplendor de la ciudad durante la Edad Media. Lüneburg llegó a ser uno de los centros neurálgicos de la Liga Hanseática, muy relacionado con Lübeck, la ciudad de Los Buddenbrook, por sus salinas, que convierten los alrededores en un paisaje único: es posible recorrer las landas de Lüneburg en un carrito tirado por caballos percherones. Ya no se produce sal, pero en el nuevo centro de cura se puede observar cuál era el antiguo procedimiento para extraerla y después tomar un baño. El Lüneburg que me resultó más hermoso se sitúa en torno a la iglesia de San Nicolás, la de los navegantes, que vista desde arriba tiene forma de navío; desde allí, bajando por la Reichenbachstrasse, impresiona la visión del molino Lüner, los canales, el gran almacén, la grúa medieval, el molino de Abst y el caserío del bellísimo mercado de los eperlanos, que, por si ustedes no lo saben, es el nombre de un pez. Si los matones de Brujas hubieran recalado en Lüneburg, quizá se hubieran matriculado en su universidad y ninguno de los dos se hubiese sentido ajeno dentro de la casi perfección. » Marta Sanz (Madrid, 1967) es autora de La lección de anatomía (RBA, 2008). Más propuestas en la Guía de Alemania de EL VIAJERO
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  • Por los canales de Lüneburg, ciudad hanseática vecina de Hamburgo, visitando el gran almacén, la grúa medieval y otros enclaves del pasado
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  • Una atmósfera de perfección
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